El Cultural

De charla con Mafalda

14 septiembre, 2009 02:00



La encontré por sorpresa en el Barrio de San Telmo, allá en Buenos Aires, sentada en un banco de plaza. Yo iba con prisa y ella iba con su vestidito verde. Según me advirtió, con la prisa siempre ocurre lo mismo y lo urgente no deja tiempo para lo importante. Entonces frené.

-Esta vida moderna tiene poca vida- Le dije, por caerle simpático y entrar en su juego, que no por otra cosa.
Sin embargo, como ella nunca fue chica fácil de convencer, asomó la queja entre sus dientes de leche:
-Pero eso no es lo importante. -Me dijo.- Lo importante es que la prisa existe desde siempre. Desde que el mundo es mundo. Por eso no es cierto lo que dicen algunos de que todo tiempo pasado fue mejor.
-¿Entonces, en la época prehistórica también existía la prisa?-Pregunté, no por qué quisiera aclarar mis dudas al respecto, sino por demostrar mi incredulidad con soberbia.
-Claro que existía la prisa, pero las gentes no estaban al tanto y no la conocían. Como bien te dije, cualquier tiempo pasado nunca fue mejor. Lo que ocurría entonces era que los que estaban peor, que también eran muchos, aún no se habían dado cuenta de lo mal que estaban.
-Ya.

Hay ratos en los que uno entra al mundo por la puerta trasera y para esos ratos está Mafalda, una pibita de San Telmo con ojos como platos y lengua respondona y capaz de formular preguntas de las que requieren respuestas. Así me interrogó acerca de quién era yo. Y a qué me dedicaba. Le conté que un día, la vida me echó de la niñez sin ni tan siquiera darme un puesto en la juventud. Y que por eso, por no encontrar mi puesto, dedico mi juventud a charlar con estatuas.

-Iba camino de la estatua de Carlos Gardel- le seguí diciendo- iba caminito de la estatua de Carlos Gardel a fumarme un pitillo, cuando me encontré contigo. Algo parecido le ocurrió a Colón cuando iba a las Indias… -Le pretendí ilustrar mi peripecia con un ejemplo de poco lustre. Pero ella me cortó en seguida:
-Desde ese día el mundo está malo, le duele América.

El latigazo de su diagnóstico me hizo bajar la vista al suelo, como si contase hormigas. De un golpe me vinieron las imágenes de La Pinta, La Niña y la Santa María, las matanzas de indígenas, la sangre reluciente al sol del Imperio y todas esas cosas que le brotan a uno de su memoria reptil. Y por cambiar de rumbo le pregunté por Miguelito, por el Guille, por Manolito, y también por Libertad, Susanita y la gente sencilla del barrio.

-Cualquier día de estos aparecen por aquí.- Me dijo, sin despegar la sonrisa.
La estatua de Mafalda la inauguraron hace bien poco, aunque para mí que lleva ahí toda la vida, en el Barrio de San Telmo, Buenos Aires, donde nació. Antes de despedirnos le pedí que me bailara un tango pero al final acabó cantándome una de los Beatles.