Oda a la mujer cúbica
De tal manera entreteje su vida, su obra y las mujeres que comparten ambas, que el Jardiel moribundo del incipiente año de 1952 se comporta como Sergio, el melancólico coleccionador de mujeres de Usted tiene ojos de mujer fatal, y confecciona una relación versificada de las mujeres que más significaron en su vida, bajo el escueto título "La lista", cuyo principio reza así: "Como para elegirlas sólo atendí a la estética/, al repasar la lista de todas mis amantes/ -lista que no es muy larga ni en extremo sintética/- hallo hijas de mi familia, solteras anhelantes/, empleadas, bailarinas, dos primas estudiantes,/ cierta viuda aristocrática, joven y con brillantes,/ una, nada más que una, gentil peripatética;/ cuatro o cinco casadas sin dicha, y las restantes/ hasta hacer el total, que suman treinta y cuatro,/ fueron todas actrices de cine o de teatro"...
En Misterio femenino justifica la diversificación amorosa con implícita espiritualidad: "Deseo y quiero desde la adolescencia a una mujer interior" -escribe, de forma que "La Lista" parece una mera consecuencia de la búsqueda-; "la mujer cúbica, previamente forjada con arreglo a las exigencias de mi naturaleza: 100 x 100 bella, 100 x 100 inteligente y 100 x 100 sexual". El feminismo de Jardiel obedece a unos principios arraigados en el entorno familiar; se reconoce hijo de padres inteligentes, "fenómeno cada vez más raro", puntualiza con orgullo, pero la verdad es que en rarísimas ocasiones mienta al padre, mientras que doña Marcelina Poncela no se le cae de la boca: vallisoletana, católica sincera y practicante, de exquisito gusto, delicada y melancólica; pintora impresionista,obtuvo premios de cierta consideración en certámenes nacionales y extranjeros e inculcó a su hijo el interés por el arte.
Los hermosos ojos verdes de doña Marcelina se cerraron para siempre apenas cumplió su hijo 16 años, pero su nítida verdura le dejó una huella tan profunda que no sería ajena a su vida amorosa ni a su teatro.
En una de sus primeras producciones, El amor del gato y el perro, diálogo en un acto con aroma platónico, cuyo estreno retrasa hasta el año 1945, el mismo en que escribe Misterio femenino, asegura que la felicidad de dos amantes depende de su identidad instintiva con el perro o con el gato; los que nacen para ser amados necesitan un perro; a los que nacen para amar les va mejor un gato. Pero unos y otros deben saber: "El amor es, en sus cimientos, la atracción física de los seres; en su cúpula la unión armoniosa de las almas de esos seres, y en su masa, un edificio que se viene al suelo cuando fallan los cimientos y del cual lo primero que se hace añicos es la cúpula". ¿Y qué es lo que hace añicos la cúpula? La rutina, el tedio, el efecto demoledor del paso del tiempo que tanto afectaban a Enrique Jardiel Poncela en la vida real y que constituyen el armazón de muchas de sus mejores obras; Margarita, Armando y su padre o Cuatro corazones con freno y marcha atrás, pongamos por caso. Y no en menor grado, aniquilan el amor, la vulgaridad, la ausencia de imaginación y de fantasía que delata en Eloísa está debajo de un almendro.
El aburrimiento de la vida en común, que precede de alguna manera a la náusea vital existencialista, desbarata el romanticismo que Dumas elevó a la sublimidad en La dama de las camelias. Jardiel parte de la situación que le brinda la sobrecogedora historia que arrancó torrentes de lágrimas al rechazar categóricamente el aristocrático padre de Armando sus amores con la tísica cortesana Margarita Gautier.
Nuestro autor utiliza medios más eficaces para acabar con el apasionado y enfermizo romance en Margarita, Armando y su padre. En lugar de oponerse a la relación de los amantes, les facilita un chalecito en la sierra para que Margarita oree sus pulmones; pocos meses después la tuberculosa y el rico galán no se aguantan. Jardiel ya había satirizado el empalagoso romanticismo de Dumas, atribuyendo a Margarita Gautier esta destructiva sentencia: "Después de todo, ¿qué son la mayoría de los hombres? Una cabeza, dos brazos, dos piernas y un sueldo del Estado. Y lo único que merece la pena es lo último".
El autor gozó justificada fama de seducir mujeres hermosas, no por su discreto físico, sino por el exuberante ingenio que dispendiaba y por el precoz reconocimiento que logró. Y esa inclinación por la belleza femenina, patente ya en sus preliminares obras narrativas, es la que impondrá en el teatro. Las protagonistas de sus comedias, además de ser guapas serán distinguidas, elegantes e inteligentes; pero el último atributo sometido a la preponderancia del varón y dedicado por completo a darle felicidad. Tenía experimentado en propia carne el valor que aporta al hombre la belleza femenina, tal como hizo patente en esta máxima: "Al llevar al lado una mujer linda, los amigos que encontramos en la calle siempre tienen más cosas que decir que cuando vamos solos".
