El Cultural

De charla con Jim Morrison

25 septiembre, 2009 02:00



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Camino por el cementerio del Pére-Lachaise, en París. Llueve, pero eso no me preocupa. Llevo el corazón a cubierto gracias al paraguas que me ha dejado una gitana, la misma que vende flores a las puertas del camposanto. Una vez dentro, llega hasta mi nariz el aroma de la tierra húmeda junto con el tufo de los que yacen para siempre, que es un olor muy parecido al del fósforo en remojo.

Los ilustres cadáveres se remueven ante la cercanía de mis pasos. Uno por uno les voy preguntando que por dónde queda el busto de Jim Morrison. Quiero dejarle unas flores, les digo. Pero nadie parece indicarme. Así que me pierdo entre laberintos de cruces y lápidas, todas ellas cargadas de letreros que para mí tienen un significado oculto, más propio de las tinieblas que de la claridad.

En la deriva, bajo la lluvia cenicienta, me fijo en las huellas que sobre la tierra han ido clavando unos tacones de aguja. Sin duda es el rastro de una lagarta con andares de reina. Y como el que recibe una señal del cielo, sigo la pista que me lleva hasta una tumba pintarrajeada con mensajes que no parecen propios de un cementerio. Me fijo en la leyenda esculpida en la piedra: "Jim Morrison", y a continuación y en letras griegas: "Cada quien su propio demonio".

Me sorprende la ausencia del busto que coronaba su sepulcro. Tenía la intención de charlar con él. Lo de las flores era tan sólo una disculpa. Y justo cuando iba a depositar mi ofrenda, una voz de ultratumba que reconozco enseguida, me viene a anunciar que hace años que se llevaron el busto. Es la misma voz que cantaba a galope lento la de Riders on the storm.

Le pregunto que quién demonios se ha llevado el busto y me contesta que un amigo, por encargo suyo pues estaba cansado de que le pintaran los labios y de que hombres con aire de marinero le restregasen el paquete por los morros.

-Tal vez sea por la inscripción en griego -le digo, por hacer chiste.


Y con la vista me pongo a repasar las pintadas que hablan de amor alrededor de su tumba. También me fijo en las ronchas negras de un papel de plata que alguien abandonó, junto a un zapato de tacón de aguja.


-Es de Kate Moss y de su novio, de cuando pasaron por aquí.-Apunta Jim Morrison desde quién sabe dónde.

Entonces me viene al caso preguntarle que cómo se está al otro lado del infierno.


-Bien, si te das cuenta, nadie vuelve-. Me contesta con el reposo en la voz que ponen los muertos.


Y yo, por cumplir, que no por otra cosa, me ofrezco por si necesita algo. Pero me suelta que no, que anda bien servido. Que la peña le deja champán, botellines de cerveza, condones con regalito y mecheros a estrenar.

Así seguimos charlando, en el cementerio del Pére-Lachaise, en París. Mientras la lluvia amenaza con traspasar el paraguas yo sigo con el ramo de flores a buen recaudo, por si de estas cosas aparece la Kate Moss a recoger el zapato.