El Cultural

Cómo filmar (hoy) a un zombi...

2 diciembre, 2010 01:00

Tras una enfebrecida y larga devoción televisiva al mito del vampirismo, parece que éste ya agotado su impacto durante una temporada. Quizá el puesto lo ocuparán ahora otra suerte de muertos vivientes, menos románticos, desde luego, pero también menos explorados, cuya mitología no se remonta a tan lejos y sobre la que aún se pueden aportar cosas nuevas. Hablo de los zombis.

El cineasta George A. Romero está considerado el "padre oficial" de estas criaturas en el cine moderno desde que estrenara en 1968 el filme de culto La noche de los muertos vivientes, una de esas películas seminales cuya influencia sigue viva hasta hoy, en autores como John Carpenter o Robert Rodriguez. Hace tres años, el propio Romero, con 66 años de edad, retomaba el universo de los zombis en un magnífico filme que desgraciadamente no llegó a salas españolas (aunque se puede adquirir en DVD), El diario de los muertos (2007), en el que se planteó filmar de nuevo los clichés de un género que él prácticamente ha inventado, preguntándose cómo es posible ofrecer una variación de ese discurso empleando los instrumentos del cine directo y de la era digital, pues contaba la historia desde el punto de vista de varias cámaras de videoaficionado que interactuaban dentro de la propia escena, así como haciendo uso de imágenes de Youtube o grabadas con móvil.

El resultado, tan sorprendente como gratificante, ofrecía un tipo de realismo desconocido en la filmación de estas criaturas, que adquirían una cualidad más cercana y prosaica, y de algún modo se rompía esa fuerte división entre lo real y lo fantástico típica de estos productos, al integrar con verosimilitud (el ataque de los zombis visto a través de un telediario, por ejemplo) ambas dimensiones. La nueva movilidad de las cámaras de tecnología digital dotaba al zombi de otra presencia en la imagen, otra clase de amenaza o de inquietud.

Prácticamente al mismo tiempo que Romero, el cineasta Joe Dante (Gremlins) filmaba para la televisión, también en vídeo, el filme Homecoming (2007), un capítulo de la serie Masters of Horror, introduciendo una feroz sátira política que proporcionaba, desde el subgénero zombi, uno de las denuncias políticas anti-Bush más salvajes y directas en salir de la mente de un artista norteamericano. Este pequeño filme encontraba en su delirio su mayor placer. De apenas una hora de duración, relata cómo en la jornada electoral los soldados fallecidos en la guerra de Irak se levantan de sus tumbas para impedir que los votantes reelijan al presidente que ordenó invadir el país de Sadam.

Pues bien, la nueva serie de la AMC The Walking Dead, adaptación para la pequeña pantalla las novelas gráficas de Robert Kirkman, parece haber tomado nota del modo en que estas películas ensamblan lo cotidiano y lo extraordinario, lo real y lo fantástico, hasta hacerlos convivir en un mismo territorio poético, tratando de filmar a los zombis en sintonía con las nuevas formas de registro audiovisual.


Creada por Frank Darabont, los cinco capítulos de momento emitidos nos colocan frente a un espectáculo de calidad que aspira a algo más que al puro entretenimiento. Darabont, como saben, es el director de los filmes Cadena perpetua (1994) -un clásico instantáneo del género carcelario- y la fallida La milla verde, ambas adaptaciones de sendos relatos de Stephen King. The Walking Dead arranca en una América posapocalíptica, donde los muertos vivientes vagabundean por pueblos y ciudades en busca de carne humana, y donde los supervivientes de la hecatombe vírica, desperdigados en pequeños grupos de resistencia, se enfrentan a un escenario anárquico, sin horizontes de futuro y con una brutal escasez de recursos y de apoyos emocionales, mientras tratan de mantenerse alejados de sus "cazadores", que contagian su estado de ultratumba a los humanos que devoran.

Lo más gratificante de la serie, filmada con extrema profesionalidad, es el tratamiento que consigue dar a los zombis,
que dejan de ser considerados como meros artefactos de terror, presencias grotescas y amenazantes, para reforzar su lado más familiar y humano. El primer zombi de los miles que salen en pantalla es una niña a la que el protagonista, el policía Rick Grimes (nos gusta mucho el actor Andrew Lincoln), duda si matar o no. Ese gesto establece una marca de la serie en cómo va a gestionar en adelante las interacciones entre humanos y muertos vivientes. En este sentido, el momento en que un personaje apunta con la mirilla telescópica de su rifle al cráneo de su mujer transformada en zombi, y vacila entre apretar o no el gatillo, tiene la virtud de expresar con transparencia ese contradictorio sentimiento de compasión y de indecisión moral.

Mediante otras pinceladas como ésta, la serie invita al espectador a que se asome al pasado de las criaturas, de lo que eran antes -la esposa o el hijo, los vecinos de al lado o los amigos o los compañeros de trabajo-, y tomar conciencia de la condena que los embarga por seguir "viviendo" en ese estado de suspensión existencial. Hay un enfoque humanista en el modo de retratarlos que recuerda por momentos a los muertos vivientes filmados por Jacques Tourneur en los años cuarenta (Yo anduve con un zombi), un filtro poético que luego ha recuperado el gran Pedro Costa para sus películas aunque de un modo muy distinto a como lo hace Frank Darabont. Alentando el sentimiento de compasión, sin embargo, Darabont no anula el carácter terrorífico y violento que tanto nos gusta disfrutar en las películas de zombis, y que siempre ha sido al fin y al cabo su motor dramático. En pocas palabras, los zombis no son los "buenos". La serie promete ofrecer mucho más, en todo caso, que la típica trama de supervivientes en busca de un antídoto para el virus. Se centra en las relaciones y objetivos de los supervivientes, lo que en cierto modo las aparta de tantas películas de zombis que han visitado las pantallas tras el éxito de la recomendable 28 días después (2002), de Danny Boyle.