Cruzado de piernas en un sofá blanco, Rafael Nadal está esperando a Roger Federer. Es el 19 de octubre de 2016 y el español vive un día especial porque inaugura en Manacor su academia, un ambicioso sueño hecho realidad. El suizo es el invitado de honor a la ceremonia, que ve a la histórica pareja de contrarios subirse a un escenario ante una multitud de personas, elogiarse mutuamente y dar un paseo por las gigantescas instalaciones mientras los fotógrafos inmortalizan el momento para siempre.
Ese mismo miércoles, cuando los invitados se han extinguido casi por completo, Nadal se sienta junto a los suyos en el restaurante y toma una decisión que anuncia 24 horas más tarde: renunciar al resto de la temporada, recuperarse de los problemas en su muñeca izquierda y prepararse a conciencia para 2017 dando el paso de atreverse con algunos cambios que resultan decisivos. La resurrección que completa el domingo en Roland Garros comienza ahí.
“Sí, pero fue una decisión obligada”, recuerda el español. “En un momento dado, soy Rafa Nadal e irme paseando por las pistas a jugar sin opciones de competir bien y sintiéndome totalmente limitado… ilusión no me hace. Me dolía mucho la muñeca al golpear y tenía que parar para recuperarme porque así no podía seguir jugando”, reconoce. “Cuando me recuperé, empecé a entrenar todo lo que necesitaba. Si uno vuelve o no vuelve a ganar tanto… Son cosas que no me planteé en ese momento”, confiesa. “Lo que sí me planteaba era que quería volver a disfrutar del tenis, a ser competitivo para luchar por cosas que me motivasen. Y tenía la esperanza de que si estaba bien podría ser posible”.
Tras tomar la decisión de no jugar más en 2016, Nadal inicia una puesta a punto sostenida sobre tres pilares: tiene que curarse la muñeca, tiene que dar un salto físico (pierde peso sin ganar musculatura) y tiene que entrenarse con el objetivo prioritario de reencontrarse con la mejor versión de su derecha para volver a dominar los partidos y de subir la velocidad en el segundo saque para que los rivales dejen de verlo como una diana. El empujón definitivo llega semanas más tarde cuando Carlos Moyà se une a su cuerpo técnico (junto a Toni Nadal y Francis Roig) y todas las piezas encajan con suavidad.
“Entre todos hemos hecho muy buen equipo para luchar por cosas importantes”, celebra el campeón de 15 grandes, que hace una pretemporada de casi tres meses en la que resuelve todas sus cuentas pendientes. “Las cosas han ido bien, se ha podido hacer un notable trabajo y también hemos formado un gran grupo con Toni, Francis y Carlos, además de con el resto de mi equipo de toda la vida”, continúa el balear. “Creo que hay un buen ambiente de trabajo, tenemos ilusión de seguir por ese camino y además el físico responde desde diciembre. Como en todo, también hace falta un poco de suerte, que las cosas salgan bien, y creo que en Australia ya jugué a un buen nivel. Lo he mantenido durante toda la temporada e incluso he podido mejorarlo”.
El Nadal que reaparece en el circuito en el torneo de Brisbane es un jugador interesante, el que llega al Abierto de Australia rebosa fuerza y concreción, el que gana Roland Garros por décima ocasión está muy cerca de su techo como jugador. A los 31 años, que el mallorquín haya conseguido rescatarse a sí mismo sudando trabajo desvela una vez más que la fórmula del éxito no es ningún secreto.
“Yo vivo el día a día trabajando lo más duro posible”, reflexiona Nadal. “Desde la ilusión diaria se puede conseguir lo que te propongas. Las cosas grandes se ganan en el día a día, no hay otro secreto”, reitera. “Todo el mundo quiere ganar y todo el mundo quiere aprobar el examen, pero estudiar cuesta más. En el estudio es donde se saca buena nota. Si el físico me acompaña, estudio. Y estudio bien. Y en este sentido… soy una persona positiva”.
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