El Cultural

De charla con la Sirenita

8 diciembre, 2009 01:00



Es noche de luna y salgo al encuentro de la Sirenita pues dicen que es cuando su figura se refleja en el agua. Al igual que hacen los marineros, llego hasta el puerto de Copenhague con la intención de confesar mis infidelidades a una estatua tierna y de busto infantil.
Siempre tuve ganas de exteriorizar mis canalladas, la verdad sea dicha, siempre quise hacerlo frente a una mujer que prefirió ser mortal y mujer, mucho antes que seguir siendo sirena y eterna. Y como suele pasar, no cumplieron con sus últimas voluntades, convirtiéndola en estatua por antojo de un cervecero.
Mirándolo bien, la Sirenita también es una mujer traicionada. Lo advierto en sus ojos, de niña vendida al mejor postor; en la forma que tiene de mirarme, sin alzar la vista, como si fuera una chiquilla que contuviera dentro el ultraje.
Tras ella, una mujer obesa emerge del agua. Carga su peso un hombre escuálido y por si fuera poco, la citada lleva un bastón donde apoyar las obligaciones. Para disimular tanta grosería, en la otra mano lleva una balanza.
-Esa es mi hermana fea.- Me dice la Sirenita, avergonzada de su genética.
-Ese es mi hermano guapo. -Le suelto. Y señalo al negro que tiene el agua por las caderas y carga a la hermana fea de la Sirenita.
Ella capta mi resentimiento de clase pero no suelta prenda, sigue perdiendo la mirada en el vacío. Yo venía a confesar infidelidades, y al final acabo arrimando el hombro a su mejilla para que me llore acerca de la explotación del hombre por el hombre; los privilegios que otorga el nacimiento; la hipocresía con que envuelven sus actos los poderosos; todas esas cosas que hacen que mis infidelidades se olviden por un tiempo y me crea mejor que los demás.
Yo también fui educado en el viejo cuento, le digo a la Sirenita. En ese que desde la cuna nos enseñan como si fuese un juego, tomándonos los dedos y enumerando la labor que a cada uno le tocó. El dedo pequeño cazó un pájaro, el siguiente fue a cortar la leña, el dedo que viene después preparó el fuego, el otro cocinó y el gordo, el puto gordo, se comió hasta los huesos.
Me hago cargo del asunto. Hay veces que no me llegan los dedos para contar barbaridades, injusticias que de tanto señalar se hacen invisibles a los ojos de los dueños de las hambres, esos hombres y mujeres que son igual a la hermana fea de la Sirenita, una bien comida con sus momentos de misericordia, sobre todo ahora que llegan las Navidades, momentos en los que ella haría cualquier cosa para ayudar a mi hermano escuálido. Todo, menos bajarse de sus hombros.