Antonio Muñoz Molina: "Sefarad es una enciclopedia de los exilios posibles"
Todo comenzó hace menos de dos años. Andaba por entonces Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) enredado en una novela que no le acababa de salir, y decidió recuperar dos historias que llevaban rondándole mucho tiempo: Copenhague -la historia del viaje en tren que hizo, siendo niña, una danesa de origen francés y sefardí por la Francia recién liberada en 1944- y Oh, tú que lo sabías todo, que era la historia del señor Salama, un sefardí que se salvó de los campos de concentración gracias al diplomático español Sanz Briz.
“De pronto -recuerda ahora el escritor- me dí cuenta de que entre esas dos historias existía una relación indudable. Al descubrirlo fueron surgiendo otras y otras, como si de un laberinto de historias de exilios y destierros se tratara. Sefarad es un sistema de voces que cuentan historias, una enciclopedia de todos los exilios posibles, el exilio del que se ve forzado a irse y el del que ha de quedarse. Surgió de manera poco premeditada, a partir de historias que ya conocía y que unidas cobraron sentido”.
Corría septiembre de 1999. Ahora, con el trabajo terminado, admite que, “sin saberlo, creo que me he estado preparando durante años para escribirla. La he trabajado muchísimo y me ha costado lo indecible darla por concluida, porque no quería desprenderme de ella”.
-¿Por qué ese título, Sefarad?
-Porque los protagonistas de muchas historias tienen que ver con la expulsión de los judíos y Sefarad era el nombre que ellos le daban a España. Sefarad simboliza además ese lugar ideal con el que todos soñamos. Es la infancia, el hogar que añoran los perseguidos. Sefarad es una metáfora de la nostalgia.
Nostalgias y derrotas atraviesan el libro, que parte de una certeza: “la novela, más que inventarla, hay que descubrirla. Cualquiera tiene una novela, así que más que crear nada el escritor debe saber escuchar. El libro es una novela de novelas que quiere narrar vidas reales que se enlazan unas con otras a la manera de Las mil y una noches. Tan reales que al final del libro publico la lista de todas las fuentes, porque no he hecho ficción en ningún caso”.
"Después de una visita a la URSS de María Teresa León y Alberti, María Teresa escribe de la ternura de Stalin, aunque su viaje coincide con varias tragedias"
-Quizá por eso, otra de las ideas esenciales del libro es que todos podemos ser víctimas y verdugos...
-Por supuesto. Ahora se sabe que en la Alemania nazi no había tanta Gestapo como se creía y que la mayor parte de las denuncias contra los judíos las hicieron honestos ciudadanos. Como decía una víctima, lo peor de mirar de frente a los hombres de la Gestapo era comprobar que tenían cara normal y que “cualquier cara normal podía ser la de alguien de la Gestapo”.
-Esta novela es muy diferente a Carlota Fainberg o Plenilunio. ¿No teme desconcertar al lector?
-En absoluto. No creo que ninguno de mis lectores sepa jamás cómo va a ser mi siguiente libro porque no tengo la menor intención de repetirme. Lo mejor que un escritor puede hacer es desafiar al lector, sin conformarse con lo que una vez ha funcionado, sin acomodarse jamás. Cada vez hay que intentar escribir algo nuevo y mejor.
-Afirmaba antes que ésta es una “novela de novelas”, de lo vivido y no inventado. ¿También cree que la novela ha muerto?
-A mí las afirmaciones sobre el fin de la novela me parecen discusiones bizantinas y sin interés. Ahora no me apetecía inventar nada, sino seguir el rastro de las cosas que otros habían vivido. Pero eso no significa que no crea en la novela como género, sino que sigo apostando por la novela como relato de vidas o de acontecimientos reales que se van entrecruzando. La realidad es más rica, fascinante y aterradora que cualquier pesadilla.
Intelectuales cómplices
-Hablando de pesadillas, su libro es un fresco terrible del siglo XX...
-Tal vez. A menudo olvidamos que las persecuciones o el exterminio son constantes en la historia del hombre, si bien el siglo XX las hace sistemáticas y a nivel de masas. Cualquier visión tenebrista que describa el siglo como el más negro olvida la emancipación de la mujer, la jornada laboral de ocho horas, o inventos científicos asombrosos. Lo que no quita que haya sido de una perversidad y crueldad terribles.
-Una perversidad y una crueldad de la que han sido cómplices muchos intelectuales.
-Tiene razón. Quien estudia el siglo XX se asombra de la ceguera con la que personas intelectualmente lúcidas negaban lo que amenazaba sus creencias políticas. Por ejemplo, cuando Bernard Shaw o H. G. Wells, que no eran comunistas, viajan a la Unión Soviética de Stalin, al volver cuentan que sólo han visto gente alegre y feliz. También después de una visita a la URSS de María Teresa León y Alberti, María Teresa escribe de la ternura de Stalin, aunque su viaje coincide con varias tragedias, como la detención del marido de Greta Buber-Neuman o la de Evgenia Ginzburg, confinada a un campo de trabajo por sus supuestas disidencias. La ideología puede cegarnos.
-¿Todavía? ¿No estamos aún libres del totalitarismo y sus terrores?
-En absoluto. Cuando se estudia el modo en el que el nacionalismo se apodera de Alemania tras la primera guerra mundial, o cómo ideologías supuestamente liberadoras como el socialismo o el marxismo se convierten en mecanismos aniquiladores, se advierte lo fácil que resulta que vuelva a pasar. Como dice Primo Levi, hay que saber lo que pasó porque fue posible y puede volver a ocurrir. El Holocausto nazi no es muy diferente del genocidio en Ruanda, proporcionalmente incluso es más terrible, porque allí se ha exterminado con machetes y palos. El totalitarismo sigue siendo una amenaza.
Quizá por eso vale la pena recordar una frase de la novela que de alguna manera la justifica: “Qué harías si supieras que pueden venir a buscarte, que tal vez figura ya tu nombre en una lista de sospechosos o traidores”. Y que cada cual responda como pueda.