Image: Eduardo Garrigues

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El Cultural

Eduardo Garrigues

"Los políticos perdieron lo que Bernardo de Gálvez ganó con la espada"

12 marzo, 2016 01:00

Eduardo Garrigues

El diplomático y escritor recrea la vida del militar español y su gesta en la batalla de Pensacola, Florida, en la novela El que tenga valor que me siga (La Esfera de los Libros).

El militar español Bernardo de Gálvez fue declarado en 2014 ciudadano honorífico de los Estados Unidos por su heroica contribución a la independencia de ese país. Gobernador de la Luisiana y fundador de la ciudad de Galveston, las tropas españolas arrebataron a los ingleses la bahía de Pensacola, en Florida, gracias a su temeraria entrada a bordo de un pequeño bergantín seguido solamente por una balandra y dos lanchas cañoneras en 1781. "Yo solo" fue el lema de su escudo de armas cuando el rey Carlos III lo nombró conde de Gálvez como reconocimiento a su valor. Aunque después llegó a ser nombrado virrey de Nueva España, el personaje fue prácticamente olvidado por la historia. La reciente recuperación de su figura se debe en buena medida a la labor del diplomático y escritor español Eduardo Garrigues (Madrid, 1944). Como fundador y durante varios años secretario general de la Fundación Consejo España-Estados Unidos, coordinó en 2007 una exposición en la National Portrait Gallery de Washington que difundió la importancia de la ayuda española a la independencia de los Estados Unidos, así como la gesta de Gálvez. También ha participado en la organización de la reciente exposición que la Casa de América ha dedicado en Madrid al héroe de Pensacola. Con copiosa información inédita recopilada en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, en el Archivo General de la Nación de México y varios archivos de Cuba, Garrigues ha convertido la vida de Bernardo de Gálvez en una novela histórica trepidante en la que casi todo es real pero se funde sutilmente con la ficción. La publica La Esfera de los Libros y se titula El que tenga valor que me siga, que fue el provocador mensaje que el militar envió al resto de su flota, acompañado de una bala de cañón como las que lanzaban las baterías inglesas.

P.- ¿Por qué ha sido Bernardo de Gálvez un personaje tan desconocido hasta hace poco?
R.- La primera razón es la general falta de visibilidad de la historia española en Norteamérica. En la época de Gálvez, dos tercios del actual territorio continental de Estados Unidos pertenecían a España. La segunda razón es que a los 15 años de la toma de Pensacola, lo que Gálvez ganó con la espada lo perdieron los diplomáticos y los políticos.

P.- ¿Cuándo y por qué se interesó por la historia de Gálvez?
R.- Mi etapa como cónsul general en Los Ángeles me abrió los ojos a esa historia española oculta en los EE.UU. Viajaba a menudo a Nuevo México y me asombró descubrir en el corazón del país una cápsula del tiempo, con pequeños pueblecitos en los que algunos estadounidenses se consideran aún españoles. Empecé a investigar y acumulé una gran biblioteca sobre ese tema, y así llegué a Bernardo de Gálvez.

P.- ¿Qué importancia tuvo la exposición sobre el legado español en EE.UU. que usted coordinó en Washington en 2007 para el posterior reconocimiento de Gálvez?
R.- Aquella fue una gran exposición que hoy, después de la crisis, sería impensable. Llevamos incluso cinco cuadros de Goya. La visitaron 100.000 personas y, sin falsa modestia, creo que aquello fue el pistoletazo de salida del reconocimiento que ha tenido Gálvez en Estados Unidos. Aquello echó a rodar la bola de nieve, yo ni siquiera conozco al congresista de Florida que promovió que Gálvez fuera nombrado en 2014 ciudadano honorífico.

