A mediodía del jueves, cuando en España la cifra de muertos del atentado terrorista de Barcelona ascendía hasta 13 y los heridos alcanzaban la barrera de los 100, Rafael Nadal leía en uno de los ordenadores de la zona de jugadores del torneo de Cincinnati la última hora sobre el atropello que dejó en silencio al vestuario. El mallorquín, que tenía previsto lucir un crespón negro en su camiseta y guardar un minuto de silencio junto a Albert Ramos en el partido de octavos de final entre ambos (finalmente aplazado hasta el viernes como consecuencia de la lluvia, el ganador tendrá que volver a jugar por la noche por el pase a semifinales), se quedó como el resto: destrozado por la noticia, pese a estar a más de 7000 kilómetros del corazón de la tragedia.
“Me he enterado cuando hemos parado por la lluvia. He ido al vestuario y me he quedado en shock”, dijo Garbiñe Muguruza, que vivió desde pequeña en Barcelona antes de mudarse a Ginebra el año pasado. “Te pones muy triste cuando escuchas lo que pasa alrededor del mundo, pero más cuando pasa algo en un lugar que conoces tan bien. Yo he estado ahí, comprando en el Mercado de La Boquería muchas veces, en las tiendas… y ha pasado en ese sitio”, añadió la número seis del mundo. “Me he quedado sorprendida. Otras veces ves lo que pasó en París, en Londres, pero ahora es como mi casa. ¡Mierda! He estado allí tantas veces. Siento como si pudiera suceder en cualquier lugar, si estas en el momento equivocado en el sitio equivocado”, cerró la campeona de dos grandes.
Los pasillos del torneo de Cincinnati pasaron de la sorpresa a la incredulidad durante el día. A través de los teléfonos móviles, que vomitaron información de forma permanente, los jugadores vieron crecer la cifra de fallecidos y la de heridos, conocieron cómo la furgoneta había irrumpido en el paseo peatonal central de La Rambla para recorrer casi 500 metros con el objetivo de arrollar a cientos de personas que paseaban con tranquilidad y se pusieron en contacto con los suyos, buscando la tranquilidad que solo se encuentra cuando la respuesta que llega del otro lado es que todo está bien.
“Son cosas inexplicables que no sabes por qué pasan”, se lamentó Pablo Carreño, que nació en Gijón, pero desde hace años reside en la ciudad. “Hay gente que es capaz de cualquier cosa. Cuando ocurre en un lugar tan cercano como Barcelona es más duro. ¡Es que vivo prácticamente a 10 minutos de La Rambla! Vivo con mi novia en Barcelona y por suerte ella no estaba allí. Tampoco he podido hablar con todos mis amigos, pero no tengo noticias de que alguno esté involucrado”, continuó el número 17 del mundo. “Espero que al final sea lo menos posible y que los heridos se recuperen cuanto antes”.
“Hay poco que decir”, le siguió David Ferrer, que también se crió en Barcelona en su etapa de formación. “Es una situación muy complicada. Ojalá se tomen medidas”, continuó el alicantino. “Ahora mismo vivimos en un mundo en el que esto está ocurriendo cada semana, y en muchas ciudades distintas. Ojalá se encuentra una forma de poder erradicar el terrorismo porque no tiene cabida”.
Acostumbrados a ver la desgracia pasar por las manos de rivales con los que comparten muchísimo tiempo al año (franceses o ingleses, lo más castigados por el terrorismo islamista), los jugadores españoles se enfrentaron por primera vez a una mezcla de sensaciones que difícilmente olvidarán: el dolor y la rabia, el lamento y la incertidumbre, el miedo y la impotencia. Los síntomas de la guerra moderna que atacó con crueldad este jueves Barcelona, inagotable cantera de estrellas y una de las grandes cunas del tenis en España.
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