El Cultural

Un hombre bueno

30 abril, 2015 18:55

Siempre jugaron con la ironía del apellido Goodman. Un abogado al otro lado de la ley, un picapleitos de la delincuencia, defensor de los intereses del crimen. Un “hombre bueno”. Vince Gilligan y su equipo de guionistas introdujeron al personaje en la segunda temporada de Breaking Bad, en el capítulo octavo, titulado “Better Call Saul”. Adquirió tanta celebridad que su presencia en la serie se hizo indispensable a medida que avanzaba, ocupando un protagonismo que probablemente no imaginaban ni los creadores ni, por descontado, el actor Bob Odenkirk. Cuando Saul Goodman desaparecía de la serie en su temporada final emprendiendo la huida hacia ninguna parte, sentíamos que uno de los personajes secundarios más memorables y complejos de la teleficción moderna desaparecía para siempre.

Better Call Saul es el primer spin-off, o serie derivada, del que se tiene noticia de una serie de gran formato. En este caso de la AMC, si bien también han intervenido en la producción Sony Pictures Television y Netflix para proporcionar la sindicación web. El episodio piloto lo vieron 7 millones de espectadores en Estados Unidos, es decir, el estreno más visto de la historia televisiva por cable. Obviamente, el carpetazo de Breaking Bad dejó con hambre a los televidentes y la recuperación del peculiar y deshonesto abogado de Walter White (que sin embargo se presentaba como el menos hipócrita de la serie) parecía un gesto perfecto para saciar los apetitos de la waltermania. Los diez episodios de la primera temporadas de Better Call Saul llegaron a su final el 6 de abril, provocando todo tipo de reacciones, desde las más entusiastas a las más decepcionadas, y desde entonces la serie no ha hecho más que crecer dentro de mi escala de preferencias, no tanto quizá por lo que ha ofrecido, aún siendo muy interesante, como por lo que se adivina que aún puede ofrecer.

Su potencial es inabarcable, si bien su dependencia respecto al peso que Breaking Badejerce sobre ella es quizá demasiado grande como para considerarla una serie completamente autónoma respecto a la “ficción madre”. De hecho, el enigmático arranque del piloto, el único tramo de la serie que se distingue del resto con su estética en blanco y negro, emerge prácticamente como la continuación directa de Breaking Bad, pues pone en escena una situación que se antoja como la recuperación del personaje Saul Goodman –o como quiera que se llame ahora, pues recordemos que cambió de identidad– tiempo después de donde Breaking Bad abandonó al personaje a su suerte, huyendo como un ladrón en mitad de la noche con dos maletas azules y desapareciendo por la derecha del plano después de su última conversación con Walter: “Ya no soy tu abogado. No soy el abogado de nadie. El juego ha terminado. De aquí en adelante, soy el señor Perfil Bajo, solo otro idiota más con un trabajo y tres pares de pantalones. Si tengo suerte, dentro de un mes, en el mejor de los casos estaré trabajando en un Cinnabon en Omaha”.

Beter Call Saul arranca precisamente ahí, un mes después, y comprobamos que efectivamente el personaje no hablaba a la ligera: trabaja en un Cinnabon en Omaha. Será uno de los escasos momentos narrativos de la primera temporada en el que la serie se vincula directamente con Breaking Bad (incluso con los planos cenitales de manipulación de la comida resonando con la fabricación de cristal), ofreciéndose así como secuela, pues a partir de entonces la ficción emprende un viaje al pasado para contarnos la “precuela”, es decir, la transformación de Jimmy McGill en Saul Goodman. En este arranque del piloto acaso está contenida la promesa de que volveremos a Omaha en la segunda temporada, de manera que la serie oscilará entre el pasado y el futuro del personaje, siendo el “presente” todo lo que está en medio, es decir, la detallada narración de su conversión en un aspirante de procurador honesto a un abogado que actúa al margen de la ley.

