Al final del partido, la victoria dice tres cosas: que Rafael Nadal jugará por primera vez desde 2014 la tercera ronda de Wimbledon (6-4, 6-2 y 7-5 a Donald Young), que su proceso de adaptación a la hierba está más cerca de completarse y que en la siguiente ronda puede prepararse para sufrir, porque le espera el peligroso y descarado Karen Khachanov (3-6, 7-6, 7-6 y 7-5 al brasileño Monteiro) por el pase a octavos de final, que delimitan la segunda semana que se marcó como objetivo antes de empezar el torneo para aparcar la supervivencia y pensar en el asalto al título. [Narración y estadísticas]
“Son las 10 de la noche y estoy feliz de haber terminado el partido”, dice el mallorquín en su primera respuesta en castellano ante los periodistas. “Ha habido un momento dado en el que pensaba que tendríamos que esperar a que cubriesen la pista y pusiesen las luces, sobre todo cuando me ha hecho el break”, sigue. “Estoy contento de haber escapado de esta posible situación, de poder irme a descansar”, añade. “Casi todo el tiempo el partido estuvo bajo control. No sé hasta dónde puedo llegar, no pienso en eso ahora. Lo único importante es que hoy gané otro encuentro en Wimbledon. Esto significa mucho para mí”.
“En líneas generales, ha pegado muy bien desde casi todas las posiciones y ha estado muy atento para subir a la red y seguir bien las jugadas”, le sigue Toni Nadal, su tío y entrenador. “En estos dos partidos no ha perdido ningún set, aunque hoy se ha complicado un poco el tercero. Se ha puesto algo tenso a la hora de cerrar el partido y Young estaba eléctrico al final, pero haciendo una valoración amplia ha estado muy bien ante un rival que le ha exigido bastante más que Millman”.
En su vuelta a la central, donde el sol ya ha empezado a hacer las maletas, el mallorquín se encuentra con un baño de cariño que no es ninguna casualidad. Este jugador ha ganado dos veces Wimbledon (2008 y 2010), ha llegado a cinco finales consecutivas (2006-2011) y aunque no es Roger Federer, que levanta suspiros allá por donde pisa en Londres, tiene a la gente siempre de su lado, gritándole y animándole. De entrada, a su oponente no le gusta nada lo que hace la grada, por eso se encara con el público y le pide que sigan animando así en cada punto, que continúen haciendo ruido y armando jaleo, que se pongan del lado de Nadal y él ya verá cómo se las apaña.
A los 27 años, Young ha tenido tiempo de aceptar que no va a cumplir con las altísimas expectativas con las que arranca su carrera (proclamado por muchos en 2005 como el sucesor de Pete Sampras y Andre Agassi) ni con su aviso de juventud (“mi objetivo será ganar los cuatro grandes, y más de una vez”, dijo entonces). El estadounidense, curtido a base de palos y más palos, se ha estabilizado en la mitad de la clasificación (43 del mundo), muy lejos del lugar que esperaba ocupar, aunque bastante más cerca de las posiciones por las que se movía hasta hace bien poco.
Young, en cualquier caso, tiene tres cualidades que deberían incomodar a Nadal: es zurdo, es rápido y juega muy agresivo. El español, que como el primer día arranca con un break de entrada, le quita brillo a las virtudes de su contrario lanzándose a la yugular del estadounidense. Este es un Nadal que no especula, que muerde con un colmillo retorcido (37 golpes ganadores) y que sube a la red a la más mínima oportunidad (27 de 34 puntos gana en la volea). Este es un Nadal que saca con un rendimiento por encima de lo habitual (80% de puntos abrochados con primer saque, 60% con segundo) y que roza velocidades interesantes (media de 185 kilómetros por hora), más aún sobre hierba, donde el armado de la jugada vale triple.
Cerca de las nueve de la noche, y después de ceder un break cuando saca por el partido (con 5-4) y de recuperarlo inmediatamente (6-5 y saque), el segundo triunfo del número dos Wimbledon responde a la lógica sobre la que ha construido su leyenda. Tras debutar en el torneo después de más de dos años sin jugar sobre hierba, a Nadal le ha bastado un partido en césped para volverse peligroso. Todavía le queda para controlar la superficie por completo, algo que posiblemente nunca consiga, pero sus sensaciones apuntan a una línea que solo puede seguir siendo ascendente.
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