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El Cultural

8 amigos, 8 décadas

Ayala a los 100

9 marzo, 2006 01:00

Francisco Ayala

Los ojos centenarios de Ayala han contemplado los estragos de dos guerras mundiales y la civil española, han recorrido el Berlín prehitleriano y los Estados Unidos asolados por la caza de brujas, y el Madrid de Baroja, y el de la movida, y la Argentina de Perón, y Oriente en 1956... Por eso, para evitar que por las rendijas del tiempo se desvanezcan personajes y aventuras, máximos especialistas en su obra recorren las décadas de una vida cumplida: Darío Villanueva, Gregorio Salvador, Germán Gullón, Rosa Navarro Durán, Manuel Ángel Vázquez Medel, Antonio Sánchez Trigueros, Agustín Sánchez Vidal y Alberto Ribes.

Años 20
Las vanguardias y el cine

Como el propio Francisco Ayala ha recordado en Indagación del cinema (1929) la suya no fue una generación cuyos primeros deslumbramientos o desenfrenos procedieran del teatro o el circo, sino del cine. Y entre el asombroso arsenal de este nuevo medio de expresión supieron encontrar algunos de los mejores recursos para desentumecer su prosa y acceder a la modernidad.
Así, el cine funciona como una bisectriz que decanta la evolución de su obra narrativa desde el arranque más tradicional de Tragicomedia de un hombre sin espíritu (1925) o Historia de un amanecer (1926) hasta el experimental de El boxeador y un ángel (1929) o Cazador en el alba (1930).

Este es el Ayala que mejor representa su específico momento generacional, el de la renovación vanguardista, a la que contribuyó desde Revista de Occidente y La Gaceta Literaria con sus diagnósticos sobre el séptimo arte.

Al igual que sus compañeros de viaje, la frecuentación de las salas oscuras supuso para él un auténtico bautismo por inmersión, convirtiéndose en la primera generación de nuestra literatura que abrazó la causa sin reticencias ni deserciones. Sus nuevas Circes, musas y estrellas polares pasaron a ser las stars, de Pola Negri a Greta Garbo. Y durante algunos años apenas hay libro en el que no pueda espigarse un copioso florilegio de metáforas o greguerías fílmicas, collages, perspectivas astilladas, ralentís, encuadres, sobreimpresiones y todo tipo de dictámenes que aún conservan intacta la plasticidad de lo recolectado a pie de pantalla.
Pero en Ayala tales incursiones no se quedan ahí, mero rasgo de época. Se incorporan de lleno a su bagaje literario. Lo estructuran, modulan y dotan de una inconfundible versatilidad para indagar las complejas realidades que estaban por venir. De las que tampoco se desentendió en relación con el cine, sino que fue evolucionando con ellas, creciendo hasta desembocar en su volumen recopilatorio El escritor y el cine. En él se añadiría un interludio en 1949, una tercera parte en 1987 y una cuarta que llegaba a 1995. Con la misma lucidez de siempre, se despedía reseñando la adaptación de la novela de Chordelos de Laclos llevada a cabo por Stephen Frears con el título de Las amistades peligrosas. Y concluyendo que así venían a ser las relaciones entre cine y literatura: peligrosas, pero muy estimulantes. Agustín Sánchez Vidal


Años 30
Recuerdos y olvidos republicanos

El año 1931 fue fundamental en la vida de Ayala. Acababa de concluir su estancia formativa en Berlín, que inició en otoño de 1929 -tras la obtención de su Licenciatura en Leyes- y finalizó el verano de 1930. Un año crucial en su trayectoria, tanto para su formación intelectual como por sus implicaciones personales: especialmente el encuentro con la que habría de ser su esposa, la chilena Etelvina Silva. En enero de 1931 Ayala regresa a Berlín para contraer matrimonio y posteriormente trasladarse a Madrid: "Durante ese período -afirma Ayala en Recuerdos y olvidos- mi mujer me ayudó en los trabajos de traducción y compartió mis amistades […] Los acontecimientos políticos de España eran esperados con un sentimiento de confiada seguridad. [...] El advenimiento de la República era aguardado en la misma actitud con que las familias esperan un parto...".

