António Lobo Antunes: "En literatura me gusta sentir la sangre"
António Lobo Antunes (Lisboa, 1942) es uno de los más imprescindibles novelistas europeos del momento. Entre sus novelas más importantes se encuentran Tratado de las pasiones del alma (1990), El orden natural de las cosas (1992), El esplendor de Portugal (1997) o Exhortación a los cocodrilos (1999). Siruela ultima la traducción de No entres tan deprisa en esa noche oscura mientras en Portugal aparece su última novela. Así es Lobo Antunes, quien escribe con bolígrafo. Lo posa en la página y por el río de tinta navegan los personajes de un mundo a medias real, a medias inventado, un mundo de trágicos días en Angola y tranvías de Benfica que llevan siempre a las mismas personas.
Dejó la psiquiatría (su ocupación primera) en cuanto pudo vivir de la literatura. Pero sigue pasándose por su despacho en el hospital lisboeta en el que trabajaba. Allí charlamos con él, interrumpidos tan sólo por su hija. “No viene nunca por aquí, pero vio mi coche aparcado y se detuvo para darme un beso”. En Portugal publica ahora su nueva novela, Que farei quando tudo arde? (¿Qué haré mientras todo arde?) y en España la semana que viene verá la luz el libro de entrevistas de María Luisa Blanco Conversaciones con António Lobo Antunes (Siruela).
-Su nueva novela añade ciertas novedades a su obra.
-¿Usted cree? Profundiza en el trabajo con la prosa emprendido en las anteriores. Es el libro mío que me parece más acabado, el que más me gusta. Este mismo mes he comenzado otra novela, que sigue esa búsqueda del lenguaje. Tal vez haya novedad en el tema, en los personajes (trata el tema del travestismo), pero la búsqueda es la misma.
-El título viene de un verso de un soneto de Sá de Miranda que habla de un amor contrario a la razón.
-Nunca tengo título al acabar una novela, y al terminar ésta apareció el maravilloso soneto de Sá de Miranda. La idea es: no somos más que un anhelo. Desde que el hombre existe las preguntas, los problemas, son los mismos. Por eso están de actualidad Quevedo, Cervantes, Camões.
-Las preguntas son las mismas, pero a menudo nos sacuden sucesos como el atentado de Nueva York.
-Un acontecimiento trágico, sin duda, pero mientras vivimos los bombardeos continúan; cuanto ocurre es violento y de alguna manera nos afecta. Todo esto es extremamente complejo para nosotros, ibéricos, que debemos tanto a los árabes. Produce en nosotros una terrible división interior. No es agradable ver bombardear un país donde casi todos son inocentes.
Hombres a la medida de Dios
-¿Ha hecho esto necesario replantearse el papel del escritor en la sociedad actual?
-El escritor debe dar su opinión como ciudadano, y escribir.
-Hay una dimensión ética en su literatura.
-Sí, claro. Hace un par de años, en la Feria del Libro de Madrid, se me acercó un hombre para que le firmase un libro. Cuando le pregunté su nombre me dijo: “Miguel de Unamuno”. Quedé asombrado, claro. Era su nieto. Unamuno es el mejor ejemplo de dimensión ética de la literatura. No sólo en sus libros, también en su vida. Su discurso en Salamanca ante Millán Astray es todo ejemplo. De vez en cuando, Dios hace hombres a su medida.
»Si eres un buen escritor debes enseñar a tus lectores a leerte; si dices algo nuevo, en principio hay una resistencia natural por su parte, hay que vencerla, hay que seducir al lector: la literatura es el arte del rigor. Pocas veces he hablado mal de colegas escritores: cuando lo he hecho ha sido porque he visto una ausencia de sentido ético en su escri tura. No te puedes dedicar a repetir una fórmula de éxito: cada nuevo libro debe ser un nuevo desafío. Es la única forma de ser honesto contigo mismo, y con los lectores.
-Portugal es siempre el escenario de su obra: la Revolución de los Claveles, la Guerra de Angola, la historia íntima del barrio de Benfica... Pero hay siempre una perspectiva crítica. El mismo título de El esplendor de Portugal es muy irónico. ¿Qué entiende por ser portugués?
