“¡Agresivo! ¡Sigue! ¡Positivo!”. En medio del chaparrón, los gritos de Toni Nadal retumban entre los muros de la pista número uno de Wimbledon hasta dejarle casi afónico. Un par de chispazos han mandado a Rafael Nadal a la deriva en su partido de octavos contra Gilles Muller, que domina 6-3 y 6-4 en el marcador y olfatea una victoria de muchísimo prestigio. El campeón de 15 grandes está al límite, al borde de la eliminación, porque aunque ha llegado con vida al quinto set tiene dos puntos de partido en contra (4-5 y 15-40), que salva, y luego otros dos (con 9-10), que vuelve a anular. La respuesta de Nadal, que sufre horrores al resto y convierte solo dos de los 16 puntos de break que se procura durante el encuentro, no es suficiente: rozando las cinco horas (4h48m), el español cae 3-6, 4-6, 6-3, 6-4 y 13-15 en una dolorosa derrota que le priva de pelear por el título por séptimo año consecutivo y aparca sus opciones de recuperar el número uno del mundo. [Narración y estadísticas]
Pasadas las cuatro horas de partido, Nadal ya ha dado una lección de resistencia que vale para cualquier ámbito de la vida. Desde el 5-5, y como en el quinto set no hay tie-break, el mallorquín se ha sentado en cada descanso por debajo en el marcador. En consecuencia, tiene que sacar una vez tras otra para no caer eliminado, mientras que su rival lo hace simplemente para ponerse por delante. La diferencia, que puede parecer una tontería, va desgastando los pensamientos del número dos, quitándole energías y jugueteando con su moral, hasta que llega un momento en el que dice basta y estalla en mil pedazos.
La tarde empieza torcida para Nadal, que sale a la pista medio aturdido. En el túnel de vestuarios, mientras los dos jugadores esperan para entrar a jugar, el español se ha golpeado la cabeza abruptamente con el marco de una puerta, dando saltos para activarse en una de sus explosivas rutinas de preparación. Muller, que primero escucha el porrazo y luego oye a su rival quejarse, se da la vuelta para ver qué ha pasado, sorprendido por el sonido sordo que le llega por su espalda. Las risas de cortesía que los dos comparten se terminan pronto, cuando se pone en marcha el tren hacia los cuartos.
Buscando una plaza donde nunca antes ha estado en Wimbledon, Muller llega al encuentro con 72 saques directos, más que nadie en todo el torneo. Esa es una estadística tremenda que va a obligar a Nadal a vivir con el agua al cuello, a jugarse el pase a la siguiente ronda en pocos puntos y a abrir bien los ojos para intentar restar los cañonazos del luxemburgués, también zurdo, lo que agiganta su peligro. El servicio del número 26 no es tan fuerte como el de Milos Raonic, Ivo Karlovic o Kevin Anderson, pero es igual de complicado porque Muller domina todas las variantes (abierto, liftado, al cuerpo…), abusa de la sorpresa y para leer su saque hace falta tiempo, inteligencia y decisión.
Dos despistes con su servicio colocan a Nadal ante el abismo de verse dos sets abajo y condicionan lo que ocurre después. El mallorquín, que tiene la primera bola de break del cruce para adelantarse (2-2) y la deja escapar, cede su servicio al juego siguiente (2-4) y cuando quiere darse cuenta (33 minutos) el parcial inaugural se le ha escurrido entre los dedos. Aunque no ha cometido ni un solo error no forzado, lo que debería ser una buena señal, es su oponente el que domina el encuentro, el que cierra el puño porque lleva ventaja y el que ruge invocando victoria. Muller, que salva otras dos pelotas de rotura en la segunda manga (4-3) y le arrebata el saque a Nadal (5-3), manda 2-0 en 1h14m y tiene el triunfo a un set de distancia. Cerca, muy cerca.
Presionado por el marcador, tras romper una racha de 28 sets ganados consecutivamente en Grand Slam (desde la primera ronda de Roland Garros hasta la tercera de Wimbledon), Nadal intenta una reacción que no llega. Por mucho que lo persiga, y lo persigue bastante, el español no tiene el control de los puntos y está en manos de lo que haga Muller, que sigue martilleando saques, atacando la bola a la altura de la cintura y gustándose en la red, donde deja elegantes voleas de coleccionista para las que el mallorquín no tiene réplica.
