Francisco Leiro, madera que suena
Francisco Leiro: escultura
29 octubre, 2010 02:00Bailaora, 2009
En lo que va de siglo, Francisco Leiro (Cambados, Pontevedra, 1957) ha expuesto, incluyendo esta muestra, cinco veces en la sede madrileña de su galería y, en las sucesivas ocasiones, ha presentado una o dos piezas que representaban nuevas variantes o ensayos respecto a su camino primordial en la escultura, junto al lógico internamiento de ésta en frondas cada año más espesas y, a la vez, más rotundas.
No es del todo innecesario, pero si redundante, afirmar que el trabajo de Leiro es el más importante y significativo que se ha hecho en la escultura figurativa española (y sería necesario revisar su rango internacional) desde su irrupción en la escena artística a principios de los años ochenta hasta la fecha. Sus características distintivas proceden del uso preferente de la madera -que es donde se encuentran mis obras favoritas- y de la policromía, con una potencia cromática equivalente únicamente a su delicadeza. Es también singular la composición de figuras excepcionales por lo cotidianas o apropiadas de los desvaríos de la fantasía, en las que el rasgo más sobresaliente es el gesto o la actitud en la que permanecen hieráticas y, a la vez, impresas de dinamismo y destino. Por último, hay en las piezas de Leiro una mezcla consciente y provocadora de apropiación histórica y de subversión de los ingredientes integrantes de lo devocional y monumental.
Ahora, el tricéfalo yacente en su urna de cristal titulado Lugh y el grupo en mármol, hierro y bronce de Maio Longo, ambas de este año, cubren esa faceta que podemos llamar innovadora, agitando la memoria colectiva respecto a ciertas formulaciones religiosas o a la propaganda civil.
Igualmente, un poderoso grupo de personajes individuales y de factura más tradicional en Leiro, nos certifican la vitalidad coral de sus invenciones y su ininterrumpida investigación sobre los resortes formales de la figuración. Ya sea el gigantón carnicero de Meat Market, semblanza de los que vio en Nueva York antes de la transformación radical del barrio del mismo nombre, ya el Calafateador en un descanso del trabajo, o la impresionante, seductora y, a mi juicio, tour de force de la muestra, la dúctil Bailaora de manos arbóreas, caderas y cintura rajada, ceja exquisita y actitud de mando.
En todas, el trabajo directo sobre el tronco alumbra la sustancia de la madera y la hace signo y símbolo. En todas, el escultor araña la superficie a la búsqueda de la profundidad de la representación. Esculturas.