Ya nadie podrá decir que Lucas Pouille tiene miedo, que padece vértigo, que expuesto a la presión se disuelve como un azucarillo en agua. El domingo por la tarde, y después de sobrevivir al partido más importante de su vida (6-3, 6-1 y 6-0 a Steve Darcis), el francés resolvió la final de la Copa Davis en un quinto punto para cabezas duras (3-2) y llevó a los suyos hasta la décima Ensaladera de su historia, evitando que Francia se volviese a quedar en estado de shock tras acariciar el título (2-1 ganaban el sábado) y tener que recurrir a un encuentro límite cargado de emergencias como consecuencia de la victoria de David Goffin frente a Jo-Wilfried Tsonga (7-6, 6-3 y 6-2) en el cuarto enfrentamiento de la eliminatoria.
“Estoy muy orgulloso del equipo”, acertó a decir Pouille después de la victoria. “Queríamos estre trofeo y finalmente lo conseguimos 16 años después. Estoy muy emocionado. Jugar en frente de nuestros aficionados, de mi familia y amigos... lo que siento es de otro mundo”.
Pouille, que históricamente había sufrido temblores en encuentros de la máxima exigencia, atacó el cruce contra Darcis sin perder los nervios, y eso que había motivos para descarrilar emocionalmente. Minutos antes, el número 18 mundial vio desesperarse a Tsonga ante Goffin, que tras resistir a un primer parcial muy intenso (salvó bola de set buscando el 6-6) jugó un tenis de escuadra y cartabón, atropelló a su contrario y empató de nuevo la final, obligando a Francia a disputar un quinto punto que muchos no esperaban.
Ahí, con la gente volcada en las tribunas del estadio Pierre-Mauroy de Lille, apareció Pouille con el triunfo como única opción, porque una derrota le habría costado muy cara en Francia después de perder tres finales seguidas (dos de ellas como locales, en 2002 contra Rusia y 2014 ante Suiza) y encima en una serie ante Bélgica, con un equipo considerablemente inferior. Impermeable a todos esos pensamientos de filo mortal, Pouille tuvo la capacidad de jugar sereno y la magia que le distingue facilitó su propuesta, compuesta de magia, rapidez y concisión.
Darcis, por supuesto, le puso corazón, pero no le sirvió de nada. Para el belga, que sabe bien cómo desenvolverse en situaciones de margen pequeño, fue como echarle una carrera a un tren conduciendo una bicicleta. Salvo al principio, cuando arrancaron igualados desde la misma posición, Darcis nunca tuvo una oportunidad de acercarse a Pouille, jamás encontró la manera de inquietar al francés ni la forma de invocar a los fantasmas que se metieran en su cabeza para hacerle dudar ante los ojos de su público.
Siendo el claro favorito, Pouille por fin respondió de maravilla: empezó jugando bien el último punto de la final de la Davis, multiplicó sus méritos en el corazón del partido, mientras el gentío cantaba a coro La Marsellesa, acabó a un nivel sobresaliente que le despejó el camino hacia el título.
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