La violencia como representación
Escena de Macbeth, obra estrenada por Calixto Bieito en 2001
La violencia pertenece a la naturaleza humana, es consustancial a ella. La violencia es tan fascinante como puede ser la muerte o el amor, está dotada del mismo tipo de misterio. La cultura y por extensión los grandes autores siempre la han reflejado; las producciones culturales de todos los tiempos, como espejo de la sociedad en la que han sido creadas, han sido un eco de la violencia. Su representación, más o menos contundente, más o menos realista en los escenarios, responde por encima de todo al intento de reflejar los estados de conducta de la sociedad en que vivimos. El siglo XX ha sido el más violento de la historia, y creo que el teatro no ha reflejado al ciento por ciento, tal y como debería hacerlo, la importancia de la cultura de la violencia en nuestras vidas.El teatro del siglo XX ha pasado por épocas en las que le ha sobrado mucho escepticismo y le ha faltado compromiso social, cultural y ético. La autocomplacencia teatral ha desbordado los escenarios durante quizá demasiado tiempo y, sin duda, en lo que respecta a la escenificación de la violencia, ese compromiso por parte de la escena todavía está pendiente.No ha sido siempre así. Podríamos decir que Shakespeare es el autor más violento de todos los tiempos. Shakespeare trata la violencia en su teatro como parte inherente del ser humano, algo que hace con tanta naturalidad como reír, comer o cantar, y evidentemente, más que un efecto moral, lo que Shakespeare pretende es mostrar la condición humana en todas sus dimensiones. Otro tanto podríamos decir de Calderón. Ellos son precisamente los autores que a mi entender mejor han reflejado la violencia implícita en toda sociedad. Creo que existe una cierta estética de la violencia, que ciertos artistas elaboran espectáculos (ópera y teatro, danza y otras manifestaciones de las artes escénicas) y películas tratando el tema, abordándolos desde una perspectiva que hace especial hincapié en los aspectos violentos. Sin embargo, no conozco ninguna pieza de teatro que haya tratado la violencia como pura fascinación estética, que sólo haya contemplado y representado la violencia formalmente, obviando su contenido.
El principal problema que suscita la representación de la violencia en el escenario es la capacidad del autor para otorgarle el realismo suficiente que puede conducir al asombro. La violencia es pura energía y está basada en el contrarritmo, en el contraste de energías, de la dramatización entendida como magia y como urgencia. A diferencia de las creaciones audiovisuales, en cine o televisión, en una puesta en escena, ya sea en teatro u ópera, no puede ser nunca hiperrealista: en cambio, sí puede llegar a unas cotas de realidad muy elevadas cuando los actores están en pleno proceso de ebullición. Otra opción es tratar de ser terriblemente detallista. Quizá en la violencia más que en ninguna otra materia, es necesario contaminarse de otras artes, y salir del estado de ostracismo en el que tradicionalmente ha estado estancado el teatro, demasiado apegado a sus leyes fijas. No hablo de poner una pantalla en el escenario, sino de aprovechar las estructuras y armas de otras artes. En el sentido más general de la palabra, creo que la violencia tiene que ser muy creíble. Tiene que golpear al espectador.
Cuando en uno de mis espectáculos reflejo la sociedad y por ende hay un contenido de violencia en diferentes grados, espero una reacción moral por parte del público, procuro despertar la condena del espectador. La violencia en los escenarios todavía está por explorar. El público de teatro todavía está por sentir lo que es la violencia de verdad, llegar a sentir el dolor, el sufrimiento, la locura, la paranoia, lo que significa mancharse de sangre.
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