De charla con Carlos Gardel
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Buenos Aires. Hoy parto a conquistar esa ciudad linda y copera que vibra y habla en criollo. Llevo cigarros franceses y llevo también aprendidas las conjugaciones del verbo querer. Porque acá se dice yo quiero, así como vos querés de igual modo que se expresa el vos vení en lugar del imperativo despótico: "ven". A decir verdad, bien escuchado, lo del "ven" suena como un perdigonazo de escopeta castellana. No es igual que te lo ordenen en criollo, desde el otro lado de la tapia del cementerio de la Chacarita.
-¡Vení, vení!
Es la voz del Morocho del Abasto, El Mago, El Rey del Tango, El Mudo, El Zorzal criollo, también conocido como el francesito pues hay quien cuenta que nació en Toulouse.
-¿Vos tenés un cigarro? -Me pregunta y cuando voy a echar mano a la cajetilla me empieza a decir que el humo de un cigarro es lo único que le mantiene en pie.
Y así, la estatua de Carlos Gardel me muestra su mejor sonrisa cuando le arrimo un pitillo a la boca. Me guiña un ojo en señal de agradecimiento y yo le digo que no hay de qué, sin apartar la vista de su reluciente traje hecho a medida, tampoco del clavel recién cortado, prendido en la solapa.
-¿Es verdad eso que dicen de usted que tiene una bala en el pulmón, culpa de un altercado en un salón de baile?- Pregunto yo, en un ataque de valentía.
-Mira pibe- Me suelta, junto a la primera bocanada de humo- Y eso qué más da. Vos sabés que no fui yo el que triunfó, sino el tango.
Me doy cuenta enseguida que Carlos Gardel quiere evitar el tema pues sabe que la única manera de mantener vivo un secreto es ocultándolo. Así que le dejo que siga ilustrándome sobre el tango que según él son melodías de arrabal, cantadas con voz sentida.
-No más que eso, pibe.-Me suelta junto con el humo del cigarrillo.
A lo que yo añado que la temática de las letras de tango resulta machista, por eso al tango se le pasó el arroz tan pronto.
-Vos sos boludo, también, acusándome a mí de machista, si en mi época lo del machismo era tan normal que ninguna mujer se sentía ofendida por ser tratada con vigor.
Carlos Gardel pega otra pitada al cigarrillo y sigue contándome la de veces que ha amado en su vida, los recuerdos que guarda de cada una de las mujeres con las que compartió lecho. Lo dichoso que fue poseyéndolas, una por una.
-En cada relación he querido de diferente manera según el temperamento de la piba, las circunstancias y el ambiente. -Dice-. Sin embargo, cada vez que quería de nuevo, vos sabés, pensaba que era la única ocasión en que verdaderamente había querido. Por lo menos ellas lo sentían así. Y de eso se trata. -Me dice antes de despedirnos, con el cigarrillo prieto entre los dientes y aspirando el humo hondo, como si el humo fuera lo único que le mantiene en pie, o mejor aún, como si con humo quisiera ocultar el secreto alojado en su pecho.