P.- ¿Cuándo decidió plasmar todo lo que sabía sobre él en una novela?
R.- Dentro de las actividades que se celebraron en torno a la figura de Gálvez en el pasado otoño, se iba a celebrar en la Casa de América un ciclo de conferencias en el que yo iba a presentar numerosos datos inéditos que había descubierto en mi investigación. Pero finalmente el ciclo se canceló y se me ocurrió dar salida a todo ese material escribiendo una novela. La editorial me dio un plazo muy corto y la escribí en un mes sobre la base de toda la información que había recopilado.

P.- ¿Qué datos inéditos aporta su libro?
R.- Muchísimos. En primer lugar, el enfoque con el que he trazado su personalidad. Igual que ha sido un desconocido para la mayoría, en Málaga, su tierra natal, tienden a idealizarlo. Yo he querido plasmar su dimensión humana, con sus luces y sus sombras. Gálvez tenía muchos defectos: era ambicioso, orgulloso e irascible, del mismo modo que tenía como virtudes el valor y un gran sentido social. Siempre intentaba minimizar el sufrimiento de la población civil en las batallas y tenía una mentalidad incluso progresista para la época. En cuanto a los datos inéditos, destacaría un detalle de su hazaña en Pensacola: él sabía que los cañones ingleses no tiraban bien. Antes de la campaña mandó a un espía que se enteró del estado de las defensas de la zona. Tampoco se conocían los desencuentros que tuvo con el entonces teniente Francisco Miranda [años después sería uno de los padres de la independencia de Venezuela]. En ese momento servía al ejército español y Gálvez chocó con él a menudo por su falta de disciplina y sus continuas críticas.

P.- En su novela se manifiesta el malestar del conde de Aranda, el propio Gálvez y otras personalidades por que España no apoyase de manera más abierta y decidida la independencia de Estados Unidos. ¿Por qué España actuó en secreto?
R.- Las posturas de Francia y de España con respecto a la independencia estadounidense fueron muy diferentes. Francia ya había perdido todas sus colonias en la América septentrional (acababa de ceder la Luisiana a España como compensación por su participación en la Guerra de los Siete Años), por lo que no tenía nada que perder y ayudó de manera abierta a los revolucionarios norteamericanos. Pero España tenía que pensar en la continuidad de su imperio. Eso inducía a la prudencia, pero su política fue demasiado ambigua y contradictoria. Queríamos dar una patada en la espinilla a los ingleses sin que ellos se enterasen. Por eso Madrid no reconoció a los comisionados enviados por el Congreso de Estados Unidos. España brindó a los americanos una ayuda importantísima, pero no se enteraron ni los propios oficiales estadounidenses. El conde de Aranda, embajador en París, pudo comprobar que ni siquiera Benjamin Franklin sabía que España les enviaba dinero, armas y munición.

P.- ¿Cree que la tibieza de España en su apoyo a la revolución norteamericana fue la causa de que después EE.UU. no respetase las colonias españolas al norte de México?
R.- Como dijo entonces el conde de Aranda, cuando se siembra tarde se recoge poca mies. Lo que más le importaba a España, y no lo consiguió, era que Estados Unidos le reconociese la exclusividad de navegación en el Mississippi, lo que habría asegurado a España el control de los territorios al norte de la Luisiana.

P.- ¿Cómo encajó Bernardo de Gálvez la pérdida de todo lo que él había conseguido arriesgando su vida y la de sus tropas?
R.- Nuestro primer embajador oficial en Estados Unidos fue Diego de Gardoqui. Habló con Bernardo de Gálvez, que era quien más conocimientos estratégicos tenía de aquella zona. Cuando este vio que EE.UU. no iba a reconocer a España los derechos de navegación en el Mississippi, barajó la posibilidad de entrar en guerra con ellos.

P.- Gálvez fue nombrado Virrey de Nueva España como sucesor de su padre, Matías de Gálvez, pero murió un año después. ¿Le dio tiempo a hacer algo significativo durante su breve mandato?
R.- Como recreo en la novela de manera literaria, a Gálvez le perseguía un sino maléfico. Nada más llegar a México, hubo una hambruna descomunal y él obligó a los ricos a pagar importantes cuantías para paliar la situación. Luchó contra el contrabando y tuvo una serie de gestos para contentar a la población que fueron malinterpretados. Indultó a varios condenados a muerte, algo que solo podía hacer el rey, y las autoridades españolas pensaron que Gálvez se estaba haciendo fuerte en Nueva España para luego declarar la independencia de la metrópoli. De ahí viene la creencia, que yo dejo en el aire en la novela, de que no enfermó por casualidad, sino que fue envenenado.