-Necesitaba un escenario en el que ambientar mis libros, inventar una lengua. Mi país no es esto llamado Portugal. Mi país es el país de Chejov, de Beethoven... En Angola, en la guerra, sentí en mi propia carne todos esos sustantivos elevadísimos, Patria, Honra, Identidad... Mierda, ese es el verdadero sentido de los nacionalismos. No creo en los nacionalismos. Mis amigos españoles vienen a Portugal y dicen: “Es igual que España”. A mí también me lo parece. Torga, a quien respeto mucho, insistió en esa idea: me siento, como él, ibérico. En Madrid, en Galicia, me siento como en casa. Son barrios de mi ciudad. Pero eso no lo siento en Alemania o Inglaterra. Por eso antes me molestaba el escaso éxito de mis libros en España; me parece que el público español es parte de mi público natural.
»Gracias a Dios no soy político. Sólo puedo decir una cosa: del mismo modo que digo que me siento ibérico, puedo decir que no me siento europeo. Cuando he estado en áfrica, me he sentido más cerca de la gente que cuando he estado en Suecia. En el europeísmo hay cierta tendencia a minusvalorar lo que hacemos. ¿Hablaremos todos inglés de aquí a 50 años? Suena exagerado, pero quién sabe... Del mismo modo que hay que evitar los nacionalismos estériles, hay que saber valorar lo que hacemos. Creo que el nivel medio de la poesía y la novela que se escriben en España está por encima de lo que se está haciendo en el resto de Europa, cualquier país quisiera tener a un Javier Marías, a un Marsé, a una Ana María Moix. Y hay excelentes pintores, arquitectos. Yo me siento parte de eso, mucho más que de lo que pasa en otros países.
-Antes africano que europeo.
-Dumas se preguntaba por qué hay tantos niños inteligentes que acaban convirtiéndose en adultos imbéciles. Es el resultado de una castración educativa típicamente europea que impone tantas cosas prohibidas que termina por paralizar.
La dignidad y la guerra
-Sus personajes se ven enredados en los recovecos de la Historia portuguesa.
-Sí... Pero yo escribo novelas, “epopeyas líricas”, como ha dicho alguien. Mis novelas están llenas de errores, de lapsus históricos, pero eso no me importa. Me da miedo caer en el documental, en el reportaje: eso son cosas para gente sin talento.
-No le gusta hablar de su experiencia en la guerra de Angola.
-¿Sabe lo que más me asombra? No tener ningún sentimiento de culpabilidad por las cosas horribles en las que participé. Me lo pregunto a menudo, y no lo entiendo. Una vez, en Alemania, un periodista me preguntó qué había sentido al matar gente y si no me avergonzaba de ello. Aquella noche tuve pesadillas. Pero sólo aquella. Me gusta la gente, no entiendo por qué no sentí algo malo.
-Alguna vez ha hablado de su relación con Ernesto, su capitán en Angola, de su hija diciéndoles: “¿Cómo pueden dos amigos pasarse el día juntos sin decirse nada?”.
-Ernesto era un ser realmente admirable, el hombre más valiente que haya visto bajo el fuego, el único capitán que estaba en contra de la guerra, el único que fue candidato contra las listas de la União Nacional. “La revolución se hace por dentro”, decía. Compartíamos muchas cosas, entre ellas el amor a la literatura. Era un modelo de coraje, de dignidad. Poco antes de morir, me dijo: “Esta noche me desperté mojado. No me dejes morir sin dignidad”.
-¿Nunca hablaban de la guerra?
-Nunca, jamás después de regresar de Angola.
-¿Nunca?
-Sólo al final, cuando el cáncer ya le podía. Pero llegaba su mujer y entonces decía: “No hablemos más”. Jugábamos al ajedrez, podíamos pasarnos muchas horas juntos sin cruzar palabra. A veces la amistad es tan perfecta que no hace falta hablar para decirlo todo.
-Otro gran amigo suyo era el escritor José Cardoso Pires.
-Otro hombre duro, que sufrió mucho durante el fascismo. Me llamaba cada mañana, y a los cinco minutos volvía a llamarme y me decía: “¿Qué te ocurre? Me pareció que estabas triste.” Eran hombres muy masculinos, sin vergöenza de mostrar su lado femenino, su lado maternal. En la amistad no hay celos, no hay envidia, no es como el amor. Acepto la infidelidad en el amor, pero nunca la aceptaría en la amistad.
