Safo, por Soma Orlai Petrics.
La figura de Safo, su obra fragmentaria y estremecida, nos sigue conmoviendo tantos siglos después. En ella, poesía y vida se funden estrechamente. Tampoco es ajeno a su aureola y a la viveza de su figura el hecho de que haya sido la primera de las líricas de Occidente. En aquellos orígenes le acompaña su paisano Alceo, natural como ella de Lesbos, también como ella desterrado y precursor del lirismo occidental. De Safo se dijo que era “pequeña y morena” y de “dulce sonrisa”. Pero otros testimonios –comenzando por algunos que se recogen en este libro–, nos la presentan de una manera mucho más sugestiva. Así, Alceo nos habla de la “pura Safo, de trenzas violeta y dulce sonrisa”; Platón, en su Fedro, de “la bella Safo”; Antípater de “Musa inmortal”; Tulio Maurea dijo que no había ni una “brizna de sol sin la fama de la lírica Safo” y un poeta anónimo habló “de la dorada lira” de esta mujer que descansa en una anónima tumba en tierra eolia.
Por encima de cualquier otra razón, la poesía de Safo nos sigue sorprendiendo por su subjetivismo y su frescura, por esa naturalidad que incluso pierde la poesía que llega inmediatamente después, como la de las cinco poetisas recogidas en este volumen: Praxila de Sición, Erina de Telos. Nóside de Lócride, Mero de Bizancio y Ánite de Tegea.
Pero hay algo más en la poesía de Safo que la distingue, por encima de la frescura, y es cierto desgarro, tintes dramáticos que vienen representados por ese grave reverso de lo bello y del amor que es la muerte. Quizá por eso Leopardi en su Diario, el Zibaldone, nos habló del “efecto terrible de la belleza en los versos de Safo”. Por cierto, en las mismas páginas aflora el moralismo leopardiano para restar importancia a su homosexualidad.
Pero la obra fragmentaria de Safo –en el misterio han quedado los 12.000 versos de los nueve libros que al parecer escribió– nos conduce, ante todo, al placer de leer poesía, a esa actualidad que sólo le concede a un texto literario el puro sentir y la naturalidad expresiva. Nos sorprende que, en una cultura tan traspasada muy tempranamente por mitos y referencias cultas, se nos remita tan directamente a lo humano. Regresa simplemente con este libro la vida para conformar la poesía y la poesía para transmitirnos la seducción del vivir. Una sola palabra o un solo nombre propio –abeja, Cipris–, poseen la capacidad de contener la poesía y mostrarnos su poder evocador.
Regresar a la poesía de los líricos primitivos nos reconcilia con el simple placer de leer. La poesía de Safo... no conduce, en consecuencia, a las preguntas del poetizar desde la sencillez, a ese don misterioso que, en muy pocas palabras, a veces los poetas logran transmitirnos. “Un ansia de morir me sobrecoge/ y de ver los lotos empapados de rocío/a orillas del Aqueronte”. En sólo tres versos sin afectación, la poetisa griega deja abiertos ansiedades que, por otros caminos, desvelarán los filósofos griegos. La permanencia y la vitalidad de sus palabras nos llega “desde el fondo de 2.600 años”, como afirma Sánchez Ortiz “como la luz de los astros”.