“Soy consciente de que todo puede cambiar en el tenis de un día para otro”. El domingo, 48 horas antes de debutar en el tercer grande de año, Feliciano López arrancó una conversación con este periódico anticipando algo que terminaría ocurriendo después. El español, subido en una ola de confianza tras ganar el título de Queen’s el pasado fin de semana, se retiró de su partido de primera ronda de Wimbledon contra el francés Mannarino (7-5, 1-6, 1-6, 3-4 y abandono) después de lesionarse en la planta del pie izquierdo. Fue un final cruel para un jugador ilusionado con dejar su nombre en la historia del torneo más prestigioso del mundo.
“Estaba perfecto, pero he empezado a sentir un dolor en la planta del pie a principios del partido”, explicó el toledano. “Creía que era el típico dolor que aparece cuando te atas muy fuerte los cordones de la zapatilla. Ha sido de repente, sin hacer ningún gesto concreto. Pensaba que iría a mejor con los antiinflamatorios, pero no he notado esa mejoría”, prosiguió. “Estaba sin fuerzas para arrancar, no me sentía competitivo”, reconoció el 25 del mundo. “Es duro. A veces, hay cosas que uno no puede controlar en la vida. Que me pase esto justamente en la primera ronda de Wimbledon es una putada. Venía con mucha ilusión de jugar y tampoco sé el número de veces que me quedan por jugar aquí”, lamentó. “Es una pena. Me podría haber pasado en cualquier otro torneo del año y no aquí. Hay que aceptarlo y no queda otra porque estas cosas pasan en el tenis”.
A los 35 años, López llegaba como un tiro a Wimbledon, el torneo de sus amores. Tras ganar nueve de los 10 partidos que había jugado sobre hierba en 2017 (final en Stuttgart y título en Queen’s), el español se plantó en su cita más importante del año imaginándose en la pelea por las rondas importantes, soñando quizás con rebasar la barrera de los cuartos de final, donde se ha quedado frenado tres veces (2005, 2008 y 2011). Eso se borró de golpe, con un dolor que apareció sin avisar y que le obligó a sacar bandera blanca.
Antes del abandono de López, la admirable resistencia de Ferrer. El alicantino, sumido en una crisis de juego, (ocho victorias y 13 derrotas en 2017, ningún triunfo en hierba) y con su peor ranking en más de 12 años (39 del mundo, no estaba tan atrás en la clasificación desde marzo de 2005), se encontró de primeras con Richard Gasquet, semifinalista en Halle y Eastbourne, sus dos torneos preparatorios para Wimbledon. Mala suerte para Ferrer, avisaron los expertos que luego vieron cómo el español vencía 6-3, 6-4, 5-7 y 6-2 al francés y se clasificaba para la segunda ronda, donde se encontrará con el belga Darcis (4-6, 6-3, 2-6, 6-4 y 6-3 a Ricardas Berankis).
“Sabía que no iba de cabeza de serie y que me podía pasar”, recordó el alicantino. “Así que lo planteé desde el día a día, trabajando e intentando mejorar, que es lo que estoy haciendo. Se me habían escapado dos partidos duros en Halle y Antalya, pero no estaba jugando mal y eso me daba confianza para saber que podía tener oportunidades”, añadió el alicantino. “Me encuentro bien y por eso sigo intentándolo. Es cierto que las derrotas duelen cuando son partidos ajustados, pero vuelvo a tener ganas de competir y estoy haciéndolo”, celebró. “En los últimos 10 años he sido top-10 y he tenido muy pocos baches. Este momento tenía que llegar y es bueno para el aprendizaje de la persona. He llegado a tal punto que prefiero no pensar más allá ni marcarme un objetivo. Y estoy feliz así”.
En Wimbledon, el mundo al revés: Feliciano, llamado a hacer cosas grandes, se despidió a la primera por culpa de su cuerpo mientras que Ferrer salió vivo de un cruce que le llegaba en un momento bien delicado.
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