Image: Carlos León

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El Cultural

Carlos León

"Pintar con las manos da a mi pintura un feeling industrial y crudo"

16 diciembre, 2014 01:00

Carlos León en su estudio

El CGAC de Santiago de Compostela presenta su mayor exposición hasta la fecha en nuestro país.

Cada vez que pone sus manos sobre los materiales con los que se dispone a trabajar, una tormenta de ideas comienza a formarse en su mente. Traumas y goces precipitándose en su borrascoso proceso creativo. Porque de eso va su trabajo, de representar paisajes de la imaginación. Todo ese ruido interior contrasta con la serenidad que hay en la nave industrial en la que trabaja Carlos León (Ceuta, 1948) en Segovia. Dice que lleva una vida espartana, con menos libros de lo que le gustaría y con objetos muchas veces regalados por amigos o fruto de trueques con sus obras. Muchas de ellas las vemos estos días en el CGAC de Santiago de Compostela. TituladaEl orden de las primeras cosas, unas palabras que le ha cogido prestadas al poeta Robert Duncan, y comisariada por Ángel Cerviño y Alberto González-Alegre, explora algunas de sus series más recientes, especialmente entre sus pinturas y sus esculturas. Es la mayor que ha hecho hasta la fecha en nuestro país, desde que empezara en los 70. Momento perfecto para hacer balance.

Pregunta.- ¿Cómo ha organizado su exposición en el CGAC? ¿Qué vemos? Respuesta.- Presento, compartiendo espacio, pinturas y esculturas. Son obras conectadas estrechamente entre sí, aunque ello no se evidencie a primera vista. A veces, parecen no ser fruto de un mismo artista... pero claro que lo son. Se trata de la utilización de dos lenguajes diferentes para hablar de cosas distintas. Asocio mi pintura con la música o la poesía, y las esculturas las concibo como bloques de pensamiento, como algo de orden filosófico.

P.- ¿Qué le interesa de la pintura?
R.- ¿La pintura? Amo esa vieja práctica que ha acompañado a la humanidad desde la prehistoria. Es, supongo, un amour fou, algo probablemente fatal y, en alguna medida, patológico... como todos los grandes amores, como todo lo que de verdad vale la pena en la vida.

P.- ¿Pinta todos los días?
R.- A estas alturas de mi vida, pinto o momento propicio para hacerlo. Intento lo que los griegos llamaban el kairós, el arte de elegir bien el coómo y cuándo abordar las tareas. Trato de ahorrar energías y evitar sesiones infructuosas. Para la pintura, lo primero que decido para entrar en acción es la gama de colores que voy a emplear. Elijo luego la música que va a acompañarme mientras trabajo. La música me influye enormemente. Repito una y mil veces la que haya escogido para emprender una obra y no cambio de música hasta acabarla, manteniendo así la misma atmósfera durante todo el proceso. En cuanto al trabajo escultórico, las cosas suceden de otro modo. Todo comienza con algún viaje recolector por chatarrerías, por descampados... y luego viene el casamiento de las piezas en el taller, las idas y venidas, generalmente en silencio, cargando objetos y trasladándolos de un lugar a otro durante días, semanas o meses.

P.- Háblenos de ese apego por el objeto, por el lenguaje desecho.
R.- En mis visitas a las chatarrerías busco y rescato aquellas piezas en las que aprecio cierta carga, en el sentido lacaniano del término; elijo las que parecen fecundadas, preñadas de significado, las que, al ser portadores de historia, suman al proceso de elaboración formal de la escultura un valor añadido en términos de contenido.. La articulación de objetos de procedencia diversa, que llegan a casar entre sí contra todo pronóstico, constituye para mí la parte más fascinante de este tipo de trabajo.

P.- ¿Han cambiado mucho sus obras desde que empezó?
R.- Teniendo en cuenta que llevo casi medio siglo dedicado a estas prácticas, la evolución de mis métodos y la diversidad de los resultados así obtenidos, es muy visible. Me gusta experimentar con materiales y soportes, he pintado sobre lienzo y papel, pero también sobre toda clase de materiales sintéticos, sobre entretelas, sobre metacrilato, sobre poliéster, sobre muros... desde hace más de diez años trabajo sobre dibond, un tipo de panel industrial a base de aluminio tratado. Resulta delicioso para mi forma de pintar, con las manos, y encuentro que añade a mi pintura un plus de contemporaneidad, un feeling industrial y crudo, como de carnicería postmoderna.

