Los intrincados desafíos de Fringe
Las ideas no me interesan. Sólo me interesan los hombres.
WILLIAM FAULKNER
Hubo un momento, mientras coincidían en emisión la sexta y última temporada de Lost y la segunda de Fringe, en el que no podía evitar ver la segunda serie como una nota a pie de página de la primera. La naturaleza fantástica de ambas, sus variantes en torno a la ciencia-ficción, así como ciertas líneas temáticas sobre viajes en el tiempo y universos de coexistencia paralela se correspondían perfectamente entre una serie y otra. De hecho, recuerdo que en algún momento, en algún lugar, se llegó a especular con la idea de que algunos personajes irían apareciendo indistintamente en una serie y en otra, que el universo de Fringe irrumpiría en el de Lost y viceversa. Nunca ocurrió. Pero hubiera sido interesante que al menos en algún capítulo de Fringe la inspectora del FBI Olivia Dunham, el científico Walter Bishop y su hijo Peter investigaran algo relacionado con la isla de Lost en sus pesquisas de acontecimientos misteriosos que pueden atentar contra la seguridad de Estados Unidos.
Todo esto tenía su sentido y era perfectamente viable. El hombre detrás de ambas series, su creador, es el gran J. J. Abrams. Mientras que en Lost desarrollaba su serie de gran formato (arrastrada por una popularidad que finalmente jugó en su contra), en Fringe aún podía permitirse ciertas licencias relacionadas con los discursos de los subgéneros televisivos sin que en cada capítulo necesariamente le juzgaran. Fringe era un juguete más pequeño, y por tanto más libre y manejable, sobre el que parecía tener todo el control. En una presentación ante un entregado público en marzo de 2007, J. J. Abrams expuso sus teorías sobre lo que él llama "cajas de misterio", y que vendrían a ser los bloques de suspense y ocultación sobre los que va construyendo sus ficciones, verdaderos artefactos o sofisticadas máquinas de fabulación que generan una y otra vez preguntas cuyas respuestas despiertan más enigmas irresolubles. Esa es la fórmula adictiva de sus series, desde Alias hasta su última propuesta, Undercovers, a la que habrá que estar atentos.
Sin embargo, lo que creo que distinguen las ficciones de Abrams de otros productos similares (no hay que negar que Fringe es a su modo una variante temática, aunque mucho más interesante, de CSI) es su capacidad para que el peso y la emoción del drama recaigan sobre la evolución de los personajes, y no únicamente sobre la acción trepidante o el desvelamiento de los incontables y sucesivos enigmas. El equilibrio entre ambos motores dramáticos es fundamental. En la infravalorada película Cloverfield (producida por Abrams), la historia íntima de la pareja, su prueba de amor, mantiene un pulso narrativo con el espectáculo del Apocalipsis en Manhattan, y prácticamente lo mismo puede decirse de las nuevas relaciones que establece entre los populares personajes de Star Trek al revelar sus orígenes. Este interés humano fue uno de los grandes motivos de que el desenlace de Lost fuera tan controvertido (y diera lugar a infinitud de parodias en la web, como esta obra maestra del falso subtitulado), porque en su mimético y sentimental último capítulo, Abrams colocó a los personajes por encima de la resolución de los misterios.
El equilibrio narrativo -de los personajes y las ideas- es hacia el que avanza Fringe. El magnífico primer capítulo de la esperadísima tercera temporada (el tramo final de la segunda fue antológico), que se estrenó el domingo en Estados Unidos, titulado "Olivia", es ejemplar al respecto. Con la inspectora Olivia Dunham atrapada en el universo paralelo, y su "doble" infiltrada en el mundo del que ella provenía, Abrams añade mayor complejidad y suspense a una serie de apariencia sencilla, cuyas implicaciones humanas han ido adquiriendo gran peso, hasta el punto de que ahora nos enfrentamos a una ficción en la que todos sus personajes principales aparecen por duplicado y responden a una identidad partida. Podríamos decir que en términos generales la primera temporada se proponía contestar a la pregunta "¿quién es Walter Bishop?", mientras que la segunda trasladaba esa cuestión a Peter Bishop, y esta tercera establece su conflicto central en torno a la identidad de Olivia.
A su modo, Lost ha sido para la ficción televisiva lo que El año pasado en Marienbad (1961) significó para el cine. El film de Resnais, clave en el origen del cine moderno, fue la primera piedra de una construcción audiovisual en torno a las rupturas de la lógica espacio-temporales y de la causa-efecto que llega hasta Origen, de Christopher Nolan. Fringe es también una prolongación de este discurso tan pegado al ADN creativo de Abrams, como también se pudo ver en la tercera parte de la saga cinematográfica Misión Imposible 3. Fringe se ha revelado como una serie cada vez más sólida y profunda, que parece haber dejado atrás las vacilaciones y trivialidades de anteriores temporadas, y se ha internado sin miedo en la compleja dinámica de los laberintos psicológicos, la confusión de identidades y los intercambios de sueños y recuerdos. Todo un desafío.
