El Cultural

De charla con el oso y el madroño

4 enero, 2010 01:00



Enfilo la calle del Carmen, camino de la Puerta del Sol, y es al final de la misma donde me encuentro con el célebre oso que ha sido espectador de tantas y tantas citas a la sombra del madroño.
Son días en los que la aspereza revuelve sus tripas y los humores de la resaca le ponen de mala uva. Con las fiestas, el animal se convierte en presa fácil para los patosos que orinan a sus pies, le vomitan encima e incluso le montan sin ningún tipo de reparo ni higiene. Pero yo no soy uno de ellos, yo tan sólo soy el hombre que charla con las estatuas.
Así le digo y, ya puestos, le digo que vine para ver como la Reina de San Blas daba las campanadas. Diga lo que diga el oso, a mí la Belén Esteban me pone. Pero ya se sabe lo que pasa con los osos.
Se excita con mi presencia, igual que si le hubieran destapado un tarro de miel ante el hocico. A sus gruñidos no les falta razón ni tampoco sentimiento de animal que se sabe en peligro de extinción. Y va y me dice:
-Estoy cansado de escribir pliegos de descargo al Ayuntamiento, a la Comunidad, a las asociaciones de vecinos, a la patronal, a las entidades agrícolas y a los Bancos de Crédito, para que me cambien de desplazamiento y me pongan por el barrio de Chueca, donde se venera al oso. Tú me entiendes.
-¿Y?- Pregunto yo, haciendo como si no le entendiera.
-Pues eso, que ni caso.- Se termina de explicar el oso.
-Puestos a pedir, mejor al Sacromonte, -apunto yo- donde el oso tiene tradición y los gitanos veneran al oso por ser oso y no por el madroño, como pasa en Chueca.
Me mira cruzado, a mí, que me dedico al oficio de la pluma donde todos somos de la misma ralea. Y le empiezo con una lista de punta a rabo, desde los griegos a Fernando Vallejo parándome en Jean Genet, al que tanto gustaba dar la vuelta a los marineros.
-Todos maricones, pues para ser gay hace falta tener mucho dinero. Y la escritura no da para tanto.- Remato mi soflama.
-Vamos a dejarlo, aquí. -Me dice.- Tú no quieres entender y eso a mí ni falta que me hace.
Yo le repito que lo que no quiero son líos, y que tan sólo vine con el deseo de ver a la Reina de San Blas pues, con su nueva cirugía, me recuerda a una de esas que se ponen bajo el puente de Rubén Darío y aledaños para mostrar su interrogante a los taxistas. En fin que uno también tiene sus vicios ocultos.