“Tenemos una emergencia. Estamos perdiendo gasolina y el radar no funciona, es como si fuésemos ciegos. Lógicamente, volar en esta situación es muy peligroso. No nos queda más remedio que regresar inmediatamente al aeropuerto de origen. Por favor, mantengan la calma”.
El miércoles 27 de diciembre, cuando llevaba volando más de dos horas, Garbiñe Muguruza escuchó cómo el piloto al mando del Boeing A380 de la compañía Qantas que cubría la ruta entre Los Ángeles y Brisbane (13 horas y 55 minutos de duración) tomó la palabra para explicar a los pasajeros de la aeronave la situación a la que se enfrentaban tras sufrir una avería de gravedad que le obligó a tomar la decisión de volver al punto de salida. Como el resto de los viajeros, Muguruza se quedó en silencio mientras el avión daba la vuelta para deshacer los kilómetros del trayecto realizado, durmió esa noche en Los Ángeles y al día siguiente partió de nuevo hacia Australia, donde esta semana arranca su temporada 2018.
Como el curso anterior, la número dos mundial iniciará su calendario en Brisbane (defiende los 185 puntos de las semifinales) y viajará inmediatamente después a Melbourne para disputar el Abierto de Australia (desde el próximo 15 de enero). Como el curso anterior, Muguruza asalta 2018 con la idea de mantenerse bien pegada al plan que tantos buenos resultados le dio en 2017, y que fundamentó sobre la regularidad, esquivando con sufrimiento y consistencia los perjudiciales altibajos de otros tiempos.
“Al final, es más de lo mismo”, explicó la española a este periódico antes de estrenarse en el torneo el próximo martes contra la ganadora del partido entre Carina Witthoeft y Aleksandra Krunic. “Tengo que seguir por la misma línea del año pasado. Eso ha sido lo que me ha hecho llegar a mi máximo nivel, o al menos al máximo nivel que yo conozco”, prosiguió Muguruza. “No se trata de inventar nada. Se ve que cada partido cuenta muchísimo, como ocurrió al final de la temporada en Singapur con la pelea por número uno. Por eso, mi mentalidad es la misma que en 2017”.
Garbiñe terminó el año pasado con 47 victorias y 21 derrotas, su techo de triunfos de siempre y un balance mejor que el de 2016 (35-20), 2015 (41-19) o 2014 (41-21). La española, que celebró su segundo Grand Slam en Wimbledon y el trofeo de campeona en Cincinnati, un impulso para alcanzar por primera vez el número uno del mundo (lo mantuvo durante cuatro semanas), encontró en la estabilidad un importantísimo punto de apoyo para convertirse en una tenista temible.
Eso, que logró esforzándose desde su cabeza, es lo mismo en lo que ha puesto la diana esta última pretemporada con una intención clara: no perder la brújula que guió sus seguros pasos en 2017.
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