Recordemos que Ayala había publicado ya, en su juventud, sus primeras novelas Tragicomedia de un hombre sin espíritu (1925) e Historia de un amanecer (1926), así como sus vanguardistas conjuntos de relatos El boxeador y un ángel (1929) y Cazador en el alba (1930) y el librito Indagación del cinema (1929). Sin embargo, los años que nos ocupan (de 1931 a 1939) serán de paréntesis en su actividad literaria, que se reanudaría con el impresionante texto "Diálogo de los muertos" (1939) escrito camino del exilio: "en los años que van desde mi regreso de Alemania hasta el exilio en Buenos Aires, mi actividad literaria como autor de obras de imaginación quedó en suspenso". Sin embargo, su pluma permaneció activa en el campo del ensayo, del estudio filosófico-político, y de la traducción.

Así cuenta Ayala la proclamación de la República: "Se produjo el 14 de abril; y cuando nosotros oímos por la radio la noticia de lo que estaba ocurriendo salimos a reunirnos en el café de la Granja El Henar con los amigos que allí solían hacer tertulia a diario. La concurrencia era mayor que de costumbre, y la excitación de la gente, muy grande". Contertulio del Café La Granja era Azaña, quien habría de tener, a decir de Ayala, "destino de héroe shakespeariano". Durante esos años primeros de la República Ayala era ya profesor auxiliar de Derecho político y secretario de la Facultad. En 1931 se doctora y gana una plaza del Cuerpo de Oficiales Letrados del Congreso, ante un tribunal presidido por Besteiro. Además, sigue participando de la tertulia de la Revista de Occidente, y Ortega le encarga los editoriales o artículos de fondo de El Sol. En 1932 publica El derecho social en la constitución de la República y en 1933 gana la Cátedra de Derecho Político de la Universidad de La Laguna, aunque pide la excedencia para seguir en la de Madrid. El 4 de noviembre de 1934, en plena "revolución de Asturias" nace su única hija, Nina: "los quejidos de la parturienta [...] se mezclaban con los disparos de fusilería en la calle". Pocos meses después moría su madre y daba, sin saberlo, en el funeral, el último abrazo a su padre…

En mayo del 36 Ayala sale de España para ofrecer una gira de conferencias por América del Sur. Durante su visita a Argentina, Paraguay y Chile en compañía de su mujer y su hija les sorprende el comienzo de la Guerra Civil. Ayala regresa a España para ponerse a disposición del Gobierno de la República, como funcionario del Ministerio de Estado. Será Secretario-Consejero de la Legación de Praga. Ayala sigue el periplo del Gobierno de la República: Madrid, Valencia, Barcelona… poco antes de la entrada de las tropas de Franco en la Ciudad Condal, emprende el camino del exilio, vía Francia, hacia Argentina: "Sabía que había salido de España para muchísimo tiempo, quizá para siempre…". Afortunadamente no fue así, y se abría, en los años de Argentina, Brasil, Puerto Rico y EE.UU., el período más fecundo de su escritura, desde Los usurpadores a El jardín de las delicias. Manuel Ángel Vázquez Medel


Años 40
Exilio y experiencia literaria

A propósito de Muertes de perro, obra escrita en los Estados Unidos luego de sus exilios anteriores en Argentina, Brasil y Puerto Rico, Ayala cuenta una anécdota reveladora. El novelista ubicó esta sátira de la dictadura en una imaginaria república centroamericana para poder así, liberado de cualquier referente histórico concreto, integrar datos procedentes de distintos modelos reales, en la tradición hispánica de Valle-Inclán y Miguel ángel Asturias. Al final de una conferencia suya pronunciada en Nueva York se le acercó un periodista de Nicaragua, donde Ayala nunca había estado, para sorprenderle diciendo: "Pero ¡qué bien conoce usted mi país! Yo puedo ponerle su nombre real, sin equivocación, a cada uno de los personajes de su novela". De ese periodo (1939-1955) del destierro iberoamericano Ayala obtuvo, a lo que se ve, inspiración suficiente como para erigirse en narrador de las miserias políticas padecidas tanto por las repúblicas en las que vivió como por otras a las que ni siquiera había visitado. Y con la anécdota nicaragöense mencionada bien pudo justificar el afianzamiento de una de las nociones fundamentales de su teoría literaria: el papel determinante del lector.

