El Cultural

Tres obras y dos versiones

17 enero, 2002 01:00

Cartél de Tino Calabuig

En la muerte de Camilo José Cela

Cela no era lo que suele llamarse "un poeta", pero la poesía le era menos ajena que afín. La veía -creo- a una cierta distancia y con más desconfianza que desdén. En su juventud la había cultivado y hasta se podría decir que en ella hizo su primera etapa que fue -y él lo sabía- menos a caballo que a pie. A caballo fue su paso por las oriflamas de los ismos, que a él le interesaron no en lo que tenían de reflexión teórica sino en lo que suponían de postura extremada y de exageración. Cela en realidad fue un expresionista que, trasnochando a veces en los últimos bares de un ya periclitado gongorismo, se sentía atraído por el mundo de ensoñaciones tragimágicas que suele haber en el transfondo más oscuro de lo surreal.

La peripecia teatral de Camilo José Cela no alcanzó, obviamente, las cumbres de su narrativa. Es una rareza dentro del colosalismo de su obra con la que revolucionó la novela española heredera del XIX. Y es, por supuesto, una rareza, y además extraña, en el panorama teatral español. Su última aventura de la que se tiene noticia insuficiente, pues no llegó a subir al escenario, es de 1997. Se llama Homenaje al Bosco II. La extracción de la piedra de la locura o la invención del garrote. Acaso algún día se revise este texto desmesurado cuyos derechos de representación están en manos de la Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid. Es un texto elefantiásico, con una desmesura de ensoñaciones, sueños, pesadillas y fantasmagorías. Una áspera polémica se produjo sobre este texto, en opinión de algunos irrepresentable por la aludida desmesura. Fue un encargo de Ruiz Gallardón que luego originó graves desencuentros con la Comunidad por cuestiones dinerarias de presupuesto y honorarios. Se consideraron excesivos los 100 millones que parece que Cela exigió por su trabajo.

Ideado como celebración del centenario del 98, Homenaje al Bosco II es un recorrido alucinado por la historia de España, desde el desastre de Cuba hasta el Alzamiento fascista del 36; un friso gigantesco, tenebroso y carpetovetónico en el que aparecen varias constantes del estilo celiano: el horror, la crueldad, el lirismo y el eterno "guerracivilismo" consustancial a los españoles. La producción encargada a Francisco Marsó, requería un desembolso de 200 millones, una gran tramoya y efectos escenotécnicos de difícil materialización y un elenco de un centenar de actores. Tras la agria controversia, y a cambio de los 49 millones que se habían abonado a Camilo José Cela, la Comunidad se reservó los derechos de representación por un plazo de cinco años que está a punto de prescribir.

El primer homenaje al Bosco está datado 30 años atrás. Lleva el expresivo título, en la línea del Homenaje II, de El carro de heno o el inventor de la guillotina; siempre el horror a la pena de muerte -guillotina francesa o garrote ibérico- la incivil atrocidad de las guerras civiles. Esta farsa trágica tampoco llegó a estrenarse. En 1970 había sido elegida por la Dirección General de Espectáculos para ser representada por el Teatro de Cámara; pero es evidente que un texto de esta naturaleza no podía ser afrontado por un teatro de esas condiciones. Lo grotesco y lo alucinado se dan la mano emparentados con el esperpento, el absurdo y los delirios goyescos. Si el sueño de la razón produce monstruos, El carro de heno o el inventor de la guillotina, es la clara comprobación del aserto. En ese homenaje expreso a el Bosco, está todo el malditismo de las pinturas negras y, por supuesto, la desbocada fantasía de El jardín de las delicias; muertos y resucitados, putas y clérigos, guardias, ciegos, lazarillos, gitanos, ángeles y hasta chinos no sé si vivos o muertos, aparecen en una alucinada procesión trasunto imposible, o metáfora no menos imposible, de una Santa Compaña excesiva y aullante. El primer terceto del soneto de Quevedo que aparece abriendo la edición de Júcar, expresa, pálidamente, el espíritu de este Bosco II: "La Liga de furor y astucia armada/ vuestro imperio procura que se trueque; el daño es pronto y el remedio es tardo". Camilo José Cela describe con precisión la escenografía. Escribe, por ejemplo: "casa pequeña de enfrente. Sobre la fachada, varias muestras ortopédicas y un letrero que dice: Casquería de los sucesores de Torquemada". Sobre otra casa: "Mancebía de los tres Reyes; en la puerta está apoyada la puta vieja". Y, al referirse a las celdas donde están los condenados, precisa que éstos están haciendo gimnasia vigilados por un guardia.

María Sabina lo subtituló "oratorio dividido en un pregón (que se repite) y cinco melopeas". Está publicada también en Júcar y dedicada "a los niños que fuman flores de magnolio. Con fundada esperanza". Fue estrenada en 1970 en el Carnegie Hall de Nueva York y Leonardo Balada, un compositor catalán, escribió la música. Por la importancia de la parte musical se la llamó "tragifonía". El papel principal lo hizo una actriz portorriqueña que, según informaciones de la época, se identificó plenamente con esa María Sabina, reencarnación de una posible Mariana Pineda, que también acaba ejecutada. A finales de mayo María Sabina se estrenó en España, en el teatro de la Zarzuela; las cosas fueron peor que en Nueva York y el repudio de los espectadores fue casi general. Lo menos malo que puede decirse, usando un tópico taurino, es que hubo división de opiniones. En el vespertino Pueblo, Serafín Adame describió el pateo, que debió ser imponente, con palabras medidas y con precisión horaria extraordinaria : "a los cincuenta y seis minutos de iniciada la representación, estalló el broncazo: voces, increpaciones, solicitud, por unos, de respeto al público y por otros de respeto al autor y a los intérpretes". Mientras el escándalo aumentaba y los improperios se mezclaban con pausas y silencios expectantes, Camilo José Cela, inconmovible, permanecía en su butaca.

Cela hizo dos adaptaciones, una de La Celestina de Fernando de Rojas, que no causó ningún escándalo y otra que sí. Fue ésta La resistible ascensión de Arturo Ui a la que la prensa cotidiana, empeñada en enmendarle la plana a Bertold Brecht, rebautizó sistemáticamente como la irresistible ascensión. Eso ocurrió en las postrimerías de Franco y se organizó el follón. Los guerrilleros de Cristo Rey, comandados por Sánchez Covisa, reventaron la representación, amenazaron con represalias más contundentes que arrojar tinta sobre unos decorados y las funciones, me parece que en el Lara, fueron suspendidas no recuerdo por cuanto tiempo. Codirigía y protagonizaba la obra José Luis Gómez, recién vuelto de Alemania. Y entre los actores me parece recordar también a Eusebio Lázaro, Julieta Serrano, José María Lacoma, Miguel Palenzuela y Alfonso Vallejo.

Leer otros capítulos

1. Qué sola la mañana...
2. El latido del aire
3. Aquellos años cuarenta
4. Papeles de un erudito
5. La voz tras la mordaza
6. El testigo de Arrabal
7. De muchos y de buenos amigos
8. El Nobel, para uno de Padrón
9. El escritor y su personaje
10. El narrador: cómo se hace una novela
11. También era un poeta
12. El escritor oficial, el poeta auténtico
13. En el corazón de la novedad
14. Tres obras y dos versiones
15. Un canto a la supervivencia
16. Al cine desde el respeto
17. Galicia de ida y vuelta
18. Cautivos en la isla
19. Vuelta a La Alcarria
20. Dama oscura
21. La casa de la Vida
22. Profesor de energía