La grada tarda casi una hora en explotar, pero cuando lo hace Rafael Nadal se queda sordo del tremendo ruido que nace de las butacas y se expande volando por todos los rincones del estadio, que no se viene abajo de milagro. Tras perder el primer set de su partido de octavos de final contra el español, un break en el comienzo del segundo (2-0) enciende a Denis Shapovalov y levanta a la gente, que fantasea con la idea de ver a su protegido derrotando al campeón de 15 grandes y se desata cuando el canadiense supera mil adversidades, empata el cruce y llega al parcial decisivo con todo de cara. El mallorquín, que juega un partido muy malo, no se desespera: sale adelante a tirones en el tercer parcial, con corazón y sin brillantez, y se coloca 3-0 en el tie-break decisivo. Allí, sin embargo, ocurre lo increíble. Shapovalov remonta esa ventaja, vence 3-6, 6-4 y 7-6 a Nadal para dejarle sin opciones de alcanzar el número uno del mundo hasta después del torneo de Cincinnati y se convierte en el tenista más joven de la historia en llegar a los cuartos de un Masters 1000.
“Es la peor derrota del año”, se arranca el derrotado minutos después de caer. “Probablemente, es mi peor derrota de la temporada porque he perdido contra un jugador de ranking más bajo y porque tenía una oportunidad para volver al número aquí”, prosigue el balear, que no perdía ante un contrario peor colocado en la clasificación desde los octavos de Wimbledon 2014 (Nick Kyrgios, 144) y que tendrá que esperar para aspirar de nuevo al trono. “Ahora tengo otra semana en Cincinnati y luego un Grand Slam. No estoy feliz en este momento. Mañana probablemente no voy a entrenar, pero tengo tiempo para recuperarme mentalmente. Solo puedo aceptarlo y seguir trabajando”.
A los 18 años, Shapovalov aparece por tercera vez esta semana en la central de Montreal, con una gorra de béisbol colocada hacia atrás y la mirada desafiante, pidiendo guerra por los ojos, comiéndose la pista con la mirada. El canadiense, que el mundo descubrió abruptamente el pasado mes de febrero (le pegó un pelotazo en el ojo a Arnaud Gabas, juez de silla de la eliminatoria de Copa Davis entre Gran Bretaña y Canadá, que le costó la descalificación de su país y una miríada de reproches llegados de todas partes), ya demostró en 2016 las hechuras que tiene (venció a Nick Kyrgios en Toronto, su primera victoria en el circuito) y confirmó hace unos días (cuatro puntos de partido salvados ante el brasileño Dutra Silva en primera ronda, triunfo luego contra Juan Martín Del Potro) que va a llegar muy arriba, si es que no se rompe nada por el camino.
Al español, considerablemente más exigido que el primer día, le impresiona el atrevimiento de Shapovalov en el arranque, competido de tú a tú en un ambiente apaciguado, nada que ver con el infierno que termina envolviendo a los dos oponentes al final de la noche, peor que una final de Davis. Que Nadal haga suya la primera manga frente al vendaval ofensivo que se le viene encima en cada peloteo solo se se explica desde la ayuda que encuentra en su servicio (gana el 100% de los puntos con primer saque y solo cede cuatro al resto) porque la diferencia en los intercambios es mínima: es el canadiense quien propone, quien arriesga y quien manda, y al balear no le queda otra que invocar al demonio que lleva dentro para agarrarse al partido y resquebrajar el trance de su rival.
Shapovalov agobia a Nadal con poderosos golpes y le hiere con demasiada facilidad. El canadiense, sobrado de garra y descaro, ataca las defensas del mallorquín pegándole a la bola en línea recta, con tanta fuerza que podría agujerear un muro de hormigón a pelotazo limpio. El aspirante, de alma rebelde, saca como los ángeles, machaca con el drive y aprieta con su revés a una mano, que el balear no consigue domar pese a intentarlo con sus disparos combados, que se quedan cortos y faltos de chispa. Sorprendentemente, Shapovalov logra multiplicar todas esas virtudes con el marcador en contra, cuando habitualmente suele ocurrir al contrario.
Tras romper el saque de Nadal en el comienzo de la segunda manga (2-0), Shapovalov se procura una bola para 5-1 y saque. El canadiense ve cómo su madre y entrenadora se pone en pie con el puño en alto, cómo los aficionados que han venido a apoyarle agitan las banderas de su país y cómo Nadal resiste apretando los dientes: nueve minutos emplea el mallorquín en anular esa ocasión sin retorno (2-4) para recuperar el break (3-4) y escalar hasta el empate (4-4) en una reacción que el vestuario ha aborrecido, tantas veces la ha visto, tantas ha la padecido, tantas veces se ha lamentado.
Ya está, esto tiene que bastar para destruir la cabeza de Shapovalov. Ya está, es un adolescente que ha estrenado hace poco la mayoría de edad y no está preparado para encajar esos bofetones. Ya está, la remontada debe llevar a Nadal a cerrar el partido en dos mangas y pensar en cómo asaltar los cuartos del día siguiente, donde se juega regresar al número uno del mundo. La vida de todos esos pensamientos se desvanece en un suspiro, el que tarda el canadiense en abrochar el segundo parcial al resto para empatar el partido.
Bordeando la medianoche, los octavos se compiten entre el bullicio de una pista enloquecida, que está viendo tambalearse al español, descompuesto por unos nervios inesperados. Poco a poco, Nadal se va agarrotando y su campo de visión pasa de ser amplísimo a tener el tamaño de la mirilla de una puerta. Al balear le cuesta leer los efectos de zurdo de su contrario (sufre en la combinación de saque y derecha, mil veces explotada por Shapovalov), en las direcciones del servicio (acaba restando cinco metros tras la línea) y el partido se le pone inalcanzable.
Nadal, que camino de la derrota no hace nada para intentar cambiar lo que le condena (espera que su oponente le dispare, en lugar de perseguir sus propios tiros), está en posición de ganar el partido incluso jugando mal, y eso es algo sorprendente. Nunca deja de luchar el mallorquín, de seguir enganchado al partido, de buscar una oportunidad que posiblemente habría tenido con el 80% de los rivales. No hoy, no con un contrario en estado de gracia, contra un tenista sin miedo.
El gen ganador de Shapovalov sorprende incluso a los suyos. A seis bolas de break se va enfrentando el canadiense durante la tercera manga y todas las salva, siempre con arrojo, siempre con determinación, siempre con sangre fría. Con un 0-3 se encuentra en el tie-break que vale el pase a cuartos. Grita el gentío, que es su público, su casa, la presión con brazos y piernas. Se anima Nadal, que comete doble falta y dilapida la brecha (3-3). Y Shapovalov lo aprovecha y sobrevive de línea en línea, que es la forma en la que llega hasta ahí (49 ganadores, por los 18 del balear). Tirado sobre el suelo, el vencedor celebra algo que merece: el día más importante de su carrera y el inicio de su propia historia. De momento, este viernes se medirá al francés Mannarino (6-3 y 6-3 a Hyeon Chung) para seguir soñando.
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