Hay unas páginas del máximo interés a este respecto, donde se percibe la vocación sociológica de Ayala que daría lugar a la publicación, en 1945, de su Tratado de Sociología. Me refiero a su ensayo tres años posterior "Para quién escribimos nosotros", nacido de una circunstancia dramática tan especial como la diáspora española del 39. A Ayala la vivencia histórica de escritor exiliado le sirve para formular una ley fenomenológica y por ello antiidealista: la de que "el ejercicio literario se desenvuelve dentro de un juego de convenciones gobernadas en gran parte por al entidad del destinatario; según quién éste sea, así se configurará el mensaje". Poco después, en 1952, vuelve sobre lo mismo en "El escritor de lengua española": "Se escribe para alguien, siempre. El escribir implica la existencia de destinatario". Si por aquellos años Blanchot propalaba una aserción que fue tomada como boutade, la de que un libro que no se lee es algo que aún no ha sido escrito, ideas no muy alejadas de las suyas cobraban en nuestro Ayala toda la fuerza de lo vivido. La autenticidad de la experiencia literaria. Darío Villanueva

Años 50
Profesor en Estados Unidos

Recuerdo a Ayala dictando una conferencia sobre Galdós en la Universidad de Texas en Austin, corría el año 1970. Los estudiantes graduados de español conocían su obra crítica, habían estudiado sus novelas, Muertes de perro, y leído los cuentos. La fuerza de su presencia era la de un gran maestro, y la experiencia nueva. Un intelectual español hablaba de aspectos de su cultura como si nunca hubiera ocurrido un desgarro civil. Los nombres de los escritores exiliados, Juan Ramón, Machado, todos ellos aparecían en su discurso con total normalidad, y bien podían venir acompañados por los de quienes se habían quedado en la península, como Aranguren. Sabíamos que don Paco era un auténtico maestro de la crítica. No un filólogo, como Joaquín Casalduero o José F. Montesinos, ni un historiador de las ideas como Américo Castro, otros venerados profesores del exilio español en EE.UU., sino un crítico moderno. Sus lecciones, recogidas en La estructura narrativa, un manualito sencillo, escrito por aquel entonces, suponía una extraordinaria condensación de la teoría crítica más al día. Ningún estudiante desconocía tampoco su estudio sobre el realismo, lecturas obligatorias de los programas graduados de español. Son páginas insuperables, por su agudeza. En ellas se encuentra la famosa idea de cómo vamos a definir el realismo si desconocemos qué es la realidad.

Sus estudiantes de Bryn Mawr College o de la Universidad de Chicago, por citar dos de las instituciones donde impartió clases desde los años 50, pudieron también acercarse a la persona, conversar con él, y descubrir otra faceta crucial de su personalidad, la del hispanófilo. Gracias a que pasó el inicio del exilio en Argentina, su perfil literario no era sólo ibérico, sus conocimientos incluían también extensas lecturas de literatura hispanoamericana, poco frecuentes por entonces. Los compañeros y amigos en Nueva York, Vicente Llorens, ángel del Río, sin duda se aprovecharon de esos saberes que Ayala aportaba en sus charlas y escritos.
Por otro lado, cuantos lo han leído concuerdan en que una de sus potentes armas intelectuales reside en el uso de la ironía, lo que en su caso supone el despliegue de una inmensa capacidad para relativizar las faltas humanas, propias y ajenas. Su magisterio en Estados Unidos fue el de un sabio conocedor del arte, de las letras españolas y del ser humano. Germán Gullón


Años 60
Retornos de un exiliado

La España que encontró Francisco Ayala cuando regresó en los años 60 nada tenía que ver con aquella otra que dejó justo al finalizar la guerra civil, ni con la de su juventud y adolescencia. A los países, las sociedades y las personas les cambia el tiempo, como bien sabía Ayala teóricamente, pues había dedicado enormes esfuerzos a reivindicar la historicidad de los Estados-nación; tratando así de desmontar la obsesiva búsqueda de "lo español eterno" que venían haciendo algunos intelectuales desde la generación del 98. Ahora, en los años 60, Ayala podía ver con sus propios ojos el cambio; se encuentra con una nueva sociedad que, pese a la persistencia política del franquismo, empezaba a respirar nuevos aires. Había un riesgo fundamental que se cernía sobre todos los exiliados que regresaban: la posible instrumentalización de su figura. Algún amigo de Ayala regresó y fue recibido en Barajas, no por la policía como él temía, sino por coches oficiales, fotografías y apretones de mano. El regreso de los exiliados podía servir al franquismo para mejorar su imagen, pero Ayala era bien consciente de este riesgo. Y lo evitó. Regresó pausadamente, sin hacer ruido, con la habitual sutileza y modestia que le caracterizan. Venía a pasar cortas temporadas -acaso un verano-, mientras seguía siendo profesor en Estados Unidos. Regresó, entonces, muchas veces, poco a poco, y se compró el piso madrileño que no se convertiría en su hogar hasta que se jubiló y España estaba ya en plena transición; el mismo piso en el que reside, un siglo después de su nacimiento, lúcido, atento, curioso, divertido.

