Lo primero que hizo Garbiñe Muguruza (Caracas, Venezuela; 1993) tras marcharse de Wimbledon convertida en campeona del torneo fue comer jamón ibérico. La española, que se marchó a celebrar íntimamente con los suyos la victoria en Cambio de Tercio, el prestigioso restaurante que el riojano Abel Lusa tiene en el corazón del barrio de Chelsea, pidió un plato que tenía ganas de devorar. Y luego otro. Y luego otro más. Allí, en el mismo lugar que han elegido tantos y tantos para celebrar sus éxitos en el torneo, la tenista encontró paz y se liberó de tres semanas de presión que acabaron de la forma soñada.
El sábado por la mañana, y a cinco minutos del All England Club, Muguruza apareció por la casa que IMG (su empresa de representación) tiene alquilada con una sonrisa radiante. Antes de ir a Harrods a buscar el vestido que llevará esta noche en el baile de campeones, la campeona de Wimbledon se sentó a solas con EL ESPAÑOL para hablar de las consecuencias de una victoria histórica.
¿Durmió mejor la noche antes de jugar la final o después ganar el título?
Dormí mucho mejor el día de la final que hoy. Ayer estuvimos celebrándolo con todo el equipo y esta mañana me he despertado muy temprano, como en una burbuja. Todavía estaba emocionada al levantarme. Y lo sigo estando ahora mismo mientras hablamos.
¿Es consciente de lo que ha hecho?
Soy consciente de lo que he hecho, más o menos…
¿Ganar Wimbledon le cambia la vida?
Eso me dijeron cuando gané Roland Garros hace dos años, que me cambiaría la vida. Y no me ha cambiado absolutamente nada. Es cierto que Wimbledon tiene más prestigio, lo noté la primera vez que vine aquí. No sé por qué, pero lo que dicen de la catedral del tenis es verdad.
Cuando Conchita Martínez levantó el título en 1994 automáticamente entró a formar parte de la leyenda.
Mi nombre ya forma parte de la historia del tenis. Como le decía, Wimbledon es el torneo más prestigioso y lo he ganado, ya lo tengo conmigo pase lo que pase. Siempre miro la pared donde están grabados todos los nombres de las ganadoras. Me quedé muy cerca de inscribir el mío ahí cuando perdí la final en 2015 con Serena. No quería perder la ocasión otra vez porque sé la diferencia y sé que las oportunidades llegan, pero quizás no vuelven.
“¡Por fin!”, dijo tras su último partido de 2016 en Singapur, poniendo fin a unos meses difíciles después de su primer grande en Roland Garros. ¿Qué ha sido lo peor?
Es que he recorrido un camino difícil por muchas cosas, pero lo más complicado ha sido lidiar con el éxito. Cuando ganas un Grand Slam todo es genial, todo es muy bonito, pero luego tienes que volver a la pista y demostrar lo mismo cada partido y cada semana. ¿Qué ocurre? Que eso es imposible. No se puede jugar siempre así de bien. Es algo irreal.
¿Ha cambiado mucho Garbiñe por dentro con todos estos golpes?
Cada uno tiene su opinión: hay gente que dice que sí, hay gente que dice que no… Los que han estado todo este tiempo a mi lado saben que no he cambiado tanto. Soy la misma persona de siempre, pese a las buenas victorias que he tenido recientemente. Y eso es bueno, muy bueno.
Pero es menos emocional que antes.
Eso es totalmente cierto, sobre todo en Wimbledon. He notado un cambio y he sabido gestionar mejor mis emociones. Ojalá pueda mantenerlo. En Roland Garros fue muy diferente y aquí he conseguido mantenerlo durante las dos semanas.
¿Y cómo lo hace? Su carácter es espontáneo, pero sus palabras son más frías.
Intento ser más contenida a la hora de hablar, a la hora de hacer todo. Intento ser más seria. Quedármelo dentro y guardarlo para mí en lugar de expresarlo tanto. Eso era lo que hacía antes, en el pasado.
¿Le hemos hecho daño los periodistas?
A veces sí. Soy una jugadora a la que le han dado muy fuerte. Hoy me odian y mañana me aman, gane o pierda. Es cierto que he levantado muchísimas expectativas y está bien, pero eso ha provocado que me aleje mucho.
¿En qué sentido?
No cambio yo porque me voy a expresar igual, pero me alejo de leer o de estar conectada. Antes estaba más pendiente, leía más… ahora nada de nada. Bueno sí, estoy viendo esto [señala la portada de un periódico que tiene en la mesa, donde aparece con el trofeo de campeona], pero nada más.
Para alguien que esté fuera de este mundo, ¿cómo le explicaría su brillantez de estas dos semanas viniendo de un nivel más bajo?
Es que no lo sé. El nivel que he tenido durante Wimbledon es muy difícil de mantener todo el año y no puedo exigírmelo. No sé cómo lo hace Serena, que juega tan bien siempre. Es un conjunto de cosas muy complicadas de conseguir.
Ya ha ganado Roland Garros y Wimbledon, pero solo tiene 23 años…
Si algo he aprendido es que asimilar los triunfos importantes es algo muy complicado. Eso lleva a la frustración. Y la frustración… Al final, yo me veo con opciones de ganar si consigo sacar lo mejor de mí. Ahí está el secreto de todo.
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