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El Cultural

Antonio Lucas: "La poesía debe estar apoyada en ideas, si no es megafonía de palabras bonitas"

22 octubre, 2009 00:00

Vitalismo desencantado, surrealismo ideologizado, periodismo liríco, intimismo expansivo... En la poesía de Antonio Lucas (Madrid, 1975) resuena un rumor de contradicciones que, en el fondo, no lo son tanto. Los mundos contrarios (Visor), título bien revelador de su último libro, es reflejo de todas esas antagonías vividas por este poeta en su día a día. El poemario, además, le ha valido convertirse en el ganador más joven del Premio Internacional Ciudad de Melilla. Hoy lo presenta en en la Residencia de Estudiantes, con Caballero Bonald como maestro de ceremonias.

Pregunta.- Quien le conoce sabe de su propensión a la alegría y la risa. En su poesía, sin embargo, se despliega una extensa panoplia de desencantos. ¿Cómo se explica esta dicotomía?

Respuesta.- Sí, por un lado, está el ciudadano normal, con su trabajo, sus amigos, en medio de un contexto social determinado... Por otro, está el poeta, que busca en sus filias, en sus fobias, en sus demonios. Ahí está la parte más auténtica que uno tiene, y en mi caso la canalizo a través de la poesía. Pero todos estamos inmersos en esta dicotomía, en esos mundos contrarios a los que alude el título.

P.- ¿Es Los mundos contrarios un libro para expresar su contrariedad frente el mundo?

R.- Sí, sin duda. En el libro vuelco mis perplejidades, mis desacuerdos, mis pasiones y mi mirada crítica ante una realidad insalubre y mezquina que predispone a la rebeldía, a no aceptar lo que nos están dando por hecho. El mundo puede ser mejor de lo que es. La poesía no puede ser un artefacto decorativo, sino que debe jugar un importante papel en el intento de cambiar los modales del hombre. El poema es, al mismo tiempo, canto y desencanto.

P.- Hay, respecto a libros anteriores suyos, un incremento en los decibelios de su grito, un tono más endurecido...

R.- Imagino que se debe a la edad. Mi primer libro, Antes del mundo, era muy expansivo, vital, pirotécnico incluso. Pero los que han venido después han ido alquitarando esa mirada adolescente, para hacerla más profunda y aplomada, que no quiere decir oscura. Desde hace años tengo como lema poético y de vida un verso de Aleixandre: “Siempre hacia la luz del fondo”. Esa exploración de la sombra siempre te enfrenta a conflictos, que son los que acaban endureciendo el tono. Diría que mi poesía, ahora, es menos lúdica, pero igual de vital y apasionada.

P.- ¿Qué le adeuda su voz poética al oficio que ejerce cada día?

R.- Más que deuda, lo que hay es un trasvase, un viaje de ida y vuelta. Hay un pulso en el mirar, una constante observación que se la debo al periodismo. La necesidad de estar atento a la realidad me sirve para luego quedarme con lo que más me interesa y filtrarlo hacia la poesía. Y de ésta hacia el periodismo lo que hay es una cierta sensibilidad y un gusto por el lenguaje que intento imprimir en mi trabajo.

P.- Reconoce al surrealismo la paternidad de muchos de sus versos. Pero su intención es trascenderlo, contaminarlo con otras sustancias...

R.- En mi juventud me dio muchas claves de escritura. No puedes hacer hoy un poema a lo Breton, igual que tampoco puedes hacerlo a la manera de Quevedo. Sería ridículo. Las tradiciones deben servir como cimiento sobre el que tomar impulso. A partir de ahí hay que confeccionarse una voz propia. He devorado a los surrealistas, pero también me he empapado del 27, de la generación del 50, de los románticos ingleses...

P.- ¿Lo considera, entonces, superado?

R.- Algunas de sus claves siguen en el sustrato esencial de mi escritura, pero cada vez me vale de menos. El surrealismo tiene algo de trampa. El vértigo de asomarte a una imagen muy poderosa tiene que estar siempre apoyado en una idea, sino la poesía se convierte en mera megafonía de palabras bonitas.