El corte de (mangas) de los Oscar
Siento la tentación de ser cruel con José Luis Cuerda, lo siento. El director, quejoso porque en España los críticos han sido tibios (me quedo corto) con su adaptación de Los girasoles ciegos dijo estar seguro que en Hollywood sabrían apreciar su película. Pues no. Los académicos de Estados Unidos han cercenado la apuesta española de las ocho favoritas. No soy muy fan de la producción histórica de Cuerda pero tampoco pienso alegrarme. Mejor que gane una española aunque sea mala.
Sorpresa en la selección, Gomorra se queda fuera. Yo vi Gomorra hace un par de semanas y siento no unirme al coro de aduladores de este filme sobre la mafia napolitana. Hay películas (y novelas), como ésta, que prefieren anular cualquier tipo de emoción como forma de evitar el sentimentalismo o, en el caso que nos ocupa, la "glamourización" de la mafia. La frialdad clínica fue también la receta de Paul Greengrass en United 93, donde narraba la peripecia del avión que se estrelló en Pensilvania el 11-M de una forma gélida.
Del mismo modo que detesto el exceso de azúcar o la búsqueda de la emoción chusca, me fastidia que se niegue al espectador cualquier sentimiento bajo el pretexto del realismo insobornable. Gomorra, en suma, me interesó pero me aburrió. La otra clave me la dio Fernando Trueba el otro día cuando me criticó (en una referencia velada a Gomorra) esa forma de filmar, que está de moda, que consiste en crear ficciones documentales. Estoy de acuerdo con él, cada recurso tiene su lenguaje, sus virtudes y sus limitaciones y está bien que así sea (todo ello redunda en el desprestigio absurdo de lo creado, como demuestra la proliferación de escritores que para vender mejor sus historias las convierten en biografías).
Sigo con la lista de la Academia de Hollywood. De nuevo, la casualidad ha querido que esta misma mañana haya visto la película que se presenta como gran favorita en todas las quinielas para llevarse el Oscar a la mejor película extranjera: Vals con Bashir. Se trata de una reconstrucción de la matanza de Sabra y Chatila vista desde los ojos de un ex soldado israelí con buena (o mala) conciencia, según se mire. Vals con Bashir riza el rizo, es un documental narrado con animación, un recurso que el director ha justificado porque es la única manera que ha encontrado para reproducir semejante horror.
Vals con Bashir, que acaba de ganar un Globo de Oro, es una película, qué duda cabe, interesante y desde luego no puede ser más oportuna. Ha gustado a la crítica en bloque, pero me temo que voy a ser la única (o de las pocas) voz disonante. Ojo, no es una mala película pero detecto fallos en su narrativa (que avanza a trompicones) y el recurso de la animación (que funciona muy bien en las escenas bélicas, introduciendo una poderosa reflexión sobre la fina línea que separa nuestra memoria de lo que soñamos o creímos vivir) se estrella cuando aparecen entrevistas con, por ejemplo, piscólogos o periodistas.
Es una pena que el director, Ari Folman, no se haya atrevido a llevar su apuesta un paso más allá, sin duda la mezcla entre imágenes reales y animadas hubiera convertido a la película en un hueso más duro de roer pero también en una mejor película. Y aunque relate la matanza de Sabra y Chatila (en la que murieron centenares de palestinos sin justificación alguna) queda claro, y es cierto, que los principales responsables de la matanza fueron los cristianos del Líbano. O sea, que acto de contricción, pero a medias.
P.D. Recibo un correo electrónico de un afamado crítico que pone en solfa mi pasión por Slumdog Millionaire con un argumento que me da que pensar. Dice, textualmente, que "La verdad es que la película tiene un punto inmoral bastante irritante, como es el retrato de la miserabilidad en contraste con el sueño capitalista de la TV, y que el triunfo está basado en el dinero"·. A punto estoy de darle una cierta razón hasta que me doy cuenta de que, cuando uno malvive en las calles de Bombay como una rata, conseguir dinero (y tanto mejor si es un buen montón) no consiste tanto en vivir el sueño capitalista como en pura supervivencia. Desde luego, despreciar el dinero siempre fue privilegio de los privilegiados.