Esos asaltos felinos se meten en la mente de Nadal y van quitándole chispa al rostro del balear, que durante buena parte del partido se pasea como alma en pena por la pista, celebrando tímidamente sus aciertos. La tarde está nublada y el partido huele mal porque recuerda a otras derrotas del español en Wimbledon, a Lukas Rosol (segunda ronda de 2012), Steve Darcis (primera ronda de 2013) o Dustin Brown (segunda de 2015), héroes por un día tras desdibujar a Nadal a puñetazo limpio. Muller, que ya le ganó en 2005 (segunda ronda), quiere recuperar el sabor de esa dulce sensación.
El mallorquín, sin embargo, no se resigna. Metido de lleno en el tercer set, una situación de no retorno, el número dos rompe por primera vez el saque de su contrario en el partido (3-1) y se libera. El lenguaje corporal del balear es distinto ahora, porque salta, grita y aprieta la mandíbula. No hay dudas, Nadal se ha levantado de suelo, su mal trago ha quedado atrás. Toda la tensión acumulada durante más de una hora sale a borbotones y tiene el efecto esperado: el español se dispara, Muller se empequeñece. Entonces, todo se iguala.
“¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos!”, se grita hasta tres veces Nadal mientras vuela hacia el quinto set, donde debería nacer un partido nuevo, uno que lleve su sello. El español ha encontrado ritmo al resto (pasa de poner en juego el 42% de los saques del luxemburgués en la primera manga a un 76% en la cuarta), ha conseguido interpretar las direcciones preferidas de su rival para catapultar sus letales servicios y sus reflejos de piloto de carreras hacen lo demás. Ahí está la clave de su resurrección y el pilar sobre el que construir el tramo final de la victoria.
Asombrosamente, los golpes que va encajando Muller durante el corazón de la tarde no le hacen nada, ni un tímido rasguño. Solo así se explica que el luxemburgués continúe apostando por hacer saque y red, que su volea no pierda filo y que llegue a la situación por la que pelea con sangre fría. Es 5-4 en el quinto set y el aspirante tiene dos puntos de partido al resto (15-40). Nadal se ha metido en ese lío tras fallar una derecha fácil y después de cometer una doble falta. El mallorquín mira a su palco. ¿Cómo salgo de aquí?, les dice con la mirada, sin necesidad de articular palabra para pedir auxilio.
Y Nadal que sale de ahí con dos aces (uno para 40-40 y otro para cerrar el juego). Y Nadal que tiene una bola de break con 6-6 y otras cuatro con 9-9, cuando el nivel no puede ser más alto. Y Nadal que no las aprovecha y vuelve a enfrentarse luego a otras dos pelotas de partido (9-10). Y Nadal que no se tambalea, aunque la pista entera está temblando de emoción, de nervios e incertidumbre, y no es para menos porque lo que están viendo es bien emocionante.
“¡Fuerza nen!”, le animan al mallorquín desde su banquillo, donde se está rifando un infarto porque Muller no se inmuta y sigue actuando como al principio: sacando por encima de los 200 kilómetros por hora y desarmando a Nadal, que aunque toque la bola al resto está muerto porque el siguiente tiro que se le viene encima es una bomba que no puede repeler. El mallorquín, que se pasa buena parte del parcial decisivo viendo volar saques como un aficionado más, pierde filo restando (baja a un 64% de servicios respondidos) y se acaban sus esperanzas de triunfo.
Así se escribe el final de la historia de una remontada incompleta: 1h32m después de tener su primer punto de partido, el luxemburgués logra lo que se propone. Con 30 saques directos y 95 golpes ganadores, la mayoría recolectados en la red (83 subidas), Muller derrota a Nadal y llega por primera vez en su carrera a los cuartos de Wimbledon, donde jugará con Marin Cilic (triple 6-2 a Roberto Bautista) para poder seguir soñando en grande.
Noticias relacionadas
- Nadal: “He dado todo lo que he tenido, pero no ha sido suficiente”
- Brillante Muguruza: a cuartos en Wimbledon tras sobrevivir a Kerber
- Nadal entra en su zona de confort en la segunda semana de Wimbledon
- Gilles Muller: “A Nadal no le robaría un golpe, le robaría las piernas”
- El laberinto de Marcel Granollers: “No soy un robot, todo tiene un límite”
- Muguruza aterriza en octavos de Wimbledon tras destrozar a Cirstea
- ¿Es la hierba de Wimbledon más lenta que la tierra de Roland Garros?
- Con el pase a octavos de Wimbledon, Nadal se vuelve un peligro
- Bautista ya no es una sorpresa: a octavos de Wimbledon
- En el tenis, la nueva juventud es la treintena