Ni el mejor adivino del planeta podría haberlo visto. 14 años después de que Roger Federer ganase por primera vez el Abierto de Australia, en 2004, el suizo llegará al primer Grand Slam de la temporada en pleno 2018 como el máximo favorito para hacerse con el título de campeón, que sería el grande número 20 de su carrera. Ni el paso del tiempo ni la edad de Federer (36) ni la aparición de varias generaciones de nuevos jugadores han cambiado algo que es increíble, se mire como se mire: el suizo, que celebró la Copa Hopman el sábado junto a Belinda Bencic, es el tenista a batir en Melbourne.
“Ahora es distinto”, explicó Federer tras conquistar el prestigioso torneo de exhibición por equipos en Perth, que ya había celebrado junto a Martina Hingis en 2001, 17 años atrás. “Al ser joven sientes que podrías estar todos los días más de cuatro horas en la pista sin problemas. Te tienes que preparar muy bien y demostrarte que eres capaz de darle a tu cuerpo lo que necesita”, prosiguió el número dos del mundo, que con la madurez ha entendido como nadie la necesidad de hacer buenos descansos y la importancia de gestionar con cabeza los esfuerzos.
“Cuando llegas a los 36 años como los que yo tengo ahora, al ir haciéndote mayor, es un tema más de calidad que de cantidad. A día de hoy trabajo a tiempo parcial y me funciona bien. Es decir, juego por la mañana y descanso por la tarde, o al revés. He disputado casi 1500 partidos, así que debo ir con cuidado”, comentó.
Federer terminó su mágico 2017 cayendo en las semifinales de la Copa de Maestros de Londres con David Goffin e inmediatamente se marchó a descansar. Después de un curso redondo, con siete títulos (incluyendo el Abierto de Australia y Wimbledon) y un balance de 52 victorias por solo cinco derrotas, el suizo hizo las maletas y se fue con su familia lejos de las pistas, buscando una desconexión que le permitiese afrontar 2018 con la frescura que necesita en la etapa final de su carrera.
Tras unas semanas de entrenamientos en Dubái, en su regreso en la Copa Hopman, Federer ganó todo lo que jugó, derrotando al japonés Sugita, a Karen Khachanov, a Jack Sock y a Alexander Zverev en la final, pese a que el alemán le arrebató la primera manga. Aunque la cita es una exhibición, con todo lo que eso implica, ninguno de los participantes se toma los encuentros a broma, al contrario. En consecuencia, la actuación del suizo en el torneo se puede utilizar como un termómetro bastante certero de su estado, a pocos días de que debute en el Abierto de Australia (arranca el 15 de enero) con el objetivo de intentar revalidar la copa de campeón.
“Ahora solo tengo que seguir con este ritmo hasta mi estreno en el Abierto de Australia”, avisó Federer. “Estoy emocionado de volver a Melbourne, donde el año pasado viví un cuento de hadas. Fue una locura”, recordó sobre su victoria en la final de 2017 ante Rafael Nadal, el punto de partida a su resurrección. “Es fantástico ser el vigente campeón y me lo tomo de la forma correcta. No me voy a presionar más de la cuenta. Lo más importante para mí es mantener una mentalidad positiva y llegar bien preparado. Y siento que estoy listo”.
Mientras sus grandes rivales se entrenan para despejar incógnitas, (Nadal y el estado de su rodilla derecha después de retirarse de los dos últimos torneos del año pasado y de renunciar a Brisbane hace unos días, Novak Djokovic y su lesión en el codo derecho tras más de seis meses sin jugar un partido o Stan Wawrinka y una doble operación en la rodilla izquierda), Federer todavía no ha pisado las pistas del Abierto de Australia y tampoco le hace falta. El suizo tiene las tres cosas que necesita: inercia, confianza y seguridad para asaltar un título de récord.
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