P.- Gálvez tenía un origen humilde pero logró ascender hasta los puestos más altos en la escala militar y gubernamental. ¿La sociedad española de la época era menos rígida de lo que parece?
R.- Gálvez nació en una familia de hidalgos pobres en Macharaviaya, que hoy es un pueblecito muy pintoresco y bien cuidado pero en aquella época no era más que un villorrio. El primero que sacó la cabeza fue su tío José. El obispo de Málaga se fijó en él y lo mandó a estudiar. Se hizo abogado, trabajó en la embajada francesa, fue alcalde de corte y luego visitador real en México. Él allanó el camino a su sobrino Bernardo. La sociedad española en aquella época seguía siendo estamental pero había cierta movilidad, siempre que tuvieras la ayuda de alguien importante.

P.- En su novela, Bernardo de Gálvez arrastra un gran sentimiento de culpa por un amigo duramente represaliado tras escribir un informe contra su tío José. ¿Es un episodio real?
R.- Cuando el tío de Bernardo llega como visitador general a Nueva España, tiene que ejecutar la orden de expulsión de los jesuitas, lo que dio lugar a algaradas por parte de la población civil, que les tenía aprecio por la labor social y espiritual que realizaban, y José de Gálvez las reprimió con mano dura. Después intentó dominar las tribus de Sonora, pero fracasó. Esto, unido al cansancio y al clima inhóspito, le provocó al parecer un ataque de depresión y locura que le llevó a tomar decisiones insólitas. Entre otras cosas, pretendía traer 600 monas de Guatemala y vestirlas de soldado para ahuyentar a los indios rebeldes de Cerro Prieto. El escribano Juan Manuel Viniegra incorporó esto a su informe para el virrey y Gálvez ejerció muchas presiones para que se retractara, pero no lo consiguió.

P.- Su libro muestra también el respeto y la caballerosidad con que se trataban incluso durante la batalla los jefes militares enemigos. Se carteaban, se enviaban regalos y mantenían un riguroso protocolo mientras sus tropas (y ellos mismos) luchaban a muerte. ¿En qué momento la guerra perdió su "nobleza", suponiendo que pueda aplicársele esa palabra a algo tan terrible?
R.- Hoy el piloto de un caza ni siquiera llega a ver el daño que produce cuando lanza las bombas. Esta deshumanización de la guerra empezó con la Primera Guerra Mundial con el empleo de gas mostaza y bombardeos masivos.

P.- ¿También la diplomacia se ha degradado desde entonces?
R.- Muchísimo. La razón más importante es que el progreso de las comunicaciones ha limitado la capacidad de decisión de un embajador. El ministro de asuntos exteriores dicta todas las instrucciones al cuerpo diplomático, que se ha convertido en un buzón de cartas. Antiguamente, un embajador como el conde de Aranda podía incluso declarar la guerra o la paz.

P.- Usted ha tenido una larga carrera diplomática. ¿Cómo se introdujo en ese mundo?
R.- Gané a los 17 años el Premio Café Gijón y quise dedicarme solo a escribir. Mi padre, con buen criterio, me dijo que en aquella época, aún en la España de Franco, si quería ver mundo y dedicarme a la cultura lo mejor era que me hiciese diplomático. Esto ha jugado a favor y en contra de mi carrera literaria. Me ha permitido viajar mucho y varias de mis novelas están inspiradas en mis puestos diplomáticos, pero me ha dejado poco tiempo para escribir y ha dificultado la difusión de mi obra en los medios de comunicación por encontrarme lejos de España.

@FDQuijano