Con la chaqueta verde que le distingue como campeón del Masters de Augusta, Sergio García se sienta en la Royal Box, el palco real de la pista central de Wimbledon, y ve cómo Rafael Nadal completa su transformación de la tierra batida a la hierba en un tiempo récord. El mallorquín, clasificado para los octavos de final del torneo (6-1, 6-4 y 7-6 a Karen Khachanov) ha sido capaz de alcanzar la segunda semana de competición tras más de dos años sin jugar en césped (se enfrentará el lunes por los cuartos contra Gilles Muller, vencedor 7-6, 7-5 y 6-4 del británico Bedene). Lo ha hecho, además, dando un golpe de autoridad en la difícil transición a la superficie: manteniéndose inabarcable, Nadal ha ganado 28 sets consecutivos en Grand Slam (desde la primera ronda de Roland Garros), lo que iguala su anterior marca (desde los cuartos de Wimbledon 2010 hasta la final del Abierto de los Estados Unidos) y le lanza al tramo final envuelto en la confianza que siempre estuvo de su lado en las grandes conquistas de su carrera. [Narración y estadísticas].
“He hecho una primera semana muy buena”, dice luego Nadal en la sala de prensa, a la que entra sonriendo. “Hoy he jugado a un nivel muy alto durante un rato, hacía tiempo que no jugaba a este nivel. Era imposible mantenerlo porque ha sido casi irreal, pero he sido capaz de producir algo especial y estoy contento”, añade el balear, poniendo el acento en los primeros 45 minutos del encuentro. “Si consiguiera jugar al nivel que he jugado los primeros cuatro juegos sería un candidato a grandes cosas. Tengo que ir por esa linea, acercarme lo más posible”.
“Hemos tenido bastantes oportunidades en el tercer set para irnos en el marcador y no las hemos aprovechado”, recuerda Toni Nadal, tío y entrenador del tenista. “Al final, Rafael se ha puesto un poco tenso cuando ha visto eso, pero el balance general es muy bueno porque no ha perdido ningún set en los tres partidos”, apunta. “De cara a la siguiente ronda tiene que mantener la intensidad que ha tenido al principio contra Khachanov, no puedo quedarse apalancado en el fondo porque entonces aparecerán los problemas”, cierra el técnico mallorquín.
“El resultado podía haber sido más fácil al nivel que ha jugado”, reconoce luego Francis Roig, uno de los técnicos del español. “Ha empezado muy bien, a un ritmo muy alto como el día de Young. Luego, Khachanov se ha asentado y no estaba fácil romperle el saque”, retrata. “Ha tenido que sufrir, pero ha sido una gran victoria, está en octavos de final y sin haber perdido un set”.
Nadal empieza a construir la victoria en el calentamiento de la mañana. El mallorquín se marcha al vestuario tras tocar la pelota como los ángeles, limpia y con determinación. Sus entrenadores están asombrados. Este jugador, que hace menos de un mes estaba celebrando su décimo Roland Garros tras pasarse muchas semanas ganando encuentros en tierra, ha sido capaz de mudar su piel para adaptarse a la hierba, donde por distintos motivos había sido incapaz de jugar bien en el último lustro. Los entrenamientos en Mallorca y Londres, y las dos primeras victorias en Wimbledon, han despejado varias dudas que tenía en la cabeza y han contestado a una pregunta clave: sus rodillas están listas para exigirse lo que sea necesario y con salud todo es más sencillo.
El arranque de Nadal choca brutalmente con el de Khachanov. El campeón de 15 grandes, que gana nueve de los 10 primeros puntos del cruce, destruye al ruso de línea en línea, mordiéndole con tiros más afilados que la hoja de un cuchillo de sierra. De largo, es la versión más ofensiva del español en todo el torneo y Khachanov no tiene forma de hacerle frente porque está hecho un flan. Superado por la situación de verse por primera vez en la pista central de Wimbledon, el número 34 del mundo firma un primer parcial horrible en el que pierde todos sus saques (tres) y sin tomar una sola decisión decente, porque el break que consigue es responsabilidad de Nadal.
Avisado por Galo Blanco, su entrenador, Khachanov llega a la pelea por los octavos sabiendo que necesita dos cosas: la primera, jugar por encima de sus posibilidades; la segunda, rezar para que Nadal tenga un día gris. No hay otra combinación que le de opciones al ruso en este momento porque para tumbar hoy al mallorquín hace falta jugar muy bien, pero también mantener ese nivel durante un período de tiempo prolongado. Si entre 2015 y 2016 podía bastar con chispazos, aprovechando la crisis de juego por la que pasó el balear, en 2017 la intermitencia para frenar a Nadal es como querer apagar un incendio con vasitos de agua. Inútil.
Poco a poco, el número dos se encuentra con un rival más suelto, sereno y libre de cargas. Khachanov crece según avanza la tarde y el pulso se iguala irremediablemente. El ruso ya ha dejado de cometer errores infantiles (suma 11 seguidos en el inicio hasta que conecta su primer ganador, una barbaridad) y su saque ha tomado temperatura (pasa de un discreto 56% de primeros a un elevado 77%). En consecuencia, es un rival completamente distinto que se procura tres bolas de break en la tercera manga (con 4-3), que tiene bola de set al resto (con 6-5) y que llega al tie-break de ese set pidiendo más partido, que empiece el baile porque ya tiene los zapatos de gala puestos.
La reacción de Nadal es sorprendente: obligado a ir al límite ante un contrario en estado de gracia, una situación desconocida hasta ahora en el torneo, el mallorquín eleva su tenis y juega un desempate fabuloso que le da la clasificación para los octavos. Así, la segunda semana de Wimbledon, terreno de campeones, ya es una realidad para el español.
El mensaje está ahí, a la vista de todos. Abran paso, que Nadal ya llega y viene con mucha hambre.
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