Los procesos de borrado y reinvención del personaje, es decir, las fluctuaciones de su identidad son las nociones narrativas sobre las que se sostiene Better Call Saul. De hecho, la primera temporada, con sus permanentes saltos en el tiempo, se centra en la evolución dramática de las causas de su transformación McGill-Goodman, y al proceso de descubrimiento del propio protagonista sobre quién es él realmente, cuál es su naturaleza, de qué pasta está hecho. En este proceso adquiere una importancia crucial su hermano Chuck, un exitoso abogado socio de una gran firma que permanece recluido en su casa debido a que ha desarrollado una extraña fobia al electromagnetismo.

La novedad de la serie, y en el fondo su gran desventaja respecto a otras, es que conocemos el destino del abogado, de modo que su principal reto consiste en embaucarnos a la hora de descibrir qué ocurrió con su vida en esos seis años que separan la acción de Breaking Bad de la trama principal de Better Call Saul, que no en vano emprende varios flashbacks a sus años jóvenes, antes de licenciarse como procurador sacándose el título a distancia, cuando era un estafador callejero conocido como Jiimmy El Escurridizo. Asoma aquí otra identidad del protagonista que da mucho juego en la serie y que completa con total coherencia la personalidad y el carácter del abogado que hoy conocemos.

Lo cierto es que la serie ha logrado mantener el legado de Breaking Bad–tanto en las formas como en la narrativa, mucho más compleja y ambiciosa–, consolidándose a medio camino entre la franquicia y la frescura de un relato que busca su propia independencia respecto a la serie materna. No en vano, la trama maestra de Better Call Saul, ese juego de identidades que también estaba presente en Breaking Bad –Walter White / Heisenberg–, es extraordinariamente similar: el descenso a los infiernos de un personaje que se adentra en el camino oscuro, en la corrupción moral, solo que por motivos bien distintos. En todo caso, para ambos es finalmente todo una cuestión de ego y de supervivencia.

Podríamos decir que Better Call Saul actúa como doble spin-off, pues a través del magnético personaje de Mike Ehrmantraut (Jonathan Banks), la mano derecha de Saul, también recupera a uno de los personajes más icónicos de Breaking Bad. Uno de los capítulos más intensos de la temporada, de hecho, se centra exlusivamente en saldar algunas deudas narrativas, ciertos flecos psicológicos que habían quedado sueltos en la exitosa serie de Gilligan, quien en Better Call Saul solo escribe y dirige el piloto, pues el resto queda en manos del co-creador Peter Gould y otros guionistas. Otro personaje bastante memorable, el camello Tuco (Raymond Cruz) de la segunda temporada de Breaking Bad, reaparece en los primeros capítulos del spin-off, que por momentos regresa a la estética western del desierto de Nuevo México. Pero se trata tan solo de un aperitivo sin más objeto aparente que el de enganchar a los amantes de la ficción madre.

En todo caso, lo más interesante de la serie, y aquello que al final nos genera la adicción necesaria (a pesar del desarrollo lento y sofisticado, de las mutaciones de tono y de la necesidad de poner de tu parte para entrar en la trama y que las sedimentación de los acontecimientos termine por revelar la grandeza de la ficción), es que nos permite descubrir al ser humano que hay bajo la máscara de Saul Goodman, expresado en la piel de Jimmy McGill. El personaje que era poco más que una muy atractiva y convincente caricatura en Breaking Bad, una fachada extraordinariamente sofisticada pero que prometía un enorme trasfondo, se revela con toda su humanidad y humanismo en Better Call Saul. Comprendemos entonces los motivos, las decepciones y encerronas, los callejones sin salida y las jugadas del destino, que le han llevado a convertirse en esa caricatura tan embaucadora. Comprendemos también que, al fin y al cabo, el apellido que sonaba a broma en Breaking Bad en realidad no era ni mucho menos irónico. A pesar de todo, es un “hombre bueno”.