Roger Federer comienza a ganar su octavo Wimbledon la tarde del 8 de julio 2016. El suizo acaba de perder en semifinales del tercer grande del curso contra Milos Raonic y la derrota ha sido determinante para tomar la decisión más arriesgada de su carrera: descansar durante seis meses (adiós a los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, adiós al Abierto de los Estados Unidos, adiós a la Copa de Maestros) para recuperarse por completo de los problemas que sufre en el menisco de la rodilla izquierda (dolorido, pese a la operación de enero) y regresar a principios de 2017 en el Abierto de Australia, rodeado de incógnitas y con un ranking (17) que le va a obligar a jugar con los mejores desde la tercera ronda.
La histórica reaparición de Federer (títulos en Melbourne, Indian Wells y Miami) facilita lo que viene luego: por segunda vez, y alentado por el buen resultado de la primera, el helvético decide no jugar y descansar durante un buen período de tiempo (se salta toda la gira de tierra batida, que dura más de dos meses) y retornar en hierba, donde levanta el título de Wimbledon que amuralla su leyenda.
“Jugar Wimbledon y ganar Wimbledon son dos cosas distintas”, explica luego Federer en la sala de prensa, con una camiseta blanca que Nike le ha fabricado para la ocasión (Ro8er, se puede leer en el pecho con un 19 color oro adornando la parte trasera de la prenda). “El problema de no jugar es que le das una oportunidad a tu salud, pero los partidos son el verdadero termómetro para ver cómo te encuentras. Puedes entrenar muy bien y sentirte genial, pero la presión y los nervios llegan antes de los partidos. No se puede recrear eso en un entrenamiento”, prosigue el campeón de 19 grandes.
“No sabes cómo va a reaccionar tu cuerpo a esa clase de presión cuando te mueves y estas tenso. Por eso, necesito tener el equilibro perfecto entre entrenamientos, partidos y vacaciones”, insiste. “En algún momento tienes que jugar un mínimo de partidos porque si no lo haces vas a dejar de tener éxito. Será interesante ver cómo voy a manejar eso”.
“No teníamos garantía de nada, pero ha sido una buena decisión, aunque ahora es más fácil decirlo porque ha ganado el torneo y todo el mundo cree que no jugar era lo correcto”, explica tras la final Severin Luthi, uno de los entrenadores de Federer y el capitán del equipo suizo de Copa Davis. “Necesitaba un descanso después de Miami porque había jugado mucho tras estar medio año sin hacerlo”, añade el técnico, que como Ivan Ljubicic (su otro entrenador) fue partidario de parar cuando el equipo discutió los planes de futuro en el mes de marzo, con el viento soplando de cara (20 victorias y una sola derrota) para el genio suizo.
Así, y cerca de cumplir los 36 años (el próximo 8 de agosto), la gestión del esfuerzo ha convertido a Federer en un tenista tan peligroso como el que dominó el circuito con holgura en 2005 o 2006, cuando le sobraban piernas y pulmones. En 2017, más de una década después, Federer ha jugado siete torneos y ha ganado cinco (Abierto de Australia, Indian Wells, Miami, Halle y Wimbledon), se ha clasificado para la Copa de Maestros con más de media temporada por delante y ha conseguido escalar tanto en la clasificación (número tres) como para ilusionarse con recuperar el trono (suyo durante 302 semanas), que tiene a tiro porque no defiende puntos hasta enero, y ahora mismo a poca distancia (1205) de Andy Murray.
“Ahora tenemos que sentarnos mañana y decidir qué vamos a hacer con Montreal”, avisó el suizo, que en teoría debería regresar a la competición en el Masters 1000 de Canadá (desde el próximo 7 de agosto), pero que posiblemente revisará su planificación tras ganar Wimbledon. “Lo más probable es que juegue Cincinnati, el Abierto de los Estados Unidos, la Laver Cup (un novedoso torneo de exhibición que enfrenta a jugadores de Europa con otros del resto del mundo, similar a la Ryder Cup), Shanghái y la gira de pista cubierta. Ese es el plan por ahora”.
Por esa decisión pasarán muchas de las opciones del suizo para ganar el Abierto de los Estados Unidos, la Copa de Maestros y para soñar con volver a recuperar el número uno. En el abuelo Federer, que gana mejor que el adolescente, nada es casual.
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