Image: De charla con Allan Poe

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El Cultural

De charla con Allan Poe

8 marzo, 2010 01:00

Estatua de Edgar Allan Poe en la facultad de Derecho de la Universidad de Baltimore, Estados Unidos



Está borracho, no lo puede evitar ni convertido en estatua. Para qué, si encontró la lucidez en el delirium tremens, rodeado de cuervos, escarabajos, monos y almas en pena. El hombre que se jugó la vida a una carta alza su dedo, como si quisiera advertir algo.

Pero yo soy más rápido y le pregunto por qué lo echaron del West Point.
-Por jugar a los dados y masticar sombras -salta apresurado, como si supiera de memoria la respuesta. Ya estaba yo al corriente de este detalle. Lo que pasa es que me gusta cuando lo rememora. Así yo también le recuerdo su famoso capote roído, el mismo que se llevó de la academia militar y con el que paseó por las tabernas en los últimos días de su vida.

-¿Por qué no lo llevas puesto? -Pregunto por curiosidad.
Es entonces cuando cabecea al viento, despeinándose los rizos y en una de esas va y salta:
-Mi nombre todavía resuena en la academia como ejemplo a no seguir, amigo.
-Entiendo -le digo-. Lo que no entiendo es cómo conseguiste acechar lo que no existe. Me refiero a lo del autómata del turco ajedrecista, el que fumaba en pipa y movía las piezas con inteligencia.
-Es que la máquina siempre está controlada por una inteligencia -me dice lúcido, con la mirada en lo más hondo de sus ojeras.

Después de la aclaración, indago acerca del chevalier Dupin. A propósito de él le pregunto a su creador que si al desenmascarar el engaño, se refuerza más su máscara.
-Claro que sí, pues toda lógica desemboca en el ilusionismo. No hay respuesta ante el misterio. Esa es la conclusión a la que he llegado después de muerto, ya convertido en estatua.

Me lo quedo mirando, asombrado ante la claridad de su pensamiento después de lo que lleva bebido. Oscilando su cabeza me vuelve a advertir del peligro que corro al mantener los ojos del revés y con ellos mirar el mundo interior del que estoy hecho.
-Un mundo habitado de fantasmas, intrigas y robots que juegan al ajedrez sobre un tablero que viene trucado, amigo -remata Poe.

Yo, por no ser menos, con la envidia malsana de los literatos le recuerdo la misión de las estatuas; figuras que burlan a la muerte, pero no a la vida. De esta forma le vuelvo a recordar su condición, cosa que, según parece no le ha sentado nada bien pues tiene un repente. Desde su pedestal me fulmina con la mirada. Es la mirada del hombre que tomó a la muerte de cara y con valor para llevársela con él a tomar una copa. La última copa.