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El Cultural

Julião Sarmento: "No sé lo que es ser artista. Lo que sé es que el arte es el supremo ejercicio de libertad"

El CAC de Málaga muestra la última década creativa de uno de los artistas portugueses más internacionales

10 diciembre, 2010 01:00

Málaga muestra estos días la última década creativa de uno de los artistas portugueses más internacionales. Aunque esta no es la única cita de Julião Sarmento en España. En abril, sus obras llegarán a la madrileña Casa Encendida de la mano del crítico británico Adrian Searle y sus ediciones de artista al espacio de Ivorypress. También pasará por Barcelona para exponer en su galería, Joan Prats. Hablamos con él sobre memoria, literatura y deseos.

Se confiesa impaciente e intenso en los detalles. Julião Sarmento (Lisboa, 1948) parece una de esas personas que escanea con la mirada, alguien obsesivo y perfeccionista. Un lector vigilante que parece vivir en constante estado de perplejidad: “Lo que hago como artista -dice- es resultado de la persona que soy, y no soy más que un tipo normal y corriente”. Ese ejercicio de mirarse al espejo en el que se ve para hablar de sí mismo, le lleva a un lugar tan íntimo, oscuro e incómodo como el de sus dibujos, esculturas, instalaciones y vídeos: “Yo no sé lo que es ser artista. Lo que sé es que el arte es el supremo ejercicio de libertad. Y es lo que yo hago”.

Lo que hace hoy, explica, es parte de lo que hizo ayer, de lo que hizo hace treinta años y de lo que hará mañana. El trabajo es, para Sarmento, un constante viaje lleno de desvíos y rodeos, que unas veces va hacia adelante y otras retrocede sobre los pasos dados. Sus devaneos por los últimos diez años los recoge ahora el CAC de Málaga con una exposición planteada como la continuación de su muestra en el museo Reina Sofía en 1999. También ésta supone un Flashback. Las sesenta y cinco piezas reunidas, aluden a los mismos temas de siempre: “la representación del cuerpo, de la arquitectura, del mundo vegetal y de las palabras”, adelanta Sarmento.

Puestos en situación

Aunque pronto vemos que el tinte histórico se queda sólo en el título, Julião Sarmento: 2000-2010. Entre las obras más antiguas (What Makes a Writer Great) o y las más recientes (Faces o The Real Thing) encontramos las mismas siluetas de mujeres en acciones enigmáticas; textos unas veces escritos, otras fotocopiados y pegados en lienzos y dibujos a modo de collage con deseos explícitos (“cierra los ojos”; “ven”; “no puedo vivir sin ti”...); la misma referencia a la arquitectura, a los planos de casas recordadas por el artista. Una extensa iconografía en la que no hay ni cronología, ni una narrativa que se desarrolle, ni siquiera una lógica aparente. Lo que encontramos, lo define el artista como situaciones: “Lo que pretendo es la creación de situaciones a través de la oposición de varias realidades que pueden ser contradictorias. Da igual si el resultado es un dibujo, una pintura, un vídeo o una instalación...En todas, la situación se desarrolla hasta un momento y, a partir de ahí, la narración queda detenida. Eso permite al espectador elaborar su propia historia. De ahí que mi trabajo permite una continuidad”.

Pregunta. Todo es ambiguo en su trabajo. Incluso los gestos más reconocibles son ambivalentes...

Respuesta. Sí, estoy llevando al espectador a un punto de ambigüedad. Cuando miras una de mis obras, nada es lo que parece. Todo es lo que tú quieres que sea. El sentido queda suspendido en el aire, esperando que alguien le de una interpretación. Trabajo para dejar las historias a medias, en ese punto de suspensión situado entre cosas.

P. Ciertamente, sitúa al espectador entre lo que sabe, lo que imagina saber y lo que cree verdadero. Es una exposición con muchas puertas, pero sin direcciones. ¿Cuál es el destino final?

R. Plantear preguntas antes que dar respuestas. Me interesan mucho más las dudas que las certezas.

P. Sus obras funcionan como capítulos de una novela y su relación con la literatura es circular, de eterno retorno. ¿Podría entenderse a Julião Sarmento sin esa relación con los libros?

R. La literatura, como el cine, el teatro o el arte, entre muchas otras cosas, son parte de mi vida y eso aparece siempre en mi trabajo. No es que lea libros para hacer obras. Con la literatura estoy siempre a la búsqueda de un input para mi trabajo visual, atento a cualquier cosa que me permita hacer algo a partir de ella. Conlleva un acto de intimidad, de vouyerismo. ¡¿Qué hay más íntimo que la lectura de un libro?!

Andar en círculos

La misma intimidad que proporciona una sala de cine a oscuras reclaman, silenciosamente, las obras del artista: “Mi trabajo es muy abierto, aunque lo hago para mí -comenta-. Es como una catarsis. El arte es para mí una terapia intelectual. Sólo busco sorprenderme a mí mismo, entablar un diálogo conmigo. Es como un monólogo”. Su lenguaje es tan incisivo y directo como un dedo señalando, imagen que también aparece una vez tras otra en sus obras sin un pelo de inocencia. Unas veces presionan una garganta, otras el corazón; siempre en la frontera entre el placer y el dolor, entre la obligación y la libre elección. Imágenes que no son más que el retrato de seres humanos comunes que hablan de moralidad y desidia, de erotismo y dramas cotidianos, de relaciones personales llenas de tirantez.

En ese repaso por libros, referencias, recuerdos, autores e historias, de Henri Troyat a Fernando Pesoa pasando por Raymond Carver, consigue Julião Sarmento que se instale en la conversación una duda...

P. Su trabajo, ¿es literatura que evoca imágenes o imágenes que evocan literatura?

R. Es como el perro que se muerde la cola. Una situación completamente circular. Objetivamente, me interesa la literatura que invoca imágenes, pero también las imágenes que evocan literatura. O las que invocan cine, pero después me intereso por películas que invoquen literatura o imágenes.

En ese viaje en bucle donde priman las distancias cortas, Sarmento tiene clara su actitud vital: “Yo vivo por el placer...”. Entre sus máximos hallazgos está el conocer a escritores, charlar con ellos: “Cambia la obra y te modifica la manera de mirar las cosas. El último que me impresionó fue el norteamericano James Salter, con quien colaboro en una exposición en abril del próximo año en The Parrish Art Museum, en Nueva York. Está haciendo un relato a partir de los personajes de mis obras.

Pronto rehuye cualquier idea relacionada con el rol que juega en la identidad del arte portugués: “Yo no sé lo que es el arte portugués, ni el español, ni el argentino. ¿Qué si me identifico con el arte portugués? Para nada. A ese nivel no lo entiendo. Yo me identifico con artistas amigos, portugueses o no”.

El arte como profesión

P. Muchos siguen pensando que el arte contemporáneo es una memez. ¿Qué responsabilidad tiene el artista para acabar con esa idea?

R. Es una responsabilidad colectiva. En los años 60 y 70, a la gente no le gustaba el mundo del arte, nadie hablaba de nosotros y ser artista era sinónimo de pobreza. En los 80 eso cambió. Desde entonces, muchos deciden ser artistas porque creen que se harán ricos. Creo que el mayor problema está ahí, en el hecho de que el arte dejó de ser una necesidad vital para convertirse en una profesión.