La única española campeona de Wimbledon (1994) regresa este sábado a uno de los escenarios más prestigiosos de la historia del deporte convertida en entrenadora. Desde la grada, Conchita Martínez (Monzón, España; 1972) intentará redondear el trabajo que ha hecho durante casi tres semanas con Garbiñe Muguruza, que tras perder el título en 2015 contra Serena Williams se lo vuelve a jugar ante su hermana Venus.
La ex número dos del mundo, que acudió a la llamada de la joven de 23 años después de que Sam Sumyk (su entrenador) tuviese que regresar a Los Ángeles como consecuencia de asuntos personales, se sentó con EL ESPAÑOL horas antes de la final para echar la vista más de dos décadas atrás, cuando consiguió detener el mundo una tarde de julio en el corazón del templo de la hierba.
Navratilova ganó 22 voleas, usted ninguna.
Veía agujeros por todos lados. Estuve inspirada con los passings, tanto paralelos como cruzados. Fue la clave de la final. Navratilova empezó subiéndome al revés, pero acabó cambiando esos ataques a la derecha porque la estaba superando una vez tras otra. Estuve muy eléctrica de piernas porque tenía una confianza terrible. Llegué muy preparada. Tuve un partido de semifinales muy duro con McNeil que acabó 10-8 en el tercero y también me subía todo el tiempo a la red. Hice un millón de veces esa jugada y en la final fue igual, aunque Martina era zurda.
¿Le entraron nervios cuando ella se fue al baño?
Ni me enteré. Tuve una lesión en el glúteo y me estuvieron tratando en la pista. Luego fue todo muy rápido. Hasta que gané.
Y entonces le ponen en las manos la bandeja de campeona.
Puse la cabeza en el hombro de Martina. Me relajé. No me lo podía creer. Fue un sueño hecho realidad.
Estaba jugando la final de Wimbledon, el partido más importante de su vida, pero sonreía de oreja a oreja.
Estaba bien, en un buen momento. Es importante sonreír, aunque no siempre se pueda. Me veía con mucha confianza. Cuando tienes la mente libre pasan estas cosas. El año anterior había jugado las semifinales, pero las otras temporadas no me encontraba cómoda en esta superficie, tenía una pelea al llegar a Wimbledon y no poder jugar mi tenis. La historia cambia cuando consigues aceptar a lo que vienes.
¿Por qué?
Mi superficie favorita siempre fue la tierra batida. Me crié en un cemento muy rápido en Monzón, pero tenía nueve años. Con 12, cuando me fui a Barcelona, ya lo había dejado atrás. Hay que adaptarse a todo. Llegas a Wimbledon en un mal año, estás frustrada, tienes que modificar las cosas… Si no vienes con la mente abierta olvídate. Ahora es diferente porque la hierba está mucho más jugable, más lenta.
“Está muy bien, pero hay que ganar Wimbledon”, dijo la precursora Lilí Álvarez cuando Arantxa Sánchez Vicario se proclamó campeona de Roland Garros en 1989.
Wimbledon es el torneo más difícil que existe, por todo lo que conlleva y porque la superficie es muy complicado. Aunque no sé si estoy de acuerdo. Yo hubiese estado feliz también ganando el Abierto de Australia o Roland Garros. Ganar Wimbledon te da un poco más, usted lo sabrá bien. ¿Por qué se le da tanta importancia?
Porque inmediatamente se entra a formar parte de la leyenda.
Ganar Wimbledon solo… Hay que hacer más que ganar un único Grand Slam. Aunque esté feo decirlo, estoy orgullosa de haber ganado 33 títulos en muchos torneos importantes o de haber llegado al número dos del mundo. Para mí eso también es importante.
¿Qué pasó en el vestuario?
Nervios, pero no por el partido. ¿Qué falta en Wimbledon? Eso me lo habían preguntado antes de la final. Y respondí que faltaba Lady Di. En el vestuario me explicaron antes de jugar lo que tenía que hacer. ‘Tienes que salir y cuando llegues a la línea de fondo te das la vuelta, miras al palco y haces la reverencia’, me dijeron. Yo estaba pensando en la táctica para el partido, pero creo que eso también ayudó a relajarme.
¿Y en el baile de campeones?
Pete Sampras estaba allí, pero no llegamos a bailar. Estaba muy nerviosa porque tenía que hablar y dar discursos no es lo mío. Me acuerdo de ir al pueblo a comprar el vestido porque quise hacerlo así. Era domingo, las tiendas estaban abiertas y preferí ir a buscarlo todo. Había mucha prensa, tuvo una repercusión enorme. ¡Todo el mundo me pedía fotos! Llegaron telegramas de los Reyes de España y de Felipe González, el presidente del Gobierno. Mi padre era el que los recibía. De hecho, es el que mejor se acuerda de todo. A veces le tengo que preguntar porque yo guardo extractos sueltos en la cabeza, imágenes que pasan rápido.