El regreso de sus obras fue algo más problemático. Los libros de Ayala estuvieron, en general, prohibidos por el franquismo desde 1939 hasta 1955. Tampoco se permitió ver la luz pública en España a Muertes de Perro (1958), El fondo del vaso (1962) o El as de bastos (1962). Sin embargo, Ayala fue regresando en los años 60 tanto personal como intelectualmente, y sus escritos fueron apareciendo en España, reeditándose, y su nombre fue alcanzando prestigio, aunque no acabaría de reintegrarse plenamente hasta que la democracia fue reinstaurada. Y a partir de entonces vinieron los reconocimientos, nombramientos y premios. Regresó el maestro, con su estilo, a su manera. Alberto Ribes


Años 70
Novelista redescubierto

La recuperación de Ayala para la vida cultural española significa un acontecimiento que nos complacemos en destacar ante la opinión pública": así comenzaba la "Salutación a Francisco Ayala" que en "Insula" de julio-agosto de 1970 firmaba un grupo de intelectuales (lo iniciaba, alfabéticamente, Aleixandre, y lo cerraba Zamora Vicente). Nunca una bienvenida tuvo tanta razón de ser; bajo una apariencia de fórmula (podríamos aplicarle los versos de Salinas: "que se crean que es la carta, / la fórmula, como siempre…"), se estaba diciendo: "Léanlo, ¡es extraordinario!".

Aunque había vuelto en 1960 "silenciosamente", será en 1977, en su Granada natal, cuando hace su reaparición pública con un ensayo espléndido: Regreso a Granada. En 1971 había publicado una de sus obras capitales: El jardín de las delicias. Siete años después Carolyn Richmond lo editaría junto a El tiempo y yo, en donde quedaba incluido el "Regreso". En sus páginas leemos lo que habían oído los granadinos: "Entiendo que dar razón de mi obra literaria equivale a dar razón de mi vida". Así es; lo había dicho ya en sus geniales pasos vanguardistas en la tierra: "Uno escribe siempre su propia vida, sólo que por pudor la escribe en jeroglífico". Hoy, en su centenario, brindamos con inmensa alegría por su vida; su obra es ya nuestra: forma parte del patrimonio cultural de este país, lo enriquece con la belleza y tersura de su prosa, con la inteligencia y perspicacia de sus juicios, con el lirismo de algunas de sus páginas, con la sátira de otras, con la condición de modelo de todas.

Los estudiosos ayalianos sabemos bien que no podemos rivalizar con él; que una de sus frases concisas, inteligentes suplen nuestros esforzados análisis. Por ello, acudo de nuevo a palabras de su Regreso para trazar su retrato -su autorretrato-: "Nunca, en mi obra escrita, me he plegado a consideraciones pragmáticas [...], que nunca han sido suficientes conmigo para falsear lo que pienso y opino,". Sin grandes gestos Ayala ha aceptado con serenidad las fortunas y adversidades que le han tocado. Navegando por esas aguas, ha reflexionado sobre la condición humana; su teoría sobre la usurpación, el ejercicio del poder del hombre sobre el hombre, encierra más verdad que infinidad de sesudos tratados.

Quisiera que este entusiasta brindis por su cumpleaños fuera acompañado de una invitación al lector. Abra otra vez las páginas del Jardín de las delicias, y en cada uno de los fragmentos de ese originalísimo espejo roto verá la imagen de Ayala; pero también la imaginación, la belleza, la inteligencia, la sátira y la ternura… Un puro gozo. ¡Por muchos años! Rosa Navarro Durán


Años 80
Ayala en la Academia

Cuando yo ingresé en la Academia, hace 19 años, Paco Ayala llevaba en ella poco más de dos, pues había entrado muy tarde, tantos años exiliado, enseñando por esos mundos lo que nos habría podido enseñar aquí. Yo lo había conocido algún tiempo antes en los cursos veraniegos de la UIMP, pero nuestro trato había sido meramente incidental. Conocía y gustaba de su literatura, pero fue en la Academia donde aprendí a valorarlo como persona, alcancé su amistad y se afianzó en el cariño que le tengo, en la admiración que le profeso y en las notables coincidencias que nos unen.

