Image: De charla con el escritor desconocido

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El Cultural

De charla con el escritor desconocido

11 mayo, 2010 02:00

Escultura del Escritor Desconocido en Budapest



En Budapest, que es tierra de vampiros, levantaron figura al escritor desconocido. Lleva faldas, capuchón de fraile y el rostro envuelto en sombras. No se levanta a saludar. Para qué, si presenta una extenuación cercana a la del jornalero después del trabajo. Tanto es así que en su mano diestra luce un bolígrafo, pero bien podría lucir una guadaña que con su filo hubiese cortado a los escritores vanidosos.

Ahora que ya no es anónimo ni el Lazarillo y que pasar desapercibido no es fácil en este oficio, parece mentira que hubiese un tiempo en que ser anónimo era cosa muy común. Quiero decir que hubo épocas en que lo importante era lo escrito y no el escritor, así se llamase Cervantes o Avellaneda. Por eso y por reanimar un poco a la estatua, voy a dar la vuelta a los tiempos. Con la intención de ser anónimo me acerco a tocar el bolígrafo que cuelga de su mano diestra.

-Hacía mucho que alguien no pasaba por aquí a cumplir el ritual - va y me dice sin cambiar de postura y mostrando cierto cansancio en sus palabras, como si la guadaña de la muerte literaria hubiese acabado también con él.

Le cuento mis intenciones, le digo que mi deseo es otro, que lo que quiero no es fama sino que me devuelva a un anonimato que empiezo a añorar. Quiero borrar mis huellas, digo. Pero el escritor anónimo, bosteza y me cuenta que eso es imposible, muy trabajoso para tiempos tan expuestos.

-No me dejaron ser anónimo ni a mí. Con eso te cuento todo -sigue diciéndome, arrastrando sus palabras como si fuesen las últimas.
-Pero alguna forma tiene que haber para lograr ser un escritor anónimo -sigo yo con lo mío, dando vueltas al asunto.
-Nada -me asegura él-. Hoy no corren buenos tiempos para el hombre invisible. En cuanto se descuide un poco, le hacen una estatua.

Luego me pongo a contarle las vueltas que he dado para conseguir despistar a la fama y sus complicaciones. Para ello, una de las primeras cosas fue llevar la contraria a aquel estúpido refrán americano que dice que el éxito es una escalera que nunca has de subir con las manos en los bolsillos. Pues bien, yo la subí con las manos en los bolsillos y tocándome las vergüenzas. Pero ni con esas. Me reconocieron y no solo me abrieron el paso sino que me siguieron hasta aquí. No pude dejar pistas falsas que avivasen la incógnita aunque, ya digo, la tocase por el forro de los bolsillos.

Pero el escritor desconocido sabe que no hay vuelta atrás, sabe que como anónimo estoy tan muerto como él.