El poder y la literatura
-Estuvo usted muy metido en política, incluso fue candidato del Partido Comunista.
-Sufrí una gran desilusión. El Partido Comunista carecía de democracia interna, había por todas partes un cierto espíritu conspirativo. Fue como con la literatura: comencé con una idea muy romántica y descubrí que, por dentro, todos los partidos son execrables. Sólo hay proyectos de poder personal, un juego de ofertas y contraofertas. Llegaron a decirme: si tú ayudas al partido, el partido apoyará tu carrera literaria. Pero el escritor debe ser siempre un contrapoder. Me gustaría ser del Partido Comunista, pero para mí es imposible. Hay un lado eclesiástico en el partido que me repugna.
-Parece muy empeñado en desmitificar la figura del escritor.
-Sí, desde luego. Me repugna la idea del escritor como ente superior, por mucho talento que tenga. Cuentan de la actriz Sarah Bernhard que iba un día por la calle y un hombre la detuvo. “¿Es usted Sarah Bernhard?” A lo que ella respondió: “Lo seré esta noche, cuando suba al escenario”. Celaya hablaba en un poe-ma de lo importante que es estar en medio de la gente, pero también solo a veces. Yo soy António, y, sólo en los libros, Lobo Antunes. Claro que no siempre están mal los efectos secundarios de ser escritor. Un amigo mío lo decía: yo me hice escritor para estar rodeado de mujeres hermosas. Pero las mujeres hermosas siempre acaban prefiriendo a los banqueros ricos y orondos.
-Ha convertido Lisboa, en sus novelas, en sus crónicas, en un “territorio literario”: Lisboa resulta bien diferente después de haberle leído, más verdadera, aunque tal vez su opinión sea diferente.
-[Risas]Bueno, las calles existen, no les he cambiado el nombre, y aparecen tal como son, no he cambiado las casas de sitio. Hace unos años apareció en Alemania un libro titulado Geografía de Lisboa en el que se reconstruía, a través de mis novelas, la ciudad. Ya le digo, calles, casas, todo es preciso, geográficamente hablando, en mis novelas. Otra cosa es lo que ocurra en esos decorados, incluso que el espíritu de mis personajes sea realmente el de la ciudad. Aunque claro, todo eso, siendo tal vez inventado, no es más que el poso que en mí ha dejado la vida, la vida en Lisboa.
-Pero usted conoce bien Lisboa.
-No, no lo crea. Yo crecí en Benfica, un barrio periférico que en tiempos de mis padres ni siquiera era parte de Lisboa. Yo iba a estudiar a la ciudad. Benfica era un microcosmos diferente. A Lisboa iba al cine, a la discoteca con mis amigos cuando tenía dinero, a las librerías... En Benfica conocías a todo el mundo. Pasaba el tranvía y parecía que siempre llevase a la misma gente. Era como si fuera de mentira, como si siguiese un circuito circular y sólo llevase actores o figuras de cartón piedra. Lisboa es una palabra muy grande. Prefiero hablar de ciertas calles, de ciertos rincones...
Portugal visto por un portugués
-Ha dicho que detesta el fado, que le horroriza Pessoa... No deja un símbolo portugués en pie.
- Estoy harto del fado. Me cansa su saudosismo, es reaccionario. Fue la canción del Régimen, y aún lo es. En cuanto a Pessoa, no se me ocurriría negar que es un gran poeta, pero no me maravilla. Prefiero a Drummond de Andrade, a João Cabral de Melo Neto. En la literatura (y en el arte en general...) me gusta sentir la sangre, y Pessoa era muy intelectual. El arte que es sólo trabajo cerebral no consigue apasionarme. Portugal es injusto. Cada siglo ha ido encontrando un poeta mejor que Camões. Pero todos pasan, y Camões queda. Él inventó nuestro idioma tal como lo hablamos hoy. él es el verdadero gran poeta portugués.
-A veces da la impresión de que habla más de futbolistas portugueses que de escritores.
