¡Viva el cine!
En su blues de la III Guerra Mundial, el bardo de Minnessotta cree parafrasear a Abraham Lincoln cuando recita: “La mitad de la gente puede tener siempre algo de razón / Algunas personas pueden tener a veces toda la razón / Pero todos no pueden tener siempre toda la razón”.
Ayer, ¡un martes!, me topé en el centro de Madrid con una cola kilométrica, de esas que se contornean por las esquinas y agrupan varias filas. No era para entrar en un concierto o asistir a un partido de fútbol, sino para ver una película, cualquiera de las muchas que ocupan la cartelera estos días. Esta vez, ni la lluvia ni la Champions League aguaron la fiesta cinematográfica. Los números ya están ahí para someterlos a todo tipo de análisis y lecturas interesadas o desinteresadas. El lunes, el primer día de la Fiesta del Cine (con las entradas a menos de tres euros), se multiplicó por cinco el número de espectadores respecto al lunes anterior, y se habían producido ya alrededor de 1,5 millones de registros en www.fiestadelcine.com, paso imprescindible para obtener el descuento en las más de 1.500 salas asociadas al evento. Es exactamente la misma cifra de espectadores que se ha perdido de 2011 a 2012, cuando se hizo efectivo el IVA cultural del 21%. ¿Un dato engañoso?
“La mitad de la gente puede tener a veces toda la razón”
Pregunto a un experto en cuestiones económicas (si es que realmente existen expertos en semejante materia) y opina que la respuesta masiva obedece a la 'oferta concentrada', que si ésta pasase a ser 'continuada' dejaría automáticamente de ser una 'oferta', y por tanto los datos de asistencia y recaudación evidentemente regresarían a la 'normalidad'. La base del éxito, viene a decir, es de carácter psicológico (yo diría que monetario). “Es como lo de las rebajas de enero o las ofertas navideñas en el sector del automóvil o los paquetes turísticos en temporada vacacional”, asegura. “Las ofertas concentradas aseguran la competitividad, pero durante un tiempo limitado, pues no es sostenible económicamente”, concluye. Para él, se trata de una estrategia empresarial muy común pero en verdad irrelevante. Durante los días en los que la oferta está en vigor (21, 22 y 23 de octubre), se produce un 'efecto llamada' a todos esos potenciales espectadores que nunca o casi nunca van al cine, y aprovechan la drástica bajada de precios para emprender su “excursion cinematográfica anual”, sin reparar en colas o siquiera en la oferta de películas. “Es más bien un acontecimiento social”, añade. En un escenario de normalidad, los espectadores que están dispuestos a ir al cine con frecuencia vendrían a ser más o menos los mismos (quizá algo más), pues la bajada de precios no es proporcional al aumento del interés por el cine que hay en la sociedad (esto no lo digo yo, sino el economista consultado). Es prácticamente la misma lectura que hacen los Empresarios del Cine. Una oferta continuada de 2,90 euros para ir al cine no podría sostener a la industria, no sería rentable ni para productores, ni para distribuidores ni para exhibidores. Es un espejismo. Por eso se llama la 'fiesta del cine'. En la celebración va implícita la noción de derroche y de que se trata de un acontecimiento extraordinario, es decir, no ordinario. Aprovechémoslo mientras dure.
“Algunas personas pueden tener a veces toda la razón”
En todo caso, podemos extraer reflexiones más profundas de lo acontencido, de lo que seguirá aconteciendo durante esta tarde y esta noche. Las colas se repetirán, aunque juege el Real Madrid o caiga el diluvio universal. ¿Por qué? Porque la oferta es atractiva (y extraordinaria). Podemos pagar lo mismo por ver una película en una sala cinematográfica con calidad de proyección que por verla en el ordenador en streaming. Vayamos más allá para deslizarnos en terrenos pantanosos y pensemos en la 'piratería' o en las descargas alegales (el intercambio de archivos entre usuarios), pensemos en esa 'lacra' o 'peste' o 'crimen' desde otro punto de vista, desde un enfoque cultural.
