Posiblemente, las presiones en cascada, las comparaciones con jugadores legendarios y los debates sobre el potencial malgastado han merecido la pena. Este domingo, Grigor Dimitrov venció 7-5, 4-6 y 6-3 a David Goffin para proclamarse campeón de la Copa de Maestros de Londres, el título más importante de su carrera y el que tiene más valor después de los cuatro torneos del Grand Slam. A los 26 años, el búlgaro ganó el cruce decisivo jugando a tirones, con mucha más garra que brillo, y se fue de vacaciones cerrando la temporada por todo lo alto, convertido por primera vez en su carrera en maestro de maestros y como número tres del mundo, solo por detrás de Roger Federer (dos) y Rafael Nadal (uno). Casi nada. [Narración y estadísticas]
“No creo que haya un ingrediente secreto”, se arrancó Dimitrov, después de darse una ducha de champán. “Es todo un conjunto, todo el trabajo que hemos hecho, y como lo hemos estructurado en cada torneo para competir y jugar y estar listo”, añadió. “Uno de mis principales objetivos es ganar un Grand Slam. Siempre lo ha sido, y de nuevo es mi sueño. Poco a poco, gota a gota, estoy aquí”, aseguró el búlgaro. "Cuando mi cuerpo me permite hacer una buena preparación, siento que tengo ventaja sobre cualquier jugador. Y ahora es uno de esos momentos”.
Como no podía ser de otra manera, la primera final entre debutantes en la historia del torneo se compitió con muchos nervios (tres roturas de saque en los tres primeros juegos), varias imprecisiones y algunas decisiones tomadas a la ligera. Si Goffin empezó mal, lejos del tenista que remontó a Federer el sábado en semifinales, Dimitrov arrancó mucho peor, sin ser capaz de encontrar las líneas (un golpe ganador en la primera media hora) y demasiado errático, atropellado por la condición de favorito que le acompañó en el asalto del trofeo.
Hace unos días, en la fase de grupos, el búlgaro había abrumado al belga (6-0 y 6-2 en algo más de una hora). Entonces pareció que Goffin estaba muerto, que el altísimo desgaste de una temporada muy larga (76 encuentros antes de Londres) iba a convertir su participación en la Copa de Maestros en un paseo por el infierno en el que se quedaría irremediablemente atrapado. Goffin, sin embargo, se plantó en la final cuando nadie lo esperaba, se colocó 4-2 en el primer parcial, ganó el segundo para empatar el pulso y tuvo en su mano a Dimitrov en el tercero.
El número seis, que superó muchos momentos empinados apretando los dientes, de resoplido en resoplido porque sus tiros no le ayudaron a desarbolar a un Goffin muy agresivo (37 ganadores, por los 20 del búlgaro), sufrió vértigo al principio (mal comienzo), a la mitad (perdió el segundo parcial, pese a que su contrario estaba con la lengua fuera) y al final (dejó escapar sus tres primeras bolas de partido al resto, con 5-2), pero acabó ganando una final que le pone en el camino que le corresponde, por tenis, por cualidades y por condiciones.
En Londres, bajo la cúpula del O2 Arena, Dimitrov explotó al fin. Casi una década después de enamorar a los técnicos, con un período de madurez más largo de lo habitual, el búlgaro abrazó el título que confirma lo que ya se sabía. Este tenista tiene argumentos para tener muchas más noches como esta.
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