Amin Maalouf: "Oriente y Occidente tienen mucho de lo que avergonzarse"
El acta del Jurado del premio de las Letras no deja lugar a dudas. A Amin Maalouf (Beirut, 1949) se le galardona por construir en sus novelas y ensayos sobre el Mediterráneo “un espacio simbólico de encuentro y entendimiento. Frente a la desesperanza, la resignación o el victimismo, su obra traza una línea propia hacia la tolerancia y la reconciliación”. Aún dolorido por una recentísima operación quirúrgica, este libanés afincado en Francia desde 1976 confiesa sentirse “inmensamente honrado y feliz” por el galardón, que reconoce su verdadera patria, “la literatura”. A fin de cuentas, insiste, “aunque me identifico con Líbano y con Francia, con el mundo árabe y Europa Occidental, mi única lealtad es con las letras y con los valores éticos en los que creo”.
Actitudes insufribles
"El fanatismo religioso no puede apoderarse del mundo entero, pero sus actos violentos y las reacciones que provocan han creado una atmósfera insana en todo el planeta"
A caballo entre dos mundos cada día más recelosos y enfrentados, Maalouf desconfía de Oriente y Occidente: Si le resulta “insufrible” la actitud de la mayoría de los países árabes “hacia los derechos humanos, hacia las mujeres o las minorías oprimidas”, a Occidente le reprocha que jamás haya aplicado sus “más nobles principios a sus relaciones con el resto del mundo. Sólo hay que recordar la administración británica en India, la de Francia en Argelia o la belga en el Congo. Occidente no es inocente, pues también ha alentado regímenes y movimientos retrógrados porque los consideraba una muralla contra el comunismo. Ambos mundos tienen de qué avergonzarse, pero nada justifica la escalada de violencia radical”.
-¿Sigue siendo el radicalismo islámico una amenaza?
-Sí, pero no en el mismo sentido en que el totalitarismo de Hitler o Stalin lo fueron en el siglo XX. El fanatismo religioso no puede apoderarse del mundo entero, pero sus actos violentos y las reacciones que provocan han creado una atmósfera insana en todo el planeta. Nuestros valores democráticos están amenazados”.
Tras unos breves momentos de tensión, la conversación se sumerge en la nostalgia, al recordar su primera visita a España. Fue en la primavera de 1978, “cerca de Pascua”. Vino en coche desde París, con su mujer y sus tres hijos, que entonces tenían uno, dos y cinco años, “y también con mi suegra”. Visitaron durante tres semanas todo el país, de Barcelona y Tarragona a Madrid y Toledo, pasando por Córdoba, Sevilla, Granada y regresando por el norte, hasta San Sebastián. Solía explicar “algunas cosas a mis hijos, sobre todo al mayor. Un día, mientras estábamos en Tarragona, visitamos una iglesia antigua y le dije a mi hijo que había sido construida hacía mucho, mucho tiempo. El me preguntó: '¿quieres decir antes incluso de que mami naciera?'”
Pero su relación con España no acaba aquí. Está Granada, “un mito en el mundo árabe y en mi propia familia”. De hecho, cuando fue a La Habana hace nueve años, mientras estaba escribiendo Orígenes, Maalouf visitó la casa que construyó allí un tío-abuelo suyo a comienzos del siglo pasado. Y descubrió, emocionado, que el techo del comedor, decorado en estuco, imitaba los techos de la Alhambra, mientras que los azulejos de las paredes reproducían escenas de El Quijote, “lo que me hizo sonreír, porque sentí que mis antepasados y yo compartíamos el mismo sueño de reconciliación entre Oriente y Occidente”. Incluso hubo también en su familia “un gran poeta que murió muy joven. Se llamaba Fawzi Maalouf (1899-1930), era una primo lejano y es muy famoso en todo el mundo árabe, donde a menudo le comparan con Rimbaud. Dos de sus libros se titulan La caída de Granada y Las canciones de Andalus”.
El Nobel, Adonis y Vargas Llosa
-Hablando de personajes legendarios, ¿por qué le interesa tanto el poeta Omar Khayyam, protagonista de su novela Samarcanda?
-Khayyam fue un hombre luminoso en una edad de oscuridad. Amaba el conocimiento, la ciencia, la filosofía, y también la poesía, el amor, la belleza y el vino. Tenía valor moral, sin ser un loco o un suicida, y representa alguno de los más hermosos rasgos de la cultura musulmana.
-¿Y qué piensa sobre Adonis y Pamuk? ¿Tiene mucho que ver con ellos?
-Adonis es un buen amigo. Su trabajo representa una nueva tendencia de modernidad en la poesía árabe. Como sabe, ha sido con frecuencia candidato al Nobel de Literatura y todos sus amigos y lectores esperamos que pueda conquistarlo algún día. Sin embargo, le confieso que este año el Nobel a Vargas Llosa me ha hecho extremadamente feliz. Era la mejor elección posible. En cuanto a Pamuk, leo sus novelas con gran placer. Conducen al lector al pasado y al presente de Turquía y creo que fue una decisión acertada honrar la literatura turca a través de él. Nos hemos visto una vez, en Estambul, hace unos años, y fue un encuentro muy interesante y amistoso.
"Yo he nacido en una era en la que la cultura de mis antepasados se encuentra bajo mínimos. El Líbano de mi padre fue mucho mejor que el mío"
De nuevo el tiempo, el pasado, tan importante para Maalouf “por dos razones, una intelectual y otra emocional. La primera es que la realidad actual no puede comprenderse a menos que sepamos cómo hemos llegado aquí. El presente es sólo la parte más visible y más superficial de la realidad. ¿Qué sería de la mente humana sin memoria? Sólo vacío. Existimos como individuos, como grupos, y como naciones por nuestra memoria. La segunda razón es que yo he nacido en una era en la que la cultura de mis antepasados se encuentra bajo mínimos. El Líbano de mi padre fue mucho mejor que el mío. El mundo árabe de los tiempos de Averrores y Avicena y Khayyam fue muchísimo mejor que el actual. Incluso el gran momento de la influencia cultural de mi país de adopción, Francia, del prestigio de su idioma, es cosa del pasado. Por eso busco consuelo en el pasado. Y por eso envidio el milagro español, que ha trasformado su país en apenas treinta años, la modernización de su vida política y social, la mejora de las condiciones de vida, su lugar en el mundo o su imagen entre las naciones”.
-Otra constante en sus libros es la certeza de que el mundo árabe tiene mucho que enseñarle a Occidente.
-En el pasado, sí, los árabes enseñaron a Occidente muchas cosas, sobre todo a través de sus relaciones con España y Sicilia. No podría decir lo mismo de nuestros días. Pero también critico la actitud de muchos occidentales, que creen que el resto del mundo tiene que aprender de ellos. La arrogancia es siempre un error.
-¿Qué diría a quienes consideran que su mejor libro sigue siendo León el Africano?
-Que es legítimo que cada lector tenga sus propias preferencias. Sé que en España, por ejemplo, León ocupa un lugar especial para muchos lectores, pero en Líbano prefieren La Roca de Tanios; en Italia, Las Escalas de Levante; en Turquía e Irán, Samarcanda, y en Bélgica, Identidades asesinas. Aunque si me pide mi opinión, mis libros son como mis hijos, no tengo favoritos.
Tampoco, insiste, halla mejor patria que las letras. Como León el Africano proclama al comienzo de la novela, Maalouf se siente “hijo del camino, caravana es mi patria, y mi vida la más inesperada travesía”. ¿Próxima estación? Oviedo. Hoy.