El había sido al cuarto académico granadino, en aquel entonces, tras Luis Rosales, Alfonso García-Valdecasas y José López Rubio, y yo venía a ser el quinto. O el séptimo, si contábamos a dos que eran oficialmente hijos adoptivos de Granada: Emilio García Gómez y Manuel Alvar. Pero no ha sido tanto el paisanaje lo que nos ha unido como nuestra compartida estimación de la realidad. Soy un fanático del sentido común y Ayala lo manifiesta a tope siempre que es menester. Ha sido, en todo este tiempo un académico activo, que sumaba, a fines del curso pasado, mil doscientas siete asistencias a plenos académicos y las que haya que añadirle del actual, que pocos jueves nos ha faltado. Su voz potente y bien timbrada ha venido muchas veces, que yo recuerde, a cerrar debates, a poner las cosas en su sitio. Un regalo de la providencia contar con Ayala el mismo año de su centenario, con su presencia alentadora, con sus opiniones certeras, con sus provechosos consejos. Y no por viejo sino por sabio.

Prolonga la serie de los académicos centenarios, que fueron cuatro en el siglo veinte: don Juan de la Pezuela, Conde de Cheste, que era su director al comenzar el siglo, don Ramón Menéndez Pidal, que murió en su año cien, don Manuel Gómez Moreno y don Vicente García de Diego. Un buen augurio y una cierta esperanza para todos nosotros. Por lo pronto, una hermosa evidencia: Paco Ayala, que va a cumplir cien años el día 16, sigue siendo ejemplo, norte y guía para todos nosotros. Gregorio Salvador


Años 90
La España Republicana

A los que hemos estado muy cerca de Ayala en esta década, siempre nos ha sorprendido la energía que ha desplegado en las actividades que voy a resumir, a las que siempre ha asistido con el ánimo y el interés muy despiertos y con su aguda mirada presidiendo los actos. Ha sido una década cargada de reconocimientos: se abría con la concesión del premio Cervantes (1991) y se cerraba con el premio Príncipe de Asturias (1998); y en medio toda una cadena de homenajes: doctorados universitarios (Sevilla, Granada, UNED, Toulouse), Medallas de Oro (UIMP, Círculo de Bellas Artes) y una nueva propuesta: la candidatura al premio Nobel apoyada por instituciones académicas del ámbito hispánico.

Además de los homenajes de "Anthropos" e "Insula", quizá una de las iniciativas más interesantes ha sido la creación de un eje académico ayaliano Sevilla-Granada, que ha organizado en sus universidades múltiples actividades que han dado un impulso importante al conocimiento de la obra de Ayala entre los más jóvenes: tres congresos, dos seminarios, ciclos de conferencias, exposiciones bibliográficas, etc., que han hecho crecer de una forma sustantiva la investigación sobre el Ayala novelista y crítico, con más de 70 trabajos recogidos en varios volúmenes, muchos de ellos de jóvenes investigadores. Pero sin duda el proyecto más trascendente del eje ha sido la creación de la Fundación Francisco Ayala, que, con sede en Granada, tratará de mantener el interés hacia su obra en el presente y en el futuro.

Por otra parte la obra de Ayala seguía muy viva en librerías: reediciones y ediciones críticas de sus obras narrativas, traducción al francés de Muertes de perro, al inglés de Los usurpadores, reedición de sus escritos cinematográficos y recopilaciones de artículos y ensayos. Aunque a estas alturas Ayala había practicamente decidido dejar de escribir, aún siente "el impulso interno y creativo" y produce en estos años tres textos breves, dos narrativos y uno lírico, que se añaden al número de joyas literarias de que abunda su obra: Un caballero granadino, sobre el personaje de álvaro Tarfe, El filósofo y un pirata, exploración del mundo de la razón, y Lloraste en el Generalife, fruto de una visita a la Alhambra. Antonio Sánchez Trigueros