Antonio Múñoz Molina. Foto: Begoña Rivas.
Hoy inaugura los Cursos de Verano de la Universidad Complutense en El Escorial
Desde el escepticismo, a la esperanza y la indignación, Antonio Muñoz Molina (Úbeda, Jaen, 1956) inaugura hoy los Cursos de Verano la UCM de El Escorial con una conferencia magistral en la que el narrador hará "una defensa apasionada del conocimiento, del aprendizaje, de la capacidad humana por aprender, que está en nuestro código genético, porque la debilidad con la que nacemos la compensamos con un instinto prodigioso de adquirir las habilidades que no heredamos genéticamente". También hablará "del aprendizaje como disfrute, de la disciplina como camino hacia la libertad, del placer de lo bien hecho frente al aturdimiento de la chapuza y el desorden. Haré una defensa de la enseñanza democrática, que no consiste en igualar a todo el mundo en la ignorancia, sino ofrecer los medios para que cada persona, independientemente de su origen o de su situación económica, pueda desarrollar al máximo sus capacidades". Pueden creerme, a muchos políticos de todas las banderas se les van a atragantar estos "Buenos Días", porque el académico Muñoz Molina no tiene piedad con sus imposturas...
Pregunta.- En un país que parece despreciar las Humanidades, ¿cómo se explica esa afición por estudiar precisamente en verano?, ¿qué sentido tienen estos cursos?
Respuesta.- No sólo se desprecian las humanidades: también las ciencias duras. Lo que se desprecia es el conocimiento, por culpa de una demagogia sembrada por la clase política desde hace muchos años.
Los politicos tienden a desconfiar de las personas que saben de verdad sobre algo. Yo creo que toda oportunidad de aprender está bien, y si se hace en verano, pues mejor. Habrá que ver cómo se refuerza la enseñanza durante el curso académico.
P.- ¿Le parece que estas universidades de verano podrían enlazar con el esfuerzo modernizador que supuso, hace ahora un siglo, la Residencia de Estudiantes?
R.- La Residencia, la Institución Libre de Enseñanza, los planes pedagógicos admirables de la II República. Una cosa que me sorprende es que el fetichismo de lo republicano que está de moda ahora no incluya la defensa de lo más digno de aquel régimen, la obsesión por la enseñanza pública como palanca de justicia social.
P.- Este otoño abandona la dirección de la Real Academia Víctor García de la Concha: ¿qué es lo mejor de su gestión y qué queda por hacer?
R.- Víctor ha continuado con un entusiasmo y una entrega personal admirables el proyecto de modernización de la Academia que empezó Fernando Lázaro Carreter, un maestro y un amigo al que siempre echaré de menos. Lo que queda por hacer es continuar la tarea inacabable de mejorar el diccionario. Y resolver con más determinación la anomalía difícilmente aceptable de la escasez de mujeres académicas.
P.- Cuando publicó su último libro,
La noche de los tiempos, escandalizó a muchos que hubiese retratado a Alberti o Bergamín como "intelectuales señoritos", que "sin trabajar jamás" apostaban por la revolución entre fiestas y viajes. ¿Hemos cambiado lo suficiente, o todavía "las gentes de la cultura" actúan frívolamente, entre firmas y cejas?
R.- Yo he escrito una novela, no un libro de historia, de modo que los personajes públicos que aparecen en ella están vistos a través de la mirada de otros personajes. Las opiniones que da Moreno Villa en la novela sobre escritores de su generación no son las mías, sino las que yo imaginaba que podía tener una persona en su situación, algunas de las cuales se intuyen leyendo sus memorias. Por lo demás, las fiestas de disfraces en la Alianza de Intelectuales no son invento mío, ni proceden de testimonios hostiles: las cuentan con bastante detalle Rafael Alberti y María Teresa León en sus respectivos libros de memorias. Una parte de las cosas que Bergamín dice en mi novela está tomada literalmente de cosas escritas por él en la época. Pero es que se trata de una época de una terrible intoxicación ideológica, y de un extremismo muy destructivo, pasiones que son incompatibles con la grandeza literaria. Cualquier comparación con el presente es ociosa, por fortuna para nosotros. Aprovechados los hay siempre, pero la España de hoy no tiene que ver nada con aquella. Nada de nada. Esa es una obviedad que hace falta recordar siempre.
P.- De todos los aspectos de la crisis actual (económico, social, cultural), ¿cuál le parece el más preocupante?, ¿ve la luz al final del camino, brotes verdes...? ¿Cree que de todo esto saldremos más fuertes y solidarios?
R.- Lo que da más miedo es que no pueda sostenerse el Estado de Bienestar. Pero quizás la crisis nos ayude a distinguir entre lo que es imprescindible y lo que es superfluo, de modo que aprendamos a ser austeros en todo aquello que no es importante para preservar lo más valioso: la sanidad pública, la educación pública, los organismos destinados a garantizar el imperio de la ley y por lo tanto las libertades individuales. Tenemos una clase política omnipresente y parásita que se ha adueñado de todas las instituciones y las ha multiplicado en su propio beneficio, para alimentar sus redes clientelares a costa de la profesionalidad y la eficiencia de la administración. Alguna vez nos daremos cuenta de que este tinglado político es insostenible.
No puede ser que haya escasez de maestros o médicos y que no estén bien pagados y en cambio el número de cargos políticos o clientelares se multiplique sin control. Y quizás la crisis también nos fuerce a pensar en otro modelo de desarrollo, menos basado en el despilfarro de energía y de recursos no renovables y más sostenible a largo plazo.
P.- Tras el éxito de su último libro,
La noche de los tiempos, que conquistó a la crítica y a numerosísimos lectores el año pasado, me cuesta imaginarlo descansando y ocioso... ¿qué está preparando ahora?
R.- Nada. Hay que escribir a veces y a veces hay que no escribir. No soy de esos autores obsesivos, a la manera de Woody Allen, que tienen que estar siempre trabajando en un proyecto. También disfruto escribiendo lo mínimo y dedicándome a no hacer nada.
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