La sociedad, y especialmente las generaciones más jóvenes, ha sido educada bajo la máxima sagrada del capitalismo, esto es, buscar (y ofrecer) siempre la mejor oferta. Desde hace muchas décadas, ese ha sido el gran mantra del capitalismo, la base de su explotación: tu negocio será competitivo en la medida en que lo sea la oferta que propongas; tu compra o adquisición será un éxito en la medida en que no encuentres el mismo producto más caro en la tienda de al lado. Esa es básicamente la ilusión bajo la que se funda el paraíso capitalista. En el supermercado, compraré el 2x1 de las natillas bajo la falsa noción de que las segundas natillas me salen gratis. El único criterio aplicable es el precio, sin tener en cuenta el esfuerzo del trabajo que hay detrás o la noción de solidaridad colectiva: la conciencia de que pagando por algo estás ayudando a que ese algo siga existiendo, siga produciéndose.
Si hemos educado a nuestra sociedad (en las escuelas, universidades y hogares) para buscar siempre la mejor oferta, ¿cómo podemos condenarla por haberla encontrado? Y, desgraciadamente, en lo que concierne al producto audiovisual (cine y televisión), la mejor oferta es a día de hoy cero, la gratuidad absoluta. Y además, sin filtros de lanzamiento: ¿no ayudaría un lanzamiento internacional de los productos si es que realmente vivimos en una sociead globalizada?, ¿por qué no puedo ver el último capítulo de Breaking Bad o la última película de Scorsese el mismo día que un espectador estadounidense?, ¿por qué tengo que esperar meses y a veces la espera es en vano pues la película que quiero ver nunca llega al mercado de mi país? Quizá los que verdaderamente deciden sobre estas materias deberían reflexionar al respecto. En sus manos está la posibilidad de que realmente vivamos en una permanente 'fiesta del cine'. Con la oferta cero que habita en la red de redes, al capitalismo le ha salido el tiro por la culata. Se ha revelado como su peor enemigo. Si añadimos este concepto a la tradicional picaresca que ha definido durante siglos a la sociedad española, esencialmente individualista, quizá encontraríamos algunas respuestas a por qué en España la piratería es tan alta, y en Holanda, por ejemplo, tan baja.
“Pero todos no pueden tener siempre toda la razón”
Los resultados en taquilla que arroja la Fiesta del Cine, en todo caso, nos da qué pensar. Las colas en toda España han generado una conciencia movilizadora, que se ha producido justo después de las desafortunadas declaraciones del ministro Montoro. Las manifestaciones de todos los profesionales y espectadores parecen coincidir en lo evidente: bajen los precios, señores gobernantes y exhibidores, y las salas volverán a llenarse. El interés por el cine sigue vivo, siempre que no sea tratado como un producto de lujo. Varios datos ofrecidos ya en el mes de abril por la federación de exhibidores cinematográficos (FECE) arrojaban conclusiones muy determinantes: desde la entrada en vigor de la subida del IVA, en la Península y Baleares la taquilla neta había descendido un 8.92%, mientras que en las Islas Canarias, que soportan un IGIC del 7%, se incrementó un 5.13%, y el número de espectadores había subido un 10.3%. Más: como consecuencia de la subida del IVA al 21%, España había perdido 141 pantallas de cine, 17 complejos cinematográficos y los puestos de trabajo en el sector se habían reducido un 12,7%. El Gobierno desde luego debería haber tomado ya nota, sin esperar ninguna fiesta del cine. Un gobierno que, desde su mayoría absoluta, se cree en posesión de la verdad absoluta, y de que aquello que deciden es siempre por el bien de todos los españoles, aunque legisle en solitario.
La fórmula de la Fiesta del Cine (2,90 euros por entrada) es desde luego inviable. Hay salas alternativas y festivales con una oferta extraordinariamente competitiva (incluso gratis), y no por ello siempre llenan sus sesiones, también porque la programación no está dirigida a un público masivo y porque la calidad de las proyecciones a veces deja mucho que desear. Probablemente, como opina el economista liberal, en poco tiempo se volvería a la 'normalidad', lo que ocurre es que lo que se entiende por escenario de 'normalidad' ha sido adulterado y corrompido por el impuesto cultural y por la inflación de los precios. No responden a un contexto económico realista, como tampoco se corresponden a la realidad declaraciones como que los sueldos han moderado su subida, cuando todos sabemos que han bajado de forma dramática. Ha quedado bastante claro que el descenso de espectadores no guarda apenas relación con la supuesta calidad del cine (incluido el español), y si la Fiesta del Cine debe servir de algo, que sea precisamente para hacernos ver que el cine no es un arte proscrito (aunque gran parte de su público viva al margen de la ley) ni una forma de ocio en decadencia. ¡Viva el cine!