Txomin Badiola, escenarios artificiales
Vista parcial de la instalación 'Bed song'
Una nueva entrega de las aventuras exploratorias sobre el obsesivo mundo de Txomin Badiola reaparece ahora en La Gallera. En esta ocasión, como en las anteriores, el cine, la literatura, el arte y la música se ponen en escena con el fin de dotar de apariencia doméstica a la masculinidad, la violencia y el sexo. Con mucha astucia y evidentes dotes profesionales, Txomin Badiola (Bilbao, 1957) salva las dificultades arquitectónicas del espacio expositivo, reduciéndolo a un mero plató. Con ello, echando mano de recursos artísticos de tendencia, de los que viene haciendo uso desde principios de la década de los noventa, a base de fotografías y un impecable montaje, a modo de barracón, el artista consigue llamar la atención del espectador.
De entrada, un sonido chirriante en el centro de la sala da paso a la instalación Bed Song, consistente en un habitáculo elevado sobre una plataforma. Lo que simula ser una habitación aupada artificiosamente, muestra en su interior una cama suspendida en el aire por una trama mecánica, y animada por una guitarra eléctrica. Una vez allí, el espectador sólo tiene la opción de mirar, y ver a medias, a través de unas ventanas y una puerta entreabierta, que no hacen sino dificultar la visión y aumentar la impaciente curiosidad de la mirada indiscreta. Sobre la cama, la guitarra, realzada por movimientos acompasados, exhibe desinhibida una mecánica erección, hasta alcanzar el momento álgido en el que una última fricción provoca el desparrame de un sonido entrecortado, y su posterior vuelta a la flacidez. Más allá de los poéticos artefactos empleados por Rebecca Horn, este artilugio celibataire, que el artista entiende como un asomo a la adolescencia, excita sin embargo la imaginación y las confesiones adultas. La habitación finge, más bien, un espacio ilusorio en el que toman cuerpo ensueños de onanismo al alcance de las edades nostálgicas. En la soledad de la cama, aquello que el artista intenta personificar en la cultura juvenil, no hace sino revelarlo como un atributo de otro tiempo que poco tiene que ver con los divertimentos solitarios de los jóvenes adolescentes postmodernos.
Este artilugio celibataire, que el artista entiende como asomo a la adolescencia, excita la imaginación y las confesiones adultas
Aligerado de ortopedias argumentales alusivas a lo juvenil -tan forzosamente calzadas en el arte de nuestros días como un recurso de fácil efecto y cómoda afección-, este habitáculo da cabida a más amplias y variadas interpretaciones. Cubierta por unos neones amarillos, a media luz, la cama se exhibe como un desenfadado escenario público en el que actúan por igual el drama y el placer, animados por los movimientos compulsivos de la guitarra Fender y sus ecos nostálgicos. Este artificioso ambiente, en el que Txomin Badiola acomoda los justos elementos escenográficos para que la acción llegue a su clímax sin mayor dilación, manifiesta una vez más el agudo talento del artista. Experto en la aplicación del bricolaje a funcionales ingenierías artísticas, logra edificar la tramoya adecuada para llevar a escena representaciones de equívocas lecturas.
De otro lado, y sin conexión aparente con el habitáculo, Txomin Badiola presenta en las paredes de la sala una aseada serie de nueve fotografías de gran formato, titulada Visitantes, en la que se muestra a diferentes personajes, cuya identidad queda velada. Con el rostro oculto, estos personajes aparecen rodeados de objetos, frases, colores, formas y espacios, dispuestos según un guión narrativo en el que se cruzan las lecturas. Si en la instalación Bed Song el objetivo era captar la ausencia en un espacio concreto, las fotografías de esta serie ponen en escena la presencia de aquellos personajes que, como sujetos fantasmales, pueblan desnudos los huecos oníricos de la indefinición. Rizando el rizo, en estas fotografías Txomin Badiola dirige los personajes a la acción, acompañándolos de su tradicional atrezzo: el que retrata al propio artista y exhibe sus a menudo seductoras obsesiones: la ropa deportiva, el Atletic, los libros de intriga y las lecturas sesudas, el ordenador y los pasamontañas, el cómic y la música de Ray Corniff.