Hable de la importancia de estas tres personas: Cecilio Martínez, Eric Van Harpen y Elvira Vázquez.
Cecilio es mi padre el de los telegramas, el que me ha apoyado toda mi carrera, mi cómplice en los momentos difíciles cuando yo quería irme de Monzón para jugar a tenis por todos los medios. En esa época, nuestros padres nos decían algo y ni rechistábamos. Lo mío fue amor a primera vista. Cogí la raqueta y no la quería soltar. Jugué muchísimo con el frontón. Me montaba mis partidos y mis historias. Jugaba como Navratilova y McEnroe. Y después mi juego era saque y red, ¿verdad? Figúrese, todo lo contrario. Supongo que lo hacía porque era a los que veía por televisión.
Elvira era mi agente, un pilar muy importante en momento complicados. Y Eric fue un gran entrenador, el que me hizo dar el paso cuando llegué a Suiza. Yo jugaba el revés a dos manos y él me ayudó a cambiarlo. Yo soñaba con jugar el revés a una mano. Viendo un partido de Sabatini dije ‘Jolín, me encantaría pegarle así’.
¿Le costó seguir adelante tras Wimbledon?
No quería que me costase, quería seguir con mi vida. Puede haber distracciones porque tienes muchas recepciones con gente importante que te invita, que te quiere recibir. La clave está en intentar hacer eso lo más rápido posible, no pasar más de una semana, y volver pronto a tu día a día. No me costó mucho porque mantuve el énfasis en seguir centrada.
Ahora que ha vuelto como entrenadora, ¿ha cambiado el torneo?
Sí. Muchas mejoras para los jugadores. Están muy cómodos aquí. El techo de la central es importante y cuando hagan uno en la otra pista será todavía mejor. El vestuario también ha cambiado. Lo que quizás no ha variado mucho son las tradiciones, siguen igual de rígidos que en mi época. En los entrenos, por ejemplo. El viernes y el sábado entrenamos en Wimbledon y no lleves nada de color porque te paran el peloteo… Son muy estrictos. Por eso, o vienes con una mente abierta o te peleas con todo el mundo. Y pelearse con todo el mundo no es bueno porque te quita la sonrisa de la cara.
¿Y el tenis?
Ahora se juega otro tenis. También le digo que en 18 años de carrera vi muchos cambios. Te tienes que adaptar, prepararte de una manera diferente. Todos estos jugadores que suben te hacen mejorar, o estás muerta. Durante mi carrera nunca caí una barbaridad en el ranking. Eso quiere decir que conseguí adaptarme a lo que venía. Apareció gente que le pegaba muy duro: Seles, las hermanas Williams, Davenport… Me costaba mucho Seles. Fue de las primeras que le pegaba fuerte desde los dos lados y además era zurda.
¿Peor para los espectadores?
Va por gustos y habrá espectadores para todos. A mí me gusta la variedad y es algo que no se debe perder. Como entrenadora me gusta trabajar en otros planes: practicar los ángulos, los golpes cortados… Tienes que elegir tus tiros. Está bien tenerlos. Si tienes una jugadora agresiva no le vas a pedir que se ponga a jugar con globos, pero es necesario contar con abanico amplio.
¿Disfruta como entrenadora?
Sí, he aprendido de mis técnicos anteriores. Van Harpen sabía mucho de técnica y luego he hecho cosas en la pista como jugadora. Puedo explicar qué quiero que hagan y cómo hacerlo. Ver si tiene éxito o no es algo que me da mucha satisfacción. Como entrenadora disfruto corrigiendo golpes. Me encanta ir a un entrenamiento, corregir los tiros y luego ver los resultados. Hay muchas jugadoras a las que le preguntas que por qué han fallado y no tienen ni idea. No puede ser. Luego, en la pista está la jugadora sola y tiene que solucionar los problemas por sí misma. La crítica constructiva es muy buena.
¿Se ve viajando a tiempo completo?
Ahora mismo no me veo como entrenadora a tiempo completo, hacer semanas sueltas sí. Llevo un ritmo alto. Son casi cinco años viajando como capitana de Copa Davis y Copa Federación. Es algo que me gusta mucho, pero pasar 30 semanas fuera de casa… Ser entrenadora durante unas cuantas semanas perfecto, lo otro es algo para lo que no estoy preparada a día de hoy.
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