-El deporte ha sido siempre muy importante para mí. Yo tenía un compañero en el instituto (hoy prestigioso crítico literario) al que veía con sus amigos, muy estirados, hablar de literatura mientras yo jugaba al hockey. No hacían deporte, no iban de putas. Tenían unas vidas asépticas. No se manchaban las manos de mierda, de semen. Esa vida no me interesó nunca. Recuerdo ir a patinar al Jardín Zoológico, todas aquellas muchachas vestidas de blanco, haciendo piruetas bajo los árboles... Parecían ángeles.
-Son muchos los que dicen que el Nobel portugués debería haber sido suyo.
-Bueno, hay que desmitificar un poco ese premio. No es Dios quien lo da, sino unos cuantos señores que se reúnen una vez al año. Hay tantos escritores que me gustan (¡Tolstoi!) a los que no se lo han dado... Y los ha habido absolutamente ridículos, como el de Cela. Los premios son agradables y aleatorios. Antes mi vida era un tormento a partir de setiembre. Luego llegó el sosiego, cuando se lo dieron a Saramago, y ahora vuelve el tormento. No pienso en eso. Fue muy divertido hace tres o cuatro años, en Holanda. Todos parecían convencidos de que me lo darían, y estaba rodeado de periodistas. Se dio el fallo, y desaparecieron. Divertido y absurdo. Uno es el mismo escritor con premio o sin él, ¿no? A Naipaul lo conocí en Londres. No le admiro especialmente, la verdad. Pero los premios... Cosas como el asunto de los Planeta plantean muchas reservas no sólo intelectuales, también morales.
-Usted no se puede quejar, su éxito en Portugal fue temprano, a pesar de ser un novelista tardío.
-La primera novela la publiqué con 37 años, pero para entonces ya la habían rechazado varios editores y yo estaba escribiendo la tercera. Tras la caída de la dictadura todos esperaban la publicación de obras maestras hasta entonces escondidas en los cajones; pero no había tales obras. Y además, quienes habían tenido que escribir sometidos a la censura no supieron librarse de los vicios adquiridos: situar sus narraciones en la antigöedad, en países imaginarios... No conseguían hablar de la actualidad. Creo que esa fue una de las razones de mi éxito. Pero hubo quien me elogió y también quien me rechazó frontalmente, lo que me pareció muy raro. ¡Sólo era una novela!
-Sin embargo, ahora hay unanimidad sobre su obra.
-En Portugal ahora hay cierto sentimiento de mala conciencia con respecto a mí, por ciertas actitudes del pasado. Ahora soy algo así como “el escritor”. Se publican estudios sobre mí, este año saldrá una fotobiografía... Resulta divertido, porque yo no he cambiado. Al principio mi actitud chocaba. Recuerdo una entrevista en televisión. El presentador me dijo: “Natália Correia dice que la poesía sirve para comer”, a lo que respondí: “Por eso estará tan gorda”. Cosas así. No era para tanto, pero me pasaron factura. Mi prestigio en Portugal deriva de mi prestigio fuera. Nunca he aceptado los juegos con el poder, como los aceptó, y los acepta, Saramago...
-Ahora viene a España para participar en unas jornadas, “Perfil de Portugal”, sobre su país. ¿Le parecen necesarias este tipo de jornadas?
-No. A los escritores hay que leerlos, no oírlos. La reputación de un escritor se consigue publicándolo, leyéndolo... Voy porque me gusta España, porque me siento como en casa, porque siempre me reciben muy bien. ¿Quiénes son los otros escritores? [Se los leo]. Carlos Reis es un pesado. Y más que escritores, hay portugueses que escriben libros... Bueno, será divertido.
-¿Todavía recuerda aquel poema de Drummond de Andrade que habla del envejecimiento?
-Sí. ¿Lo conoce?
- “Tal vez una sensibilidad mayor al frío”,
- “Ganas de volver más pronto a casa”... Es muy hermoso ese poe-ma. Lo único que me da miedo es no tener tiempo para escribir lo que quiero escribir. Sólo dos novelas más, dos, y estará todo hecho. Una sobre las sectas religiosas y, finalmente, otra autobiográfica. Y entonces romperé el bolígrafo. Espero que me dé tiempo al menos a eso...