El Cultural

"Cocodrilo Dundee...y mucho más"

Cine

13 septiembre, 2000 02:00

Australia 2000

El país artífice de grandes producciones como Mad Max y Cocodrilo Dundee ha tansformado progresivamente sus planteamientos. Del cine comercial de los años setenta, con cineastas de prestigio como Peter Weir y Gilliam Armstrong, ha evolucionado a un cine mucho más intimista y experimental, producto de una nueva generación de directores comprometidos.

Aparte de estrellas internacionales de la talla de Mel Gibson o Nicole Kidman (que aunque nacida en Hawai, se crió en Australia), de éxitos de taquilla como Mad Max, Cocodrilo Dundee o Las aventuras de Priscilla, y de filmes que han conquistado a la crítica y cosechado importantes galardones (incluyendo Oscars) como La boda de Muriel, Shine o Babe, el cerdito valiente, el cine australiano no se ha prodigado mucho en los circuitos internacionales, y menos aún en nuestras pantallas. Parece como si la distancia, en este caso, hubiese puesto obstáculos reales de distribución en favor de otras industrias más cercanas. Pese a todo, las antípodas (con sus vecinos neozelandeses) han dado buenas e inteligentes cosechas cinematográficas.

El estado de salud del cine australiano llegó a ser casi terminal a principios de los años setenta, debido principalmente al escaso interés que despertaba en los propios australianos las creaciones vanguardistas de los cineastas locales. Sin embargo, la intervención de los gobiernos rescató a la producción cinematográfica del caos, debido principalmente a la concesión de subvenciones y a la creación de la Escuela Australiana de Cine, Televisión y Radio, que permitió que toda una nueva generación de directores tuviera la oportunidad de llevar sus personales puntos de vista a la gran pantalla. Fue a partir de entonces, y durante toda la década de los setenta, cuando se produjo el auténtico renacimiento del cine australiano, que proporcionó más de 400 largometrajes desde 1970 a 1985.

Cine de autor

Los setenta también fueron testigos del emergente cine de autor, encabezado por cineastas que hoy parecen haber abandonado sus raíces para formar parte de la larga lista de las nóminas de Hollywood, como Gilliam Armstrong (Mujercitas), Peter Weir (El show de Truman), Phillip Noyce (El coleccionista de huesos) y Bruce Beresford (Paseando a Miss Daisy), y en el que despuntaron actores de aspiraciones mundiales como Judy Davis, Sam Neill o el mencionado Mel Gibson. Durante estos años, el siempre eficaz Peter Weir se ambarcó en varias coproducciones australianas, generalmente con Estados Unidos, como Matrimonio de conveniencia o El año que vivimos peligrosamente; si bien su filme cien por cien australiano más emblemático es Gallipoli, protagonizado por un jovencísimo Mel Gibson.

El principal problema histórico del cine australiano, por tanto, reside en que todo lo bueno tiende a marcharse del país hacia un único destino: Norteamérica. En esta tendencia, obviamente, resulta crucial el hecho de que compartan una lengua común y que durante la década de los ochenta se filmaran grandes producciones destinadas a un público internacional, como las sagas de Mad Max o Cocodrilo Dundee, cuyas primeras partes fueron dirigidas por los australianos George Miller y Peter Fraiman respectivamente.

En la década de los noventa una nueva ola de directores australianos llenaron las pantallas con producciones de enorme éxito, para crítica y público, como la oscarizada Shine, dirigida por Scott Hicks; o las extravagantes La boda de Muriel, de P. J. Hogan, y Las aventuras de Priscila, de Stephan Elliott. El cine contemporáneo de Australia se encuentra ahora mismo en una de las situaciones de mayor complejidad y diversidad de su historia, con títulos y cineastas de muy variados registros, pero con el común denominador de que todos ellos practican el intimismo mediante la exploración de las gentes y culturas locales. Quizá más que ningún otro año, 1998 supuso un giro radical en la forma de hacer cine de los australianos, aportando un cine innovador y de alta calidad. Unas películas que, según la prensa australiana, "han permitido que el cine australiano deje atrás de una vez por todas su tradición conservadora y sus formas demasiado literales, para buscar nuevas voces profundamente psicológicas".

Nuevas voces


Entre esas nuevas voces, se pueden destacar recientes estrenos (que no han llegado a nuestras pantallas, y probablemente nunca lo hagan) como The Boys, de Rowan Woods; Looking for Alibrandi, de Kate Woods; Two Hands, dirigida por Gregor Jordan; Head On, de Ana Kokkinos; Strange Fits of Passion, de Elise McCredie, Praise, de John Curran, o Radiance, de Rachel Perkins. Como se puede apreciar, esta nueva ola de jóvenes realizadores está mayormente formada por directoras, si bien no hay motivos muy claros para ello. Como veterana tienen de referente a Jane Campion (Sweetie, Un ángel en mi mesa, El piano), que a pesar de su origen neozelandés se formó cinematográficamente en el Instituto de Cine de Australia, y la mayor parte de sus trabajos son coproducciones entre Australia y Estados Unidos, incluyendo el último, Holy Smoke, que se ha estrenado recientemente en España y está protagonizado por Harvey Keitel y Kate Winslet. Otro reciente éxito internacional que ha contado con producción australiana es el filme de Damon Santostefano Tango para tres, protagonizado por Neve Campbell y Matthew Perry.

A pesar del uso que hace Hollywood de Australia como una zona estratégica para captar a directores, como si fuera una cantera lejana geográficamente pero cinematográficamente muy cerca; y a pesar de los pobres resultados en taquilla que todavía obtiene el cine australiano en su propio país, la mayoría de sus protagonistas se muestran optimistas respecto al futuro de la industria. Un futuro que, sin duda, depende de una larga lista de directores independientes.

C.R.