En esta certeza, considera que la mujer es el recurso más idóneo y efectivo para acometer la renovación del teatro cómico. Sin pararse en barras, acomete la práctica: a las hembras castizas de rompe y rasga, que hacen moratones al diccionario cada vez que abren la boca, Jardiel opone señoras y señoritas cultas; al percal colchonero, el tul o el muaré; al botijo, la capa de Murano; a las esposas y a las queridas molestas, damas complacientes...
A partir de Jardiel las heroínas teatrales no volvieron a ser las mismas y, en consecuencia, el propio teatro tuvo que adaptarse a sus exigencias. El autor sabe requetebién las complicaciones y los problemas que planteará en sus obras ese tipo de mujer sofisticada, porque los padece en la vida real. En una de sus "Frases célebres que no se han dicho", se manifiesta en tal sentido: "Una mano de mujer os inspirará una obra de arte. Pero esa misma mano os impedirá que la llevéis a cabo". SHAKESPEARE.
Cada una de las treinta y cuatro mujeres que componen "La lista" se corresponde con la protagonista de alguna de sus comedias.
Pero es en septiembre de 1943, en Barcelona, cuando tropieza con la experiencia que tan importante va a ser en su vida. Jardiel tiene ya 42 años y describe el incidente con un alto tono emocional: "Un verdadero drama que ha estado a punto de dar al traste con todo mi ser; la tortura máxima, casi la catástrofe". Una muchacha que ve pasar desde la terraza de un café y persigue impulsivamente, es la que más le afectará. Era la mujer cuyos ojos verdes obsesionaron a Mario en Agua, aceite y gasolina, escrita tres años más tarde, como al propio Jardiel le marcaron de por vida los de doña Marcelina.
Con su audacia característica, el autor la abordó en plena calle y al cabo de unas horas iniciaron la vida en común, ¡qué labia! La incorpora a su compañía y juntos emprenden la desventurada aventura teatral de Buenos Aires. El Jardiel que regresa de América es un hombre distinto. La mujer de los ojos verdes no le acompaña. El rotundo fracaso económico de la gira desvió la mirada de los ojos verdes hacia un boxeador que había hecho fortuna.
El vejatorio abandono le produjo "un sufrimiento que sería pueril tratar de describir con palabras". ¿Acaso no pudo adoptar la conformidad de Félix -protagonista de Las cinco advertencias de Satanás- a quien siete años antes le hizo declamar, premonitoriamente: "El amor es un timo. ¿Por qué le extraña que los timos cuesten dinero?" No pudo y no quiso: prefirió complacerse en la congoja sentimental que acabaría por sumirle en una profunda depresión que le mantuvo inerte a lo largo de 1944. Fue arduo conseguir que se sometiera a tratamiento médico, pero le gratificaría que el psiquiatra que le recomendaron resultó ser uno de sus fervientes admiradores.
A las pródigas dosis de anfetaminas que el simpático neurólogo le prescribió, Jardiel añadía por su cuenta otras tomas, ávido de superar el nihilismo profesional que tanto congratulaba a determinados colegas. Curiosamente, a veces el doctor compartía la toma y ambos hacían gala de una locuacidad sincera. Así obtiene el "curandero del espíritu" una información desinhibida, que le garantiza la infalibilidad del diagnóstico: Complejo de Edipo.
El profundo desconsuelo que ha originado al escritor el abandono de la indeseable amada se debe única y exclusivamente a los hermosos ojos verdes que la identificaban con doña Marcelina. Con la paciente ayuda de Carmen Labajos, actriz y madre de su segunda hija Mary Luz, Jardiel supera, hasta donde entonces era posible, el aniquilador estado depresivo; dulce, discreta, abnegada, Carmencita se compadeció de la ruina económica, física y anímica que le produjo el desengaño amoroso y regresó a su lado". Transcurrido un par de años, Jardiel le manifestó su reconocimiento elevándola a los escenarios como la Aurelia de Agua, aceite y gasolina; esposa de Mario, escritor enamorado de otra mujer inalcanzable, sería capaz de cualquier cosa para sacar al marido del abismo melancólico en que subyace.
Pero ni mucho menos aceptaba Jardiel el complejo de Edipo diagnosticado por el "neurólogo de cabecera", porque no admitía categóricamente las deducciones de ningún test. Aseguraba, por ejemplo, que "de acuerdo con la grafología, para tener un carácter sereno, ecuánime y ordenado, lo mejor es escribir siempre a máquina".
Luego si en su vida se dignó pulsar una tecla es porque prefería la inquietud y el caos que conlleva el amor... Puro teatro.