Image: Arcadi Volodos

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El Cultural

Arcadi Volodos

"Ahora llaman música a ese ruido horrible que suena en las gasolineras"

13 abril, 2010 02:00

Arcadi Volodos

Hoy arranca en Bilbao una gira por España que lo llevará por Valencia, Santiago de Compostela y Las Palmas.

Benjamín G. Rosado
Todo un pope de la música clásica como Thomas Frost definió a Arcadi Volodos (Leningrado, 1972) con un piropo lapidario. "Lo tiene todo", dijo. Se refería a que su original estilo no sólo consigue evocar el virtuosismo de Horowitz o la profundidad de Richter, sino que es capaz de superar la barrera del sonido para expresarse en los parámetros del placer más inhumano. "No fui un niño prodigio", nos advierte, "me dejaron ser feliz". Nos lo cuenta en un castellano más que correcto, que es el que practican los adictos "al sol y la buena comida" con los que recuerda sus años de juventud en España. Con su nuevo disco (Volodios in Vienna) aún caliente, esta tarde actuará en la Sociedad Filarmónica de Bilbao con un programa variado (Mompou, Albéniz, Liszt, Schumann) que moverá por Valencia (mañana), Santiago de Compostela (día 20) y Las Palmas (29).

PREGUNTA.- Usted prefiere que lo llamen "poeta del teclado" antes que "genio del piano", ¿verdad?
RESPUESTA.- Es que no se puede aplicar a un intérprete el calificativo de "genio"… Mozart o Schubert, ellos sí que eran genios. Nosotros sólo interpretamos sus obras, lo que los genios nos dejaron.

P.- El virtuosismo de las nuevas generaciones de pianistas ¿está eclipsando la "dramaturgia musical" que usted ha defendido siempre?
R.- Si pensamos en el aspecto deportivo del término, esto es algo que me es ajeno. Si los músicos fueran como los deportistas, no habría concertistas de más de 35 años. El verdadero virtuosismo consiste en obtener una rica paleta de colores sonoros multidimensionales que creen una atmósfera particular y que nos permitan transmitir estados emocionales constantemente cambiantes y fluctuantes. Esto precisa de mucho más virtuosismo que el necesario para tocar rápido y sin errores... Adoro, por ejemplo, la grabación que Sofronitsky hizo en el museo Scriabin, en un modesto piano y en la que escuchamos esta atmósfera sonora mágica. Eso es un auténtico virtuoso.

P.- Y ese rumor de que los pianistas actuales cada vez improvisan menos, ¿cuánto tiene de cierto?
R.- Por desgracia, mucho. Sólo los músicos de jazz continúan con esta tradición, pero no demasiados músicos clásicos. En los siglos XVIII y XIX los intérpretes eran más polivalentes e improvisaban sobre un tema o en las cadencias de los conciertos. Actualmente se estudian las partituras sin ser capaces de improvisar ni tres notas en el estilo del compositor. Para mí es como aprender de memoria un poema en japonés sin tener ni idea de japonés.

P.- Sus comienzos no fueron los de un niño prodigo que sorprende a sus padres con tres años. Más que una sorpresa, lo suyo fue un susto...
R.- Tuve la suerte de tener una infancia feliz en la que nadie me obligó a practicar durante horas. La pasión por la música vino más tarde de forma muy natural, hacia los 15 ó 16 años. En gran parte gracias a la colección de discos de mi padrastro. Viejos discos de vinilo de pianistas como Rachmaninov, Schnabel, Cortot, Sofronitsky, Feinberg...

P.- ¿Qué opinión le merecen pianistas como Lang Lang, tan estrechamente vinculados a las estrategias comerciales de las discográficas?
R.- No solamente la música clásica, sino el arte en general, nunca ha sido patrimonio del gran público. El sueño de los músicos es compartir nuestro arte con todo el mundo, pero no sé si eso es posible. El lado positivo de la existencia de músicos "comerciales" es que atraen nuevo público a las salas de conciertos. Pero es preciso dedicar mucho tiempo a otras cosas aparte de música, estar en la televisión, dar muchas entrevistas y actuar en muchos conciertos...

P.- ¿Qué riesgos tiene que la música clásica se plantee en los mismos términos que la música pop?
R.- Creo que en la sociedad actual la música se infravalora constantemente. La escuchamos por todas partes: en los restaurantes, en los bares, los grandes almacenes, hasta en las gasolineras. Llamamos música a ese ruido horrible y cotidiano. Y ya la gente no soporta el silencio, que es un elemento importante que permite una experiencia espiritual que nada tiene que ver con las bandas sonoras que se nos impone.

P.- ¿Cómo ha celebrado usted el año Chopin?
R.- Para mí todos los años son el año Chopin, el año Schubert, el año Beethoven... ¿Por qué me pregunta sólo por Chopin? También es el bicentenario de Schumann.

P.- En cierta ocasión dijo que Estados Unidos le aburría. ¿A qué se refería?
R.- A la "estandarización". Cuando viajas a una nueva ciudad te encuentras con la misma arquitectura, la misma decoración en el hotel, la misma sala de conciertos. Cuando inicié mi carrera de concertista, tras terminar mis estudios en España, hacía giras de 20 ó 30 conciertos en Estados Unidos. Todo un shock. Tocas, vas al aeropuerto, al hotel y tienes la impresión de estar siempre en la misma ciudad. Creo que esto me quitó las ganas de viajar por Estados Unidos. Tocar música es lo más maravilloso del mundo, pero ser pianista-concertista es una profesión aparte...

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