P.- ¿Con qué emociones trabaja y qué emociones quiere provocar?
R.- A menudo me preguntan acerca de lo que pretendo contar con mi pintura. Suelo contestar que hay dos temas principales que me interesan e inspiran cuando pinto: el paisaje, y la carne. Siento un gran amor por el campo, por la naturaleza; fui niño de pueblo. Amo la pintura de paisaje... y asisto apenado a ese descrédito del paisaje y del paisajismo observable en nuestros días. Me siento hermano de aquellos pintores chinos que, como Shi Tao o Chou Ta, practicaban lo que François Cheng llama la vía excéntrica de la representación de la naturaleza. En cuanto a la carne... buena parte de mi obra intenta hablar de todo aquello que la carne proclama, de la estremecedora proximidad entre la caricia y el desgarro, entre el goce y el dolor, entre el beso y la mordedura. Trato de convocar los sentidos a la proximidad de la piel que palpita o de la carne abierta, a la sensualidad gozosa o la repulsión. Carne somos, y debe ser por ello por lo que buena parte de la historia de la pintura está repleta de carne: desnudos, batallas, sacrificios, martirios.

Vista de la exposición en el CGAC

P.- Es uno de esos artistas-escritores. Muy hábil con las teclas...
R.- La escritura se me daba bien de joven. A medida que avanzaba en la pintura como forma de expresión, notaba que me costaba más y más escribir, que iba perdiendo el don. Cuando ahora escribo lo hago con dificultad y con resultados más bien penosos. Lo intento, porque me gustaría desarrollar y exponer mi pensamiento acerca de temas que creo conocer. Pero lo hago mal y procuro abstenerme. No siempre lo consigo.

P.- Pues colóquese al otro lado y díganos, ¿qué opina de los que escriben de arte?
R.- Aprecio infinitamente el trabajo de aquellos que consiguen acercarse y penetrar en las claves de la producción artística hasta desvelar y comprender cuanto ésta es capaz de contener. Creo que los críticos de arte son la levadura que hace que las obras de los artistas tomen volumen, y crece mi admiración hacia su trabajo cuando saben transmitir esa comprensión al espectador normal, ayudando a abrir sus sentidos y su mente hacia un disfrute que requiere una cierta iniciación.

P.- ¿Trabaja el artista con libertad?
R.- Los artistas actuales no son, pese a las apariencias, mucho más libres que los de otras épocas. Son pocos los que, en la soledad de su estudio, son capaces de hacer de verdad lo que les da la gana. Sustraerse al dictado de las modas y trabajar sin dejar de mirar de reojo a aquello que se lleva, no es tarea fácil.

P.- ¿De qué vive el artista hoy?
R.- La actual configuración del mercado del arte crea diferencias abismales en la cotización de los artistas vivos. Basta con observar los resultados de las grandes casas de subastas. Nos hallamos ante un hipercapitalismo capaz de generar artistas jóvenes vendiendo en cifras de millones de dólares y capaz, al mismo tiempo, de hacer que otros apenas logren vivir de su oficio. Seguramente, no existe en el mundo una mercancía cuyo precio sea más manipulable y arbitrario que el de la obra de arte.


P.- ¿Es igual de crítico con el arte español?
R.- Cuando hablamos del panorama del arte en España debemos tener el coraje de constatar una realidad dramática y de difícil solución: la casi inexistencia de coleccionismo. Los verdaderos coleccionistas pueden contarse en nuestro país con los dedos de la mano. Y cada vez compran menos arte español. Hay, después, grupos de compradores ocasionales, pero éstos van menguando en sus efectivos, en su voluntad adquisitiva y en su capacidad financiera. Mientras desde los medios se intenta mantener la ficción de un panorama lleno de actividad, iniciativas, ferias, bienales, certámenes y políticas culturales, la realidad que se impone es la de las galerías en quiebra, los museos desatendidos y los artistas viviendo situaciones vergonzosas. En España, en lo que al conocimiento del arte se refiere, la atención del público pasó, sin transición, del Museo del Prado al Reina Sofía. Durante décadas, la gente apenas tuvo oportunidad de conocer el arte moderno, de ver un Van Gogh, un Monet, un Matisse... y el resultado de esa situación es la falta de paladar observable no sólo en la mayoría de la población y en buena parte de los coleccionistas, sino también entre muchos de los que se dedican profesionalmente a asuntos relacionados con el arte. Si a la falta de mercado unimos la falta de educación, fomentada desde la escuela infantil y el bachillerato... ¿qué nos queda sino intentar alzar la voz?