Escenografías para Calderón
Cuarto Centenario de Calderón de la Barca
2 enero, 2000 01:00Ilustración de Grau Santos
Calderón era "un moderno" que hizo cuanto pudo por ilustrar su teatro más original con las imágenes de su tiempo, no más ni menos de lo que intentó Andy Warhol en el suyo. Y perdón por la "in-comparación". Cuando política y culturalmente se está en la cresta de la ola, como lo estaba el barroco español en ese momento de la historia, todas las adopciones y préstamos novedosos a lo extranjero y universal se pueden permitir. Calderón no sólo estaba seguro de un estro poético que superaba estéticamente al de los ancianos humanistas, sino que quiso revestirse de sus galas, el trabajo de los escenógrafos perspectivistas italianos, el socorro de Cosme Lotti y otros, que eran expertos en la materia.No es cuestión de enfatizar más con pesada redundancia sobre el talento escénico de Calderón, que es todo un paradigma de movilidad, escribiendo "industrialmente" para el pueblo y la corte. No son ni más ni menos profundas en temas y estructura formal sus obras "de corral" y sus comedia aúlicas.
El teatro de corte le exigió todo aquel revestimiento ilusionista, surgido brillantemente de la arquitectura renacentista, de sus problemas e invenciones, en realizaciones materiales de todo punto admirables. Ya Cervantes había visto en las fiestas áulicas y papales italianas el aliño escénico, con amplia repercusión en la sensibilidad del espectador, que aportaban aquellos pintores y arquitectos. Pero a su vuelta del cautiverio en Argel, se encontró con todo el teatro español hecho de un golpe por Lope de Vega y sus seguidores. Solemne invención autosuficiente, pero todavía con raíces medievales, que contaban poco con una novedad foránea y lejos de su alcance. La escenografía de los corrales era de sobra elemental y primitiva. No obstante, ya en las representaciones sacras, aún más deudoras de lo medieval, en los autos sacramentales, se imponía la realización de algunos efectos ilusionistas, pero nunca recabados de la escenografía italiana moderna, sino del propio acervo medieval. Poquísimos proyectos dibujísticos y arquitectónicos quedaron de aquella ingente producción, porque casi se reducían a improvisaciones exaltadas y con escasísimo rigor, más bien fruto directo de la imaginación popular. Cervantes ya escribió "teatro español" con nostalgia de escenografía a la italiana, pero nunca lo consiguió y encontró siempre que el teatro español se privaba de una gran cosa. Ya era gran preocupación para él "el rigor" de la puesta en escena, su ilusionismo a la vez que su valor documental.
Calderón, no sólo lo encontró mucho más accesible, sino que escribió profundas comedias simbólicas de gran calado filosófico para ser deliberadamente "escenografiadas". Sólo en los últimos autos
sacramentales del Siglo de Oro se trató de imitar -por cierto, desmañadamente- el ejemplo áulico ceremonial consagrado por Calderón. éste hizo entonces "teatro moderno", entendido como espectáculo perfectamente organizado, en vistas a alcanzar la categoría de teatro total. Lo más extraordinario del caso es que los propios textos de Calderón fueron muestras y testimonios más sólidos que todo cuanto se realizó material y plásticamente y pudo admirar a sus contemporáneos. Pues las escenografías en proyecto de que aún podemos disponer, dicen poco sobre el efecto de su auténtica realización. No son proyectos que igualen en maestría a muchos contemporáneos suyos en Italia, no tienen esa "calidad". Nos descubren ciertamente el principio de la tramoya, como elementales bocetos, que luego tendrían su interpretación específica. Contando con lo perecedero de tales elementos del teatro barroco ornamental, la tramoya calderoniana apenas ha dejado resto alguno que no sea pequeña historia documental en lugares, ámbitos, maquinaria italiana, telares, mutaciones y glorias, que debieron ser asaz complejos, acercándose lo mejor posible -nunca sin superar a la escenografía operística italiana. Digo operística como enfatización general de la escenografía perspectivista e ilusionista, sus mutaciones a la vista, sus trucos de ocultación o presentación, transparencias, iluminación por espejos reflectantes, imitación de incendios, inundaciones, hundimientos de barcos y ascensión y vuelo de dioses y héroes.
Insistimos, pues, en que el testimonio más directo son las propias acotaciones de Calderón en sus comedias simbolistas, sin contar con todas las que privadamente se pondrían al margen por realizadores y artesanos. Estas comedias de tramoya son además textos de un fuerte calado conceptual, que nada tiene de forzado, sino de estimulante y permisivo de la más libre fantasía. Son comedias de entraña visual en perfecta simbiosis con el concepto y lo mismo pudieran servir -y de hecho, ya sirven- a los más vanguardistas escenógrafos contemporáneos, e incluso algo menos de lo que hubieron de estimular la imaginación de Appia las óperas de Wagner. Son campos abiertos a la creación enfatizadora del hecho teatral, como pueden entenderlo los más sofisticados y ricos montajes de la comedia musical americana, que aún vive del legado clásico, primer surtidor de "efectos especiales" de la historia del espectáculo.