El Cultural

De charla con Agustín Lara

5 octubre, 2009 02:00



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En Madrid, según se entra a la plaza de Lavapies, frente a la corrala, le pusieron estatua al Flaco. Lleva traje cruzado, raya en el pantalón y nudo estrecho en la corbata. Visto de cerca, parece retarme desde lo alto. Más chulo que un tranvía, pone ese gesto de torero que se arrima a la muerte porque sabe que la muerte mata.

-Buenas, don Agustín. -Le saludo y me asomo a la cueva de sus ojeras pero nada, que don Agustín no contesta. Entonces intento mantenerle la mirada. Pero es en vano pues el peso del bronce hace que mi vista caiga en sus relucientes zapatos. Le digo que le veo hecho un pincel y me doy cuenta de que tenía que haber empezado por ahí pues enseguida me contesta.

-Ese es mi oficio, hacer cosquillas en la carne de las mujeres. -Suelta con la flauta de su voz ensombrecida de noche y tabaco negro.


-Aventureras, pecadoras, vendedoras de amor, como usted las cantaba. -le apunto-Juntas y revueltas. Actrices y pirujas. La Bayoneta, Yolanda Gasca, la Bella Francis, la Rorra, Clarita Martínez, María Félix, la Parisina, Rocío Durán.- Y así le sigo con la lista entera. Cuando voy por Estrella me frena.


-¿Cómo dice?- Pregunta con cinismo.


-Estrella-


-A esa no la conozco.

Entonces le empiezo a recordar datos:


-Si, hombre, don Agustín, aquella mujer aventurera que había en el burdel donde usted tocaba el piano, en casa de doña Catalina, la Murciana. ¿Se acuerda? Parece ser que una noche de tequila y vasos rotos salió usted muy mal parado.

Es cuando el costurón de su mejilla izquierda parece abrirse en una macabra sonrisa. Se trata de una cicatriz de espejo que el escultor ha tenido el gusto de no pronunciar mucho.

-Ándele y no te confundas- Me apunta con descaro-No te confundas y no vayas a ser como aquel cuate que le toca la lotería y cuando va a celebrarlo le pilla un carro y le pasa por encima.


-Usted perdone, pero ya sabe que soy un provocador y que por eso me gusta preguntar. Y por lo que me cuentan, el chirlo de su cara se lo hizo una tal Estrella en una noche de celos. Con un vaso roto.

Me dice que estoy confundido. Me aclara que la cicatriz de la jeta es un recuerdo por haber hecho la revolución al lado de Pancho Villa. Pero yo no me lo creo. Como tampoco me creí aquello de que Agustín Lara fue tan popular en sus tiempos que cuando en los anuncios de la época solicitaban servicio doméstico ponían: "Se solicita empleada doméstica que no cante boleros de Agustín Lara".

Al fin y al cabo siempre fue un embaucador y un cuentista con más vidas que un gato. Por lo mismo le pusieron estatua en Madrid, en Lavapies, el sitio más acertado para levantar un monumento al representante de todos los cuentistas y los engañadores del mundo. Agustín Lara, un hombre capaz de convertir el bronce en oro.