Image: Azarías, Nini, El Mochuelo, Cipriano... a carne y fuego

Image: Azarías, Nini, El Mochuelo, Cipriano... a carne y fuego

El Cultural

Azarías, Nini, El Mochuelo, Cipriano... a carne y fuego

Herejes, alcaldes, viudas, hombres primarios con callos en el alma de tanta faena, cazadores de ratas, todos ellos están ahora reunidos bajo la sombra de un ciprés

19 marzo, 2010 01:00

Protagonistas de la versión cinematográfica de Los Santos Inocentes

A diferencia de los demás escritores, el novelista tiene el don de crear vida. Delibes lo sabía hacer. Sólo hay que echar un ojo a su obra, contaminada de personajes célebres; una cuerda que arranca con el niño Pedro, en Ávila, y termina con el hereje Cipriano por las calles de una Valladolid iluminada a fuego, culpa de la Santa Inquisición.

Entremedias anda el Moñigo, el Tiñoso, las Guindillas y toda una pandi que puebla la noche del Mochuelo, antes de su partida. En este caso, el viaje iniciático del personaje le sirve al novelista de salida para recordar peripecias de vida y muerte rural. Se trata de El camino, donde los personajes son niños con cicatrices de guerra reciente y que, con su buen dibujo, el novelista consigue que el lector vea la vida a través de ellos. Para eso se necesita oficio y aunque jovencillo entonces, Delibes tenía esa forma de caracterización tan propia de los de su extinta raza y que además es una manera de andar y de moverse, o de quitarse los zapatos como cuando nada más empezar sus Cinco horas con Mario, el novelista inventa a la viuda en el borde de una gran cama, descalzándose sin utilizar las manos, tan sólo empujando el zapato del pie derecho con la punta del pie izquierdo. Es en esos detalles donde se conoce al constructor de personajes, al arquitecto, al creador, al novelista.

Sin ir más lejos, en Las ratas, la miseria del entorno no puede apagar la luminosidad del Nini, otro chiquillo, personaje brillante que mantiene su adaptación con el entorno por conseguir su equilibrio vital. Clarividente para interpretar las señales que manda la naturaleza, Delibes convierte al Nini en algo parecido a un oráculo rural al que todos van a pedir consejos acerca de los barruntos del cielo sobre almanaques y cosechas.

Cinco horas de duelo
De una rebeldía sorda y acertado siempre en sus vaticinios, en el pueblo atribuyen a la ciencia infusa los saberes del Nini, incluso había quien se los atribuía al Diablo. Cosas de los pueblos que el novelista supo plasmar como nadie en sus escritos con ese realismo descarnado capaz de hacer chillar al viento, como si en vez de viento fuera una rata a punto de ser cazada. Al igual que les ocurre a los grandes pintores, para Delibes su gran maestra fue la Naturaleza.

Luego están los diálogos, el discurso que revela los matices del pensamiento de sus personajes, siendo aquí donde Delibes los redondea, no ya porque los pone a hablar con mucho oído, sino porque Delibes cuando habla, habla como un personaje más de la novela, sin distancias ni fronteras lingüísticas que lo separen de sus personajes. Para qué, si él fue uno más, como cuando después de descalzar a la viuda de sus Cinco horas con Mario, deja ver su interior, como el que descorre una cortina y empieza a escuchar un monólogo lleno de reproches y de culpas, un discurso innegable que al día de hoy muchos confunden con una obra de teatro. Cinco horas con Mario donde revela la indecencia que la vida esconde bajo su piel, siendo una crítica a esa nueva burguesía de raíz rancia de la época y que trepó por las ramas del franquismo con la ligereza que imprime la doble moral.

La vida y la muerte fueron sus temas y con ellos la tensión entre opuestos que flota alrededor de todos sus personajes, una tirantez donde el pesimismo parece ganar la partida contagiando discursos como el que mantiene Eloy, el jubilado, con la mujer que lo atiende, Desi, y que se resume en unas palabras que ponen título a La hoja roja: "Tendrás estorbo por poco tiempo, hija. A mí me ha salido ya la hoja roja en el librillo de papel de fumar".

Cipriano Salcedo, el hereje
En definitiva, el tiempo de un reloj que siempre juega a favor de una muerte que viene avisada desde la primera página. Algo tan natural como saber que la muerte mata. Por ese mismo porque se saben mortales, sus personajes consiguen ser tan humanos con todas sus flaquezas y sus manías que, en algunos casos, llegan a ser cuestiones vulgares de vicio. Como ejemplo de esto último tenemos a Bernardo Salcedo, progenitor de Cipriano y hombre de trazas obscenas en lo que se refiere a su relación con las mujeres. Por un lado con la nodriza de su hijo, lo que le llevará al ridículo, y luego con una vulgar prostituta de la que se enamora, o eso piensa pues Bernardo Salcedo es hombre incapaz de engendrar en la belleza, todo lo contrario a su hijo Cipriano aventurero y hombre de ideas avanzadas para la época que le tocó vivir. Pero el amor, que el novelista también conoció, vendrá encarnado en su forma más pura con Ana la mujer que protagoniza su Señora de rojo sobre fondo gris y que es una lectura más de la propia vida de Delibes con la admiración que el novelista sentía por su esposa fallecida. El humanismo y el cariño con el que reprodujo el dolor por su esposa hacen de esta obra una novela testimonial donde el autor cambia la pluma por los pinceles pero aún así no puede evitarse.

Por seguir con los rasgos humanos en sus personajes, hay que decir que va a ser en la novela Los Santos Inocentes donde Delibes descubra al hombre primitivo en la figura de Azarías. Sobre todo en la comunicación que éste mantiene con un pájaro, Milana bonita. De tal forma, Delibes interpreta los orígenes del hombre; el diálogo antiguo que existe entre el ser humano y las aves. Ambos fuimos reptiles en tiempos remotos. Algo así dio a entender el novelista remachando a sus personajes de pasado. Tiempo pretérito que le llevó a crear una de las más grandes escenas de parto de nuestra literatura en lengua castellana. No es otra que la escena donde el novelista sitúa a la madre de Cipriano Salcedo -el que después sería hereje- dando a luz a su hijo con ayuda de un aparatoso cacharro que Delibes muestra al lector igual que si se tratara de un artefacto inquisitorial. Al final la madre muere y su padre odiará al hijo, hecho que transformará a Cipriano en su viaje iniciático que no es otro que el camino que lleva hacia la hoguera y por donde se le cruza la nodriza que un día lo amamantó, consiguiendo con este golpe un efecto que los lectores nunca olvidaremos por puro agradecimiento al creador de tan cercanos personajes. Herejes, alcaldes de pueblo, viudas, señoritos, jubilados, caciques de pueblo, hombres primarios con callos en el alma de tanta faena, nodrizas, pintores con el color de la pena en el alma, cazadores de ratas, horteras y mediocres de raíz burguesa y chiquillos con cicatrices de guerra perdida para siempre, todos ellos ahora están reunidos bajo la sombra de un ciprés que protege la tumba del novelista.