El Cultural

Cautivos en la isla

17 enero, 2002 01:00

Fot. de José AYMÁ

En la muerte de Camilo José Cela

De forma un poco sorprendente, pese a lo prestigioso y prolongado de su obra, mucha de ella narrativa, Camilo José Cela fue adaptado al cine pocas veces y de forma tardía, pero con una voluntad de hacer algo importante que revela el respeto de productores y directores a los originales.

Los años cincuenta, tristes y sombríos en la Península, eran distintos en las islas y en Palma de Mallorca. Corría un aire diferente, quizás más civilizado, más europeo, sin duda más libre. Camilo José Cela recaló en Palma de Mallorca en el año 1954. Veraneó en Pollensa, regresó a Mallorca y se instaló definitivamente en esta ciudad un año más tarde. 1955 fue, pues, un año esencial en su vida y en su obra. También para la isla, por supuesto. Mejor dicho, sobre todo para la isla.

Vayamos por partes. Cela, Charo Conde -su mujer-, y su hijo Camilo se instalaron primero en una casa situada en la calle Bosque, del Barrio de Son Armadans, donde un año más tarde nacería la mítica revista del mismo nombre. Al cabo de un par de años se trasladaron a la calle Villalonga, también un territorio fronterizo con Son Armadans, hasta que le encargó a dos arquitectos locales la casa de la Bonanova. Allí vivieron hasta su marcha, ya sin retorno, a finales de los 70.

La relación entre Camilo José Cela y la isla fue mutuamente enriquecedora, aunque me parece evidente que fue muchísimo más decisiva la influencia del escritor en la vida palmesana de los años cincuenta y sesenta. Al cabo, supo reunir en torno a su persona, su revista y su casa misma a una serie de amigos inquebrantables, muchos de ellos médicos, como los Garau, los Servera, los Caudet o los Jordana, miembros de la burguesía mallorquina, una burguesía culta, con inquietudes, pero situada y confortable. Eran gente inquieta, a los que llamaba la atención y deslumbraba el talento y la vitalidad de Cela. Ambos se encontraban a gusto mutuamente, él entre los médicos burgueses y ellos con él. Hay que mencionar que estas personas eran lo más parecido a cierta modernidad europea que existía en España en ese momento.

También, por supuesto, Cela frecuentó a los escritores de la isla, a los Blai Bonet, Llompart, mientras recibía constantes visitas de autores españoles del interior y del exilio, y celebridades extranjeras. Organizó cursos, conferencias, mil actividades que encendieron la isla de una manera asombrosa en aquellos tiempos. Porque lo cierto es que fueron años de una intensísima vida social para los Cela, en los que las relaciones personales resultaron importantísimas. Quizá me atrevería a definir al Cela balear como una figura exultante, entre Il Vitelloni de Fellini y la Costa Azul pasado por un tamiz burgués insular, pero sin la desidia de Vitelloni, claro está. Insisto, la que convierte en uno de los suyos a Cela es una clase culta, con dinero, curiosidad intelectual y cierta capacidad de diversión pero sin excesos.

Era frecuente verlo callejeando con amigos, comiendo con ellos en el restaurante Patio, por Formentor, por los bares y cafés del barrio de Son Armadans. También, insisto, organizaba fiestas, conferencias, en las que le interesaba que estuviera representada la Mallorca oficial. Fue un revulsivo. En dos direcciones. Para decirlo sin ambages, Mallorca fue su portaviones, Aquí escribió la mayor parte de su obra y creó algo tan esencial para él y para la cultura española de su tiempo como la revista "Papeles de Son Armadans", que fue su Foreign Office, su Ministerio Oficioso de Asuntos Exteriores. En la revista también encontraron cobijo tanto autores locales en escribían en catalán, figuras internacionales y poetas trasterrados. Sé que no debo extenderme en este tema pero resulta imposible no mencionar siquiera hasta qué punto fue una gran revista, la gran publicación española moderna de literatura , a través de la cual tramó una red de contactos que luego le resultarían de extraordinaria utilidad en el futuro.

Por otra parte, Mallorca influyó decisivamente en la producción de Cela, en cuanto que le supo conceder la tranquilidad absoluta y ese desapego de la capital y sus tensiones que necesitaba para trabajar en libertad absoluta. Gracias a su aventura balear, por ejemplo, conoció a algunos de sus mejores colaboradores, como Caballero Bonald, Fernando Corugedo o Fernández Molina. También a quienes entonces comenzaban sus carreras literarias, a jóvenes escritores emergentes como Baltasar Porcel. En aquellos años, los poetas jóvenes se acercaron a Cela y le reconocieron como maestro y él los acogió con generosidad indiscutible. La revista era malloquina, estaba apoyada económicamente por gente de Mallorca, pero no estaba ni pensada ni realizada con una visión localista ni periférica, todo lo contrario, su ambición era tal que su sucesora, los actuales "Cuadernos de Iria Flavia y papeles del Extramundi" carecen de su frescura, de su vigor, de la altura de sus colaboraciones y de la audacia de sus propuestas. Quizá porque Cela ya no era el mismo y tampoco eran los mismos quienes trabajaban con él.

Camilo José Cela frecuentó a Joan Miró, con quien llegaría a mantener amistad aunque no eran demasiado afines. Así, uno de los primeros números de su revista se dedicó monográficamente al pintor. Fue en 1957, al año siguiente de la creación de "Papeles", pero jamás perdieron el contacto, más aún, durante los siguientes se trataron asiduamente y fueron amigos. También conoció a Robert Graves, aunque nunca intimaron, quizá porque el poeta inglés vivía en Deia o más bien porque ambos tenían personalidades fortísimas y siempre protagonistas.

En ese ambiente cargado de electricidad creativa y de energía, rebosante de talento, destacaba la figura serena, vital y entusiasta de su primera mujer, Charo Conde. Es de justicia proclamarlo bien alto: en esos años cruciales para el hombre y el escritor, en lo íntimo y en su proyección pública, su mujer tuvo toda la importancia del mundo. Desde la intendencia, le dio la serenidad que precisaba. Se ocupaba de todo, de los asuntos minúsculos y de los mayúsculos, de temas a esos a los que Cela no descendía y de otros a los que no llegaba. De todo. Bastaba con entrar y echar un vistazo a la mesa de trabajo del escritor para comprobar el lugar que ocupaba en él. Sin su ayuda nada hubiera sido igual, aunque cada pareja sea un mundo y creativamente Cela fue siempre Cela. La decisión de abandonar definitivamente Mallorca fue un varapalo terrible para la isla. También para sus amigos, que perdieron definitivamente el contacto con él. Los lazos de amistad, esa amistad entrañable, sincera y cómplice de veinte años, se perdieron para siempre, y con ella lo hicieron todos: sus amigos, los escritores, los burgueses. Y Cela. También Cela.

Leer otros capítulos

1. Qué sola la mañana...
2. El latido del aire
3. Aquellos años cuarenta
4. Papeles de un erudito
5. La voz tras la mordaza
6. El testigo de Arrabal
7. De muchos y de buenos amigos
8. El Nobel, para uno de Padrón
9. El escritor y su personaje
10. El narrador: cómo se hace una novela
11. También era un poeta
12. El escritor oficial, el poeta auténtico
13. En el corazón de la novedad
14. Tres obras y dos versiones
15. Un canto a la supervivencia
16. Al cine desde el respeto
17. Galicia de ida y vuelta
18. Cautivos en la isla
19. Vuelta a La Alcarria
20. Dama oscura
21. La casa de la Vida
22. Profesor de energía