'Un millón de años': despiértame ya
Desde sus orígenes, el cómic ha sido una forma artística proclive a la exploración formal y temática. A veces con el único interés de la provocación, otras resultado de un sesudo proceso de investigación. El caso deriva con el tiempo en una afortunada colección de propuestas estimulantes y retadoras que se vienen proponiendo al lector más curioso desde hace más de 150 años. Solo con un breve esfuerzo y sin otra intención que apoyar este argumento recordamos creaciones clásicas como Little Nemo (Winsor McKay, 1905), y actuales como Alicia en Sunderland (Bryan Talbot, 2007) o Señal Ruido (Dave Mckean, 2008). Entre mis favoritos, sin duda Brecht Evens.
En el panorama nacional la cosa ha seguido un camino similar, especialmente en los últimos años. Solo constatar la buena forma de autores como Miguel Noguera o Miguel Brieva para confirmar este punto. Recientemente nos hemos topado con David Sánchez. Y ha sido un descubrimiento. Aunque el imaginario enfermizo de este autor de línea clara y mente bizarra no lo pone fácil en su última entrega, Un millón de años, capaz de elevar el listón creativo un par de peldaños. Su arte bebe de la alquimia, del nigromante que combina con inspiración los metales mágicos para arrojar al juramentado su pócima reveladora que le muestra un camino. Su propuesta vanguardista conviene disfrutarla más como un cuadro o una escultura que como un relato. Me explico. La narración se construye desde lo visual, no desde lo literario, y surge de la combinación de arquetipos, impregnando el espíritu, demostrando al intelecto sus limitaciones.
Para conectar con el discurso de David Sánchez hay que poner de uno mismo, y a eso no está dispuesto todo el mundo. Cíclopes, insectos, parajes inhóspitos, padres e hijos, arquetipos universales torcidos por el azar. Un cóctel de religión y violencia, de objetos cotidianos desubicados, de mutantes y vísceras. Desiertos inacabables, cuevas inhóspitas, seres abducidos por una obediencia animal. Miedos ancestrales desatados que purgan por su improbable perdón. Aquí la condición humana se reescribe para mostrar nuestro lado más descarnado. No es fácil. Puede que sea metafísica, el sueño de una indigestión o simplemente una ralladura. Pero son imágenes que cuesta olvidar. Como Kubrick.