El Cultural

Joaquín Pérez-Azaustre

“Ninguna proclama política o erótica justifica un mal poema”

23 marzo, 2006 01:00

Joaquín Pérez-Azaustre, por Gusi Bejer

Se ve que a Joaquín Pérez-Azaustre (Córdoba, 1976), ganador del Loewe a la Creación Joven por El jersey rojo (Visor) le van los premios: Una interpretación (su primer libro) conquistó el Adonais, y Delta, un accésit del Gil de Biedma. Casi nada para un autor que también le da a la narrativa y que explica con humor que la efervescencia cultural cordobesa de la que él, García Casado, Eduardo García, Elena Medel o Vicente Luis Mora dan fe, se debe "al clima y las tabernas".

Pregunta: ¿La vida del poeta joven es premio, o no es?
Respuesta: El premio es disfrutar lo que se escribe, y también del espejo de los otros. Si encima te publican cada libro, y puedes irte de viaje a celebrarlo, pues mejor que mejor.
P: ¿El Loewe Joven es un premio de consolación?
R: Si uno la necesita, me imagino que sí. En mi caso, ganarlo con Carnero ha sido un doble premio.
P: ¿Y qué es lo que más admira de Carnero, su compañero de cartel?
R: El compromiso vital con el lenguaje. La ambición estética. Su escuela, en suma, que es la escuela en la que nos miramos algunos, que es también la escuela de Gimferrer o Siles, la de Caballero Bonald: la de un cuidado preciso en la escritura. También la formación intelectual. Todo esto es un aprendizaje, porque la autoexigencia no la regala nadie.
P: ¿Su jersey rojo responde a las modas poéticas?
R: Si por moda poética entendemos la obra de José Luis Rey, Antonio Lucas, José Luis López Bretones, David Mayor o Martín Rodríguez-Gaona, desde luego que sí.
P: Perdone la frivolidad, pero ¿cuál es la tendencia poética de la temporada?
R: Me inclino por el jersey de cuello vuelto. A ser posible rojo, sin mangas, con los tacones altos y la mirada rubia. La falda debe ser blanca, con ese vuelo abierto de los labios.
P: El jurado resaltó su aprendizaje de los novísimos... ¿El tiempo y los jóvenes poetas les hicieron justicia?
R: Nunca la suficiente. Sucede con los novísimos como con el 27, que su mirada es tan amplia que el propio concepto de novísimos se les queda corto. Cada novísimo, en suma, es toda una tradición literaria.
P: ¿Y la crítica, a los poetas jóvenes?
R: Hay dos tipos de críticos: los buenos -que son los que hacen su trabajo-, y los otros. En poesía, como en narrativa, algunos críticos avanzarán mucho cuando comiencen a leerse los libros que reseñan. Las contraportadas están bien, pero sólo como aperitivo.
P: Su libro es la crónica de un viaje y de un amor... ¿Dónde comienza la poesía y termina la biografía?
R: No estoy muy seguro. Creo que en la primera página.
P: ¿Es éste su libro más impúdico?
R: El pudor y la literatura tienen poco que ver. De todas formas, sea impúdico o no, carece de un compromiso con la realidad. La poesía, como la novela, no está obligada a copiar la realidad. ¿Dónde quedaría la imaginación? También las fantasías son impúdicas.
P: ¿Qué otros poetas impúdicos le interesan?
R: Me interesa la buena poesía, que no es el periodismo sentimental. Me interesa el compromiso con el hombre, que no es una poesía panfletaria. Me interesa el rigor con el pasado, con el lugar que nos corresponde, el latido del mundo en que vivimos. Al final, no importan los temas, que son los de siempre. Lo importante es la forma, que es la que se forja en la respiración de hoy. La forma, siempre la forma, porque ninguna proclama política, emocional o erótica justificará nunca al mal poema.
P: ¿Se siente miembro de alguna generación poética?
R: La verdad es que no. Tengo amigos a los que admiro, pero mi naturaleza de novelista me hace pensarme siempre en solitario. En la narrativa no hay tantas zarandajas. Cuando uno está escribiendo una novela, no tiene tiempo para perderlo en tanta tontería tan olvidable. Como novelista me siento muy cercano a Juana Salabert, Eloy Tizón, Juan Manuel de Prada, Eva Díaz Pérez o Salvador Gutiérrez Solís. Pero ellos tampoco se incluyen en una generación, no la necesitan. Suelen ser otros, seguramente con demasiado tiempo libre, los que se inventan las generaciones.
P: Tal vez, pero ¿no hay rasgos comunes que los diferencien de sus mayores?
R: La vida. Especialmente la vida. Exigir a un escritor de veinte años que en sus novelas aparezca la vida así, en mayúsculas, es querer convertirnos a todos en James Dean.
P: ¿No está más extendida que nunca la idea de que escribir poesía es inútil, que no interesa a nadie?
R: Precisamente tiene que ser así. La poesía es una pasión inútil, y ahí radica su verdadera belleza: maravillosa inutilidad. El único compromiso del poema es con el lenguaje. El que crea en un contrato social con los lectores, al abrigo de consignas ideológicas, o no ha leído a Rousseau o no ha leído a Rilke. Y las dos carencias me parecen graves.
P: De todas formas, ¿no siente, como aquel escritor de éxito, la tentación de decir que está enfermo para que otros menos afortunados no le envidien?
R: No, porque si uno dice que está malito, todo el mundo sabrá que la noche de ayer fue una gran noche. Y yo ese tipo de cosas sí
las envidio: las envidio de todo corazón.
P: ¿Por qué, a diferencia de otros jóvenes autores, no abandonó la poesía tras triunfar en la narrativa?
R: Como decía Charles Bronson en Yo soy la justicia: porque me apetece.
P: ¿Como narrador, se siente un francotirador?
R: En caso contrario, no seguiría escribiendo.
P: ¿Y qué fue del futuro abogado que pensaba ser? ¿Le gustan sus libros?
R: Le encantan. De hecho, suele comprarlos todos.