Image: De charla con Charlot

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El Cultural

De charla con Charlot

26 julio, 2010 02:00

Estatua de Charles Chaplin en el parque de Montjuic, en Barcelona



Subo hasta Montjuic donde me dijeron que estaba la estatua de Charlot. No di con ella a la primera, sino que tuve que preguntar a otras estatuas que por allí andaban. Así pregunté a la de Carmen Amaya y a la de Charlie River, el payaso. Al final reconocí su bastón, pinchando la bola del mundo. Me acerco.
-La estatua de Charlot queda más arriba, en Suiza. Yo sólo soy Charlie Chaplin -aclara con autoridad-.

Me presento, le digo que vengo hablando con estatuas desde hace tiempo y que ya no me queda tiempo para hablar con más pero que, sin embargo, me hubiera gustado charlar con la estatua aquella que en la película de Luces de ciudad le intentó sodomizar.

Charlie Chaplin no dice nada al respecto y yo no sé qué pensar. Se mantiene inmóvil como si mi perversidad no le hubiera hecho el menor rasguño.
-Nunca imaginé que fuera usted tan serio -voy y le digo.

Se aclara la garganta, hace una mímica que yo interpreto como que conviene prestar atención y me suelta que en todo este tiempo charlando con estatuas ya podría yo haber denunciado la estatua de "la violetera".
-Esa que pusieron en Madrid -me recalca- y que es un insulto al vendedor ambulante. Por lo menos a mí me lo parece.

Con lo de "la violetera me ha dado pie". Entonces aprovecho, para preguntarle si es verdad que le dio calabazas la Raquel Meller; que la quiso lucir en su película y que al final nones.
-Eso dígaselo a ella- sonríe Chaplin- y me señala con su bastón la ciudad de Barcelona.
-¿Qué pasa, qué las autoridades compusieron ya la estatua de la Meller? -Le pregunto.
-No tengo ni idea -me responde-, hace tiempo que no bajo; me enteré de que le cortaron la cabeza hace unos años, como a María Antonieta. Cuando estaba de pie o sentada era la estatua de la belleza; cuando se movía era la gracia en persona, decían de ella -cita de carrerilla.
-¿A pesar de haber perdido la cabeza? -Le pregunto.

Pero Chaplin se muestra mordaz y me sugiere que hable con otras estatuas.
-Con la estatua de sal, por ejemplo, que está por Sodoma. O mejor, por qué no vas y te acercas a Senegal -me sigue diciendo con familiaridad-. Llegas a Senegal y revisas los tiempos modernos y subes la vista hacia una estatua que es una vergüenza. -Dicho esto me señala con la punta del bastón, en la bola del mundo que hay bajo sus pies-. Aquí está Senegal. Tiene una buena altura la estatua. Escúpela, a ver si llegas -me reta.
-La estatua del despilfarro -me adelanto yo-. La conozco.
-Eso es lo peor, que la conoces y no te atreves ¿eh? Y por lo tanto no te voy a permitir que vengas ahora insinuándome asuntos frívolos. La vida es la única obra de teatro que no permite ensayos -me advierte.
Le comento que era mi forma de entrarle, un gesto de esos de los que hablaba Brecht, el mismo que tiene estatua en Berlín y que el otro día fue pintada con la estrella de David.

Pero esto último parece no preocuparle y me dice que siempre que pudo se burló de la Autoridad con mayúsculas.
-¿Y con minúsculas? -Pregunto yo.
-No, la autoridad con minúsculas, esa no me interesa. La suelo dejar crecer para luego burlarme de ella -responde, como si se lo supiera de memoria.

Después de esto por fin me quedo mudo, como en las películas de Charlot.