WILLIAM FAULKNER
Hubo un momento, mientras coincidían en emisión la sexta y última temporada de Lost y la segunda de Fringe, en el que no podía evitar ver la segunda serie como una nota a pie de página de la primera. La naturaleza fantástica de ambas, sus variantes en torno a la ciencia-ficción, así como ciertas líneas temáticas sobre viajes en el tiempo y universos de coexistencia paralela se correspondían perfectamente entre una serie y otra. De hecho, recuerdo que en algún momento, en algún lugar, se llegó a especular con la idea de que algunos personajes irían apareciendo indistintamente en una serie y en otra, que el universo de Fringe irrumpiría en el de Lost y viceversa. Nunca ocurrió. Pero hubiera sido interesante que al menos en algún capítulo de Fringe la inspectora del FBI Olivia Dunham, el científico Walter Bishop y su hijo Peter investigaran algo relacionado con la isla de Lost en sus pesquisas de acontecimientos misteriosos que pueden atentar contra la seguridad de Estados Unidos.
Todo esto tenía su sentido y era perfectamente viable. El hombre detrás de ambas series, su creador, es el gran J. J. Abrams. Mientras que en Lost desarrollaba su serie de gran formato (arrastrada por una popularidad que finalmente jugó en su contra), en Fringe aún podía permitirse ciertas licencias relacionadas con los discursos de los subgéneros televisivos sin que en cada capítulo necesariamente le juzgaran. Fringe era un juguete más pequeño, y por tanto más libre y manejable, sobre el que parecía tener todo el control. En una presentación ante un entregado público en marzo de 2007, J. J. Abrams expuso sus teorías sobre lo que él llama "cajas de misterio", y que vendrían a ser los bloques de suspense y ocultación sobre los que va construyendo sus ficciones, verdaderos artefactos o sofisticadas máquinas de fabulación que generan una y otra vez preguntas cuyas respuestas despiertan más enigmas irresolubles. Esa es la fórmula adictiva de sus series, desde Alias hasta su última propuesta, Undercovers, a la que habrá que estar atentos.
Sin embargo, lo que creo que distinguen las ficciones de Abrams de otros productos similares (no hay que negar que Fringe es a su modo una variante temática, aunque mucho más interesante, de CSI) es su capacidad para que el peso y la emoción del drama recaigan sobre la evolución de los personajes, y no únicamente sobre la acción trepidante o el desvelamiento de los incontables y sucesivos enigmas. El equilibrio entre ambos motores dramáticos es fundamental. En la infravalorada película Cloverfield (producida por Abrams), la historia íntima de la pareja, su prueba de amor, mantiene un pulso narrativo con el espectáculo del Apocalipsis en Manhattan, y prácticamente lo mismo puede decirse de las nuevas relaciones que establece entre los populares personajes de Star Trek al revelar sus orígenes. Este interés humano fue uno de los grandes motivos de que el desenlace de Lost fuera tan controvertido (y diera lugar a infinitud de parodias en la web, como esta obra maestra del falso subtitulado), porque en su mimético y sentimental último capítulo, Abrams colocó a los personajes por encima de la resolución de los misterios.
El equilibrio narrativo -de los personajes y las ideas- es hacia el que avanza Fringe. El magnífico primer capítulo de la esperadísima tercera temporada (el tramo final de la segunda fue antológico), que se estrenó el domingo en Estados Unidos, titulado "Olivia", es ejemplar al respecto. Con la inspectora Olivia Dunham atrapada en el universo paralelo, y su "doble" infiltrada en el mundo del que ella provenía, Abrams añade mayor complejidad y suspense a una serie de apariencia sencilla, cuyas implicaciones humanas han ido adquiriendo gran peso, hasta el punto de que ahora nos enfrentamos a una ficción en la que todos sus personajes principales aparecen por duplicado y responden a una identidad partida. Podríamos decir que en términos generales la primera temporada se proponía contestar a la pregunta "¿quién es Walter Bishop?", mientras que la segunda trasladaba esa cuestión a Peter Bishop, y esta tercera establece su conflicto central en torno a la identidad de Olivia.
A su modo, Lost ha sido para la ficción televisiva lo que El año pasado en Marienbad (1961) significó para el cine. El film de Resnais, clave en el origen del cine moderno, fue la primera piedra de una construcción audiovisual en torno a las rupturas de la lógica espacio-temporales y de la causa-efecto que llega hasta Origen, de Christopher Nolan. Fringe es también una prolongación de este discurso tan pegado al ADN creativo de Abrams, como también se pudo ver en la tercera parte de la saga cinematográfica Misión Imposible 3. Fringe se ha revelado como una serie cada vez más sólida y profunda, que parece haber dejado atrás las vacilaciones y trivialidades de anteriores temporadas, y se ha internado sin miedo en la compleja dinámica de los laberintos psicológicos, la confusión de identidades y los intercambios de sueños y